Papillon


Papillon,
un rebelde con causa

El pasado 29 de julio se cumplieron 33 años de la desaparición del célebre escritor, ex miembro del hampa parisina (condenado a cadena perpetua por un asesinato que declaraba no haber cometido), presidiario fugado, asaltante de bancos y aventurero francés, Henri Charrière, más conocido por su sobrenombre “Papillon”. Personaje fascinante que entrevisté en Palma de Mallorca a finales del mes de abril de 1973, cuando me concedió la que sería una de sus últimas entrevistas.
Henri Charrière era entonces un célebre autor de libros de aventuras, autobiográficos todos ellos, que cosecharon enorme éxito mundial de ventas a partir de los años 70. Incluso Hollywood llegó a hacer dos películas basadas en su vida: Papillon y Banco. La primera, estrenada después de su muerte, con Steve McQueen y Dustin Hoffman como protagonistas.
Charrière visitaba la isla para promocionar su segundo libro y me encargaron hacerle una nota periodística. La charla se llevó a cabo en una librería ubicada frente a la Plaza Obispo Berenguer y Palou de la capital balear. Luego, como Papillon sentía un enorme cariño por todo lo suramericano, comenzó a interrogarme sobre los trágicos acontecimientos políticos que estaban afectando a la región ese año y me invitó a cenar en un muy pintoresco celler o bodegón mallorquín llamado Sa Premsa. Charlamos, comimos arroz brut, bebimos vino tinto y fumamos puros cubanos Montecristo, que él consumía con placer y adicción. Vestía un rompevientos celeste, chaqueta gruesa de pana y un gorro de piel tipo ruso, que sólo se quitó al sentarse para cenar. Quizá por coquetería, para ocultar una incipiente calvicie.
Entrevistar a Henri Charrière era fácil. Su simpatía y naturalidad para hablar de la vida, salpicada por torrentes de apasionantes anécdotas que encandilaban y atrapaban al oyente, hacen casi imposible resumir la charla en un solo artículo. Este mago de la conversación y la “literatura oral”, que tanta fama y dinero le reportaron, no podía sujetarse a un solo tema específico o a una respuesta breve. Sus contestaciones a menudo le llevaban a recordar algo completamente ajeno al tema en discusión y en esto se sumergía, siempre con la misma intensidad y elocuencia. Su estilo era inconfundible y su enfoque sobre la vida, pleno de vibrante vivacidad.
Gracias a su estilo fresco y campechano, comenzamos la entrevista como si fuese una charla entre amigos.
—Bueno, Papillon, ahora cuénteme: ¿qué motivo le llevó a escribir Banco, su segunda novela autobiográfica?
—Mira, Banco fue escrita como respuesta a 10 mil cartas recibidas de amigos lectores, que querían saber más sobre mi vida. Durante tres años he recibido cartas que preguntaban: ¿qué hiciste en los 26 años que transcurrieron desde tu última liberación, hasta la publicación de Papillon? ¿Qué ha sido de tus amigos, los indios venezolanos? ¿Has sabido algo de tus hijos?, etc. A todos esos lectores y a mi editor les debía este libro. Por eso lo escribí.
—¿Ese fue el único motivo?
—Bueno, también por mi deseo de venganza. Banco refleja mi vida en continuo riesgo, durante esos días que vivía en permanente búsqueda de dinero. No para vivir como un burgués, porque ya ves que no lo soy. Sino dinero para volver a Francia a matar a los hombres responsables de esa farsa que fue mi juicio. ¡Además, para poner una bombita en el edificio de la Jefatura de Policía de París! A mí me juzgaron y condenaron por el asesinato de un soplón de Montmartre, que te aseguro no cometí. Pero luego, en Maracaibo, conocí a una española que ha cambiado mi vida. Ella es mi esposa y por ella dejé de buscar venganza, aunque no he perdonado, te aclaro.
—¿Cuánto tiempo le llevó escribirlo?
—Creo que dos meses y medio, o quizá tres. Pero te diré que no me gusta trabajar, así que fue un gran esfuerzo concentrarme durante esos meses. Y ahora salgo a promocionarlo.
—¿Aparte de dinero, qué más le proporcionó Papillon, su primer éxito?
