Reseña de: MISHIMA, Yukio (1969-70), Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis, La esfera de los libros, Madrid, 2001.
[Traducción de Martin Raskin Gutman, 253 págs.]
Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis es el título de uno de los trabajos que componen este compendio (al cual, además, da el título) de escritos filosófico-políticos del genial y polifacético Yukio Mishima (seudónimo de Kimitake Hiraoka), autor japonés que saltó a la fama la mañana del 25 de Noviembre de 1970 cuando, tras el fracaso de un intento de sublevación militar dirigido por él mismo, se quitó la vida, ante las cámaras de televisión, por el rito Sepukku (vulgarmente "Hara-kiri")... Pero bueno, ya sabemos lo que es la fama: un brillo, un resplandor en el firmamento, que dura unos instantes y al final se apaga; ilumina nuestros corazones durante un momento, aunque la memoria, quizás, quede más tiempo impresionada por la belleza de ese fulgor, de ese fuego artificial... Así concebía Mishima la acción, la belleza de la acción. Quizá desde nuestra cultura occidental no le demos demasiado valor al suicidio... ¿No? Quizá ese valor dependa de los motivos... Durkheim sabrá.
En cualquier caso Mishima ya gozaba de otro tipo de fama, una más perenne, menos valiosa según el propio Mishima, probablemente más para nosotros: era uno de los mejores escritores japoneses de todos los tiempos, hasta el punto de que estuvo, con sólo cuarenta años, propuesto para el premio Nóbel de literatura; mas nunca se lo dieron por sus abiertas posiciones políticas fascistas. En efecto, el mejor ejemplo que de esto tenemos es la Proclama del 25 de Noviembre (el último de los escritos, tanto de este libro como de su vida), el discurso que dio a los soldados del cuartel en el que entró, con sus cien hombres de la Sociedad de los Escudos, para provocar la sublevación militar. El texto posee todos los ingredientes fascistas: rechazo a la Constitución, a la democracia, a los políticos, a la economía de libre mercado, nostalgia por el pasado imperial de Japón, odio a los USA, a los partidos comunistas, etc., aunque por otro lado le fascinaban y alababa a los militantes de izquierda, como todo fascista.
De esta guisa, aunque menos escandalosos, son otros de los textos aquí incluidos: Mis últimos 25 años y La Sociedad de los Escudos, e incluso Introducción a la filosofía de la acción. Este último, sin embargo, está dotado de un mayor nivel de reflexión filosófica, alcanzando algunos puntos un alto grado de metafísica. El primero de estos puntos es, desde luego, su concepto de "acción": algo así como la actividad física combativa orientada hacia un objetivo, actividad que se consuma en un corto lapso temporal; diferente, por tanto, del arte —que sería aquella actividad orientada por impulsos estéticos (en este sentido la gimnasia sería "la forma más próxima al límite entre arte y acción")—, y diferente también de la tarea o trabajo, es decir, de aquella actividad (física o intelectual, artística o no...) que se desarrolla a lo largo de un período ilimitado o extremadamente largo [Cfr. pp.164-170]:
«La acción tiene el misterioso poder de compendiar una larga vida en la explosión de un fuego de artificio. Se tiende a honrar a quien ha dedicado toda su vida a una única empresa, lo cual es justo, pero quien quema toda su vida en un fuego de artificio, que dura un instante, testimonia con mayor precisión y pureza los valores auténticos de la vida humana.
»La acción más pura y esencial logra retratar los valores de la vida y las cuestiones eternas de la humanidad con una profundidad mucho mayor que un esfuerzo humilde y constante» [p.169].
