Adivina quién viene a cenar



FICHA TÉCNICA:

Título Original: Guess Who's Coming to Dinner
Año: 1967
Nacionalidad: EE. UU.
Dirección: Stanley Kramer
Intérpretes: Katharine Hepburn, Spencer Tracy, Sidney Poitier, Katharine Houghton, Cecil Kellaway, Beah Richards
Guión: William Rose
Música: Frank DeVol
Fotografía: Sam Leavitt
Productora: Columbia Pictures
Duración: 108 minutos
Premios: 2 Oscar, a la mejor actriz: Katharine Hepburn y al mejor guión.
Además tuvo nominaciones para mejor director, mejor película, mejor actor (Spencer Tracy), mejor actor de reparto (Cecil Kellaway), mejor actriz de reparto (Beah Richards), mejor montaje, mejor música y mejor dirección artística.


SINOPSIS:

La joven y guapa Joey Drayton (Katharine Houghton) regresa a casa inesperadamente, después de disfrutar de unas vacaciones de diez días en Hawai porque ha conocido al hombre de su vida, el doctor John Prentice (Sidney Poitier) y quiere presentarlo a sus padres porque está decidida a casarse inmediatamente con él.


ANÉCDOTAS Y/O CURIOSIDADES:

1) También conocida como “Adivina quién viene esta noche”, ésta es la novena y última película en que aparecieron juntos Tracy y Hepburn, ya que el primero murió 17 días después de finalizar su rodaje, de un ataque al corazón.

2) El monólogo que hace al final de la película Spencer Tracy es la última escena rodada de este actor. Hepburn nunca vió la película porque decía que le traía recuerdos muy tristes.

3) Recompensada con su segundo Oscar, Katharine Hepburn, que nunca vio la película, lo recibió emocionada y se lo dedicó póstumamente a su "alter ego", Spencer Tracy, diciendo que sentía como si le hubiera robado el Oscar a él.

4) Katharine Houghton, la actriz que hace de hija de Tracy y Hepburn, era en la vida real sobrina de Katharine Hepburn y sólo rodó esta película como un favor a su tía.

5) La película se convirtió en un gran éxito a pesar de que en un primer momento recibió críticas muy duras que protestaban por el hecho de tratar un problema social de manera tan ligera.


COMENTARIO PROPIO:

Joey, la niña bien de papá y mamá regresa precipitadamente a casa, en San Francisco, de sus vacaciones en Hawaii llevando a su flamante prometido, el doctor John Prentice, para comunicarles a sus padres su intención de contraer matrimonio inmediatamente. A pesar de las ideas liberales de sus padres, Matt (Spencer Tracy) y Christina (Katharine Hepburn), ambos quedan sorprendidos y anonadados por la repentina noticia, ya que la pareja sólo se conoce desde hace 10 días y además, mientras que la chica tiene 23 años, su prometido ya tiene 37 y es viudo. Y, por último, está el “pequeño detalle” de que el prometido de su hija es negro.

La joven, que es la única que no ve ningún problema en la relación, invita a los padres de él a ir a su casa a cenar y así conocerse todos. Pero es que John tampoco les ha dicho aún a sus padres que su prometida es una chica blanca. Y además, a la cena se suma el Monseñor Ryan, un amigo íntimo de Matt, al que éste ha dejado colgado para su partido de golf, al recibir la inesperada noticia.

Tal como se inicia la película parece que vamos a ver una agradable y simpática comedia de situación y enredos, pero no es cierto, no es una comedía, aunque tampoco es un dramón. Lo que se nos presenta es una agradable reunión de personas amables y educadas que van a debatir bajo sus personales puntos de vista una cuestión muy importante en sus vidas, los prejuicios raciales.

Un matrimonio de clase media-alta (él dirige un periódico y ella una galería de arte) se ven en la encrucijada de tener que llevar a la práctica las ideas liberales que siempre han defendido y tratado de inculcar a su hija. Curiosamente, sus perjuicios son los mismos que los de los padres de él, no tan liberales y de clase media-baja (él es un cartero jubilado y ella ama de casa).

Los más reacios son los hombres, claro, los padres. A las madres, en cambio, tras la reacción inicial, les basta con ver a sus vástagos enamorados y felices. Y, curiosamente, la más retrógrada, de lejos, es la criada negra, que es la primera en mostrar rechazo hacia la relación de los jóvenes. Ella tiene muy claro que un negro no puede llegar a ser médico y le parece casi un sacrilegio que se atreva a tocar a una chica blanca. Por contra, el más moderno es un obispo católico. Vale, vale, ya sé que os he dicho que no era una comedia, pero... bueno, sólo es un simpático personaje secundario.