—Primeramente, poder pagar las cuentas del teléfono y la luz. Luego me liberó de las presiones y me ha permitido viajar y conocer gente. Gente que leyó mi libro y lo disfrutó o lo criticó, pero en el intercambio de ideas uno aprende, ¿no te parece? Sabes, a veces prefiero la crítica o el comentario de una persona humilde y sencilla, al de un crítico literario o un periodista. Porque no importa que esa persona sea barrendero o paisano, su comentario va a ser sincero. En cambio los críticos muchas veces están influenciados por lo que creen es la literatura de moda. Y te diré más, como declaré en la Escuela de Letras de la Sorbonne, para mí la literatura actual es una masturbación literaria. El modernismo ha matado al modo de vivir tradicional y bíblico del hombre. La industrialización ha convertido al hombre en un engranaje de una gran máquina que se comió a la familia.
—Para usted que ha vivido una vida violenta, ¿cuál es su opinión con respecto a la creciente ola de violencia en la literatura y el cine actual?
—En un lugar como Palma de Mallorca o la Costa del Sol, donde tengo una casita, todavía se puede encontrar la paz, pero quedan pocos sitios así. Ahora lo que deben tener los libros o los filmes para vender bien es sexo y violencia. Sexo es religión. Si deseas escribir sobre la familia, entonces dicen que eres del siglo XIX. Que eso es sólo para campesinos, como si los campesinos fuesen subnormales. No se puede escribir sobre el hogar porque está pasado de moda. Incluso dicen que los niños hoy no tienen tanta ternura y respeto. ¡Pero si un niño cuando nace es como una esponja seca! Quien llena ese vacío son los padres, hermanos, tíos y abuelos. Si en ese hogar hay armonía, el resultado será bueno, si no...
—Insisto, algo más le debe de haber brindado el éxito de Papillon.
—Me dio la posibilidad de seguir siendo aventurero. De caminar libre, a mi manera. Buscando el contacto humano. Mi libro ha sido traducido a 27 idiomas y eso significa que he sabido comunicar con mucha gente.
—Sin embargo, su libro también ha sido criticado, especialmente en Europa.
—Se critica porque ataca a las tres instituciones en las que descansan muchas naciones: Justicia, Policía y Sistema Penitenciario. Fíjate, después de tantos años, llego de vuelta a Francia y digo: La justicia está podrida, la policía es corrupta y las cárceles una vergüenza. ¡Y esto se lo digo al país que promovió la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y los Derechos del Hombre!
—¿Y cómo reaccionaron sus compatriotas?
—Te diré que aceptaron el reto. Enseguida todos los medios de difusión estuvieron a mi alcance y de la noche a la mañana me convirtieron en vedette. ¡Qué difícil es eso! La alta sociedad de Paris me abrió sus puertas y me dejé mimar. Pero no por mucho tiempo. Hay que tener cuidado porque esa sociedad te absorbe. Lógicamente que es bonito ver a esas damas elegantes, con sus hermosos pechos que se traslucen por esos trajes casi transparentes que visten de noche, pero esa vida te anula tu personalidad. Por eso me retiré a mi casa en la Costa del Sol.
—¿Cuál es su situación legal actual en Francia?
—Escapé finalmente de la cárcel en 1941 y volví a Francia 26 años más tarde. Por lo tanto, nada podían hacerme porque el delito había prescrito. O sea que no me hicieron ningún favor dejándome en paz. Sólo cumplieron la ley. El único favor que debo reconocer es el permiso especial que me otorgó el presidente Pompidou para poder permanecer en París.
—La denuncia que realizó al escribir su libro, ¿ha provocado algún cambio?
—Es difícil decirlo. La putrefacción en la policía se renueva constantemente. Sale uno podrido y entra otro peor. Pero creo que en la justicia sí ha habido un cambio. He recibido cartas de magistrados que dicen que desde la aparición de mi libro, tienen otro espíritu cuando entran en la Sala de Justicia.
—Entre sus recuerdos, ¿hay alguno que vuelva siempre a su memoria?
—Muchas cosas se recuerdan con disgusto. Creo que el sadismo de los carceleros es algo que no olvidaré jamás. Sabes, el hombre no es malo con premeditación. La mayoría de los carceleros le tienen miedo a la vida. Cuando llegan a los 20 años, ven la vida como una provocación difícil de responder. Son incapaces de ganarse la vida y se refugian en un trabajo en el cual el Estado les dará casa, ropa, comida y cierto poder. Buscan protección, pero después de pasarse un tercio de sus vidas en una cárcel, se sienten insatisfechos e infelices. Entonces abusan de los seres humanos que tienen a su cargo.