Son interesantes también las disquisiciones en torno a la contradicción entre "acción" y "autoridad" («cuanto más poder adquirimos, más nos alejamos de nuestra fuerza física», p.173), tanto en el ámbito militar institucional como en el guerrillero, una contradicción que gira en torno a la relación entre la estructura (social) militar y el combatiente individual. Precisamente este concepto de acción que hemos presentado vendría a ser como una especie de "principio de cierre" entre sus posiciones políticas y su concepción existencial (individualista, personal). Es Yukio Mishima uno de esos autores que fascina por su vida, una vida desgarrada en múltiples direcciones que proporciona a su obra una riqueza impresionante: la contradicción (u oposición real, que dirían los althusserianos) entre la tradición cultural japonesa y la modernización occidental, entre el glorioso pasado imperial y la presente (años de posguerra, 1945 en adelante) democracia sometida a los USA, entre la literatura, el teatro y las artes marciales, entre su vida personal y su militancia política. No es, por lo tanto, la mística oriental lo que encontramos en estos escritos, todo lo contrario: son continuas referencias a la tradición filosófica e intelectual occidental (Platón, Hegel, El Quijote, Stendhal, Goethe...) en pugna o en consonancia con elementos japoneses —con los cuales, evidentemente, muchos de nosotros no estamos familiarizados, salvo quizás los relativos a las artes marciales—. Esto es lo que nos permite la facilidad de penetración en estos textos, pues no nos resultan del todo ajenos. En cualquier caso, el prólogo de Clara Sánchez y, sobre todo, la introducción de Isidro-Juan Palacios son claves para comprender parte de la obra y de la vida de Mishima.
No deja de ser, sin embargo, Yukio Mishima, uno de los autores malditos, de esos que van en contra de las opiniones dominantes tanto en su obra como en su vida: un romántico, al fin y al cabo, recuperable ahora por los nostálgicos del 68. Y es que, efectivamente, gran parte de estos escritos hacen referencia a las revueltas estudiantiles japonesas del 69 y 70, revueltas con las cuales mantiene una relación intelectual de ambivalencia... Y luego está su suicidio, su muerte heroica. ¡Pues bien, que nos espere por muchos años!
Dentro de Introducción a la filosofía de la acción son importantes las reflexiones sobre la opinión pública y la táctica bélica (guerrilla urbana o kale borroka) de los revolucionarios, así como su conexión con el cine de aventuras, con el terrorismo... Mishima habla también de la belleza (objetiva) de la acción (subjetivo-individual), de la acción dentro de un grupo, de la acción de masas (siempre dirigida por un líder; y presenta los ejemplos de Castro, el Ché, Mao Zedong, etc., nunca habla de Hitler o Mussolini a pesar de su mayor afinidad); escribe sobre la "legalidad de la acción", un concepto contradictorio para él (recordemos su concepción restringida de "acción"), en un sentido bastante similar al de Bataille, aunque para éste tal contradicción es constitutiva: la vida, la fuerza, la juventud, busca la transgresión, la violencia, la muerte... El mejor ejemplo es el párrafo con el que acaba el artículo:
«¿Cómo es posible denominar "hombre de acción" a quien por su trabajo de presidente en una empresa hace ciento veinte llamadas telefónicas diarias para adelantarse a la competencia? ¿Y es tal vez un hombre de acción el que recibe elogios porque aumenta las ganancias de su sociedad viajando a países subdesarrollados y estafando a sus habitantes? Por lo general, son estos vulgares despojos sociales los que reciben el apelativo de hombres de acción en nuestro tiempo. Revueltos entre esta basura, estamos obligados a asistir a la decadencia y muerte del antiguo modelo de héroe, que ya exhala un miserable hedor. Los jóvenes no pueden dejar de observar con disgusto el vergonzoso espectáculo del modelo de héroe, al que aprendieron a conocer por las historietas, implacablemente derrotado y dejado marchitar por la sociedad a la que deberán pertenecer algún día. Y gritando su rechazo a semejante sociedad en su conjunto, intentan desesperadamente defender su pequeña divinidad» [p.233].