Es la última actuación de Tracy y Hepburn, juntos, en pantalla debido a la muerte del primero. Una oportunidad de oro para ver su compenetración y su buen hacer porque, por desgracia, ya no nos quedan parejas así. En el momento en el que, ya casi al final, Tracy la mira y dice: "si ellos se quieren la mitad de lo que nosotros nos quisimos será suficiente" y Hepburn le mira con lágrimas en los ojos, arrebatadoramente... ¿Estaban interpretando?

No hay acción, no hay exteriores. Sólo encontraréis un grupo de grandes profesionales en un elegante y cuidado escenario representando una obra de forma tan natural que no te das cuenta de que, en realidad, sólo es una ficción. Nada más y nada menos. Y es que Stanley Kramer hace eso que parece tan fácil pero que es tremendamente difícil fenomenalmente bien. No es que intente transmitir un mensaje liberal, optimista (el triunfo del amor sobre los prejuicios) y aún hoy en día tan actual como el de los prejuicios raciales, si no cómo lo difunde lo que roza la perfección. Yo mismo he incluido ya en este foro otros dos de sus trabajos que os recomendé en su día y que, aprovecho la ocasión, para recomendarlos de nuevo. Me refiero a Vencedores o vencidos y La Herencia del viento. A los que aún no las habéis visto, sinceramente, no entiendo a qué estáis esperando, y a los que sí las habéis visto ya y os gustaron, entonces no dejéis de ver tampoco ésta que os presento ahora.

La película está llena de grandes momentos que sus protagonistas supieron aprovechar, y ¡de qué modo!, pero me gustaría resaltar uno es concreto para cada uno de los tres principales. Para Katharine Hepburn, en realidad todos los que disfruta junto a Tracy y en especial aquél en el que despide a su ayudante en la galería de arte, que ya está sentada ante el volante de su coche y que concluye con su frase “¡No repliques, Hilary! Sigue tú camino”. De Sidney Poitier resaltaría la escena en que su padre le echa en cara lo mucho que ha hecho por él y el esfuerzo que siempre hizo para que él llegara a ser alguien, y Poitier se enfrenta a él y le responde de forma apasionada para acabar con la frase: “Tú te consideras un hombre de color. Y yo me considero un hombre”. Está francamente genial, perfecto. Como diría Boris Izaguirre, ¡qué momentazo! Y de Spencer Tracy, pues evidentemente el monólogo final. Es evidente que todos eran conscientes, incluso él mismo, de que aquélla podía ser su última aparición en pantalla y se le reservó el brillante broche final para que se luciera. Y, claro, él se lució. Una de sus frases: “Sois dos seres maravillosos, que os habéis enamorado y que, en definitiva, sólo tenéis un simple problema de pigmentación”.

Comentar que, por poner algún pero, tenemos que escuchar expresiones tan “fuertes” como “córcholis” o “porras”, que hacen que a veces el diálogo parezca un poco ñoño y desfasado. Escuchar esas cosas hoy en día que tenemos los tímpanos taladrados de abundantes y, muchas veces gratuitas, expresiones soeces, la verdad es que choca un poco y resulta cursi. Pero afortunadamente sólo ocurre en un par de ocasiones. En fin, cosas del doblaje de la época.

Otro pero por mi parte es que se suaviza mucho la situación porque se nos presenta al pretendiente ideal, culto, preparadísimo académicamente, educado, formal, un médico importante con un cargo en las Naciones Unidas, el hombre que cualquier madre quisiera para su hija. Tal vez se hubiera puesto un poco más la carne en el asador colocando un novio menos perfecto.

Comentar también que la hija (sobrina real de Hepburn) para no ser una actriz profesional, creo que ésta es su única actuación, pues está bastante bien. Y también que a su tía, por desgracia, ya se le aprecian en algunas escenas los síntomas de la enfermedad de Parkinson que padeció durante muchos años y que, a la postre, la llevó a la tumba.

Sólo por contemplar la última actuación de Tracy antes de pasar a la historia del cine como lo que fue, un gran actor, ya merece la pena ver esta película. Pero es que, por suerte para nosotros, Tracy sólo es un ingrediente más de este cocktail tan bueno.


A los que os animéis a ver esta película, que la disfrutéis. Guiñar

Marcela 11-12 2008