—¿Recuerda a algún carcelero con especial rencor?
—En un montón de manzanas podridas es difícil encontrar una más podrida que otra, aunque había un corso que me gustaría ver convertido en gusano.
—A pesar de esos años terriblemente duros, con tantas penurias, ¿cree que hoy puede considerarse afortunado?
—Mira, a menudo, luego de un día tranquilo en mi casa de Marbella junto a mi esposa, comentamos lo felices que somos. ¡Pero yo siempre le recuerdo lo cara que he pagado esta felicidad! Imagínate 50 meses encerrado en “solitaria”. Sin oír un ruido. Sin hablar y sin que te hablen. Sin escribir ni leer. La mayoría de las personas en esas condiciones se suicidan o enloquecen, aunque creo que salí bastante bien. ¿Sabes por qué? Porque tenían encerrado mi cuerpo pero mi mente flotaba con las estrellas. Viajé a través del tiempo y el espacio, reviviendo hasta los más ínfimos detalles de mi infancia. Recordé mis días felices junto a mi madre y mi padre, corriendo libre por el campo.
—¿Era el penal venezolano de El Dorado tan brutal como las prisiones francesas en las Islas Royale, San José o la del Diablo?
—Yo diría que El Dorado era un poco menos duro que el silencioso calabozo francés, porque allí había contacto humano. Es más humillante el palazo que te propina un guardia pero también le puedes insultar. Además, no te mataban a palos porque no querían dejar viudas a sus mujeres. Nosotros andábamos en grupos de seis o siete y si a uno le pasaba algo, los otros presos respondían por él. Era la ley de la selva. Yo allí tenía mi jardín de hortalizas y se las vendía a los mismos guardias. Ellos no eran todos malos. Recuerdo el caso de uno que le pegó una paliza a un preso y luego se disculpó, alegando que había tenido que hacerlo porque le estaba vigilando un cabo que era un “coño de su madre”.
—¿Siente rencor hacia Venezuela por sus días en El Dorado, luego de su fuga de la Isla del Diablo?
—No, porque ese maravilloso país finalmente me dio la libertad y allí hice amigos entrañables.
—Hay una pregunta que se hace mucha gente cuando leen lo que usted escribe: ¿cuánto hay de verdad y cuánto es simplemente sensacionalismo imaginado?
—Todo es verdad. Lo que he escrito es cierto aunque he dejado fuera muchas verdades, precisamente para no pecar de sensacionalista. Te podría contar mil historias de la crueldad y la tragedia humana en las cárceles. Hablarte de los pederastas, de la corrupción, del terror y del dolor de jóvenes infelices que son forzados a ejercer la prostitución en sus celdas. Por eso digo que no he contado toda la verdad...
—¿Le molestó la policía venezolana luego de su liberación?
—En realidad, no. Sólo cuando mataban algún francés. Entonces venían a interrogarme al salón de fiestas que tenía por aquel entonces. Te aclaro que no era un salón decente pero yo debía hacer dinero. Si no hubiera sido por mi respeto hacia las mujeres, habría instalado un prostíbulo, pero nunca me gustó explotar a las damas, así que decidí explotar a los cabrones que las explotan a ellas. Por eso instalé una casa de juego.
—Hábleme sobre la película que se está filmando, basada en su libro Papillon.
—Están en Jamaica ahora mismo. Las estrellas son Steve McQueen y Dustin Hoffman y les dirige Schaffner, el de Patton. Vendí el argumento en medio millón de dólares, que ya me pagaron. Además recibiré diez por ciento del producto bruto de lo que recaude. Y tengo el derecho a la supervisión, pero como sé que las estrellas son gente muy especial, llegué a un acuerdo: para evitar un choque con McQueen y Hoffman, ellos filman durante ocho días y luego me mandan lo que han hecho, yo lo veo, hago mis críticas y ellos trabajan sobre eso.
—¿Hubo algo de cierto en el rumor de que Jean Gabin iba a hacer de “Papillon”?
—Es curioso que lo preguntes porque fue algo poco publicitado. En realidad no iba a hacer de “Papillon”, sino que el plan era hacer un filme con Gabin y Charrière, frente a frente. Yo acepté y pedí una cantidad pero a Gabin le ofrecieron la mitad y él dijo que no. Más tarde nos encontramos y me preguntó si estaba loco, creyendo que él iba a trabajar por menos que yo. Gabin es muy apegado al dinero. Pero le