"Curiosamente" a lo largo de todo el artículo Mishima no ofrece ningún contenido intelectual, político, etc., por el cual se mueven los estudiantes, lo cual nos lleva a la conclusión, ya adelantada, de que todo su discurso (riquísimo en múltiples direcciones) no deja de ser pura demagogia fascista, tradicionalista, romántica... No existe, por mucho que nombre la palabra "izquierda", al Ché, etc., ninguna referencia a las clases sociales, a la explotación, ni siquiera al término "marxismo". Su crítica posee, evidentemente, contenidos verdaderos, pero hemos de mantener la conciencia alerta respecto del uso y del lugar que tales contenidos ocupan en la totalidad del discurso, y no ya porque no sepamos la motivación política última (que no es ocultada), de la cual podamos separarlos, sino porque estos mismos contenidos pueden estar forzados, troquelados, moldeados, en función de aquella motivación, de manera que, en el caso de la acción, por ejemplo, deje de lado otras dimensiones, aspectos o tipos de acción que sería necesario considerar desde una óptica filosófica académica o de otro signo político, marxista, pongamos por caso.
De todos modos, para texto filosófico, el que da título al compendio: Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis. Ya simplemente echando una ojeada al índice nos podemos hacer una idea: sobre el arte, sobre el cuerpo, el placer, los intelectuales afeminados (según Mishima probablemente todos nosotros)... En realidad los títulos no dicen nada acerca de la enjundia filosófica con que puedan estar tratados estos temas, pues aunque todos ellos estén cruzados por múltiples ideas, cruce respecto del cual la tarea del filósofo sería la disección conceptual, podrían estar tratados de modo puramente ideológico. Este no es el caso de Mishima, aunque tampoco llegue al grado de distinción al que pueda llegar Gustavo Bueno. De todos modos la distinción entre ideología y dialéctica no es clara y distinta pues caben muchos grados —y en última instancia la dialéctica siempre puede ser reapropiada por la ideología, adoptando la forma, entonces, de metafísica—. En Mishima se observa una crítica, una tensión, en estos temas, entre la cultura occidental y la tradición japonesa, por ejemplo en la relación del arte con la política, dialéctica cruzada con la relación entre espíritu y cuerpo desde una perspectiva pragmática: para él el espíritu se cultiva con la literatura, el teatro, etc.; el cuerpo se cultiva con la gimnasia y las artes marciales. Él siempre intentó llevar a cabo este ideal de los samuráis, el bumburyodo (el camino de la pluma y de la espada), cosa que en la tradición occidental se expresa en el famoso "mens sana in corpore sano", aunque sin matices bélicos. Pero si bien puede existir cierta síntesis de estos ideales en el terreno individual, en el social no es tan fácil:
«... el arte pertenece a un sistema que siempre resulta inocente mientras que la acción política tiene como principio fundamental la responsabilidad. Y dado que la acción política se valora sobre todo a la vista de los resultados, es posible admitir en ella también una motivación egoísta e interesada, siempre que conduzca a buenos resultados; si, por el contrario, una acción inspirada en un principio altamente ético lleva hacia un resultado atroz, no exime de asumirlo a quien haya cumplido las responsabilidades que le correspondan.
»El problema es que la situación política moderna ha comenzado a actuar con la irresponsabilidad propia del arte, reduciendo la vida a un concierto absolutamente ficticio; ha transformado la sociedad en un teatro y al pueblo en una masa de espectadores, y, en definitiva, es la causa de la politización del arte; la actividad política ya no alcanza el nivel del antiguo rigor de lo concreto y de la responsabilidad» [pp.79-80].
Observemos, no obstante, que esta dialéctica (abierta) se cierra (o pretende ser cerrada) a través de una política individual guerrera, donde el Samurái hace política combatiendo... En fin, no salimos del fascismo.
Este es un ejemplo entre un amplio elenco de temas y casos que nos ofrece este autor. La mirada del filósofo debe ser crítica (de lo contrario no sería filósofo) para extraer aquello que de valor haya en un discurso; creemos que en estos escritos hay mucho de valor (historia del Japón, de su literatura y cultura, normas de acción valiosas, crítica a la democracia de mercado, espíritu de compromiso...), dejemos al lector que lo disfrute y que sea él mismo el que extraiga sus propias conclusiones; contra el "mal" ya le hemos prevenido.
Pancho 10 Oct 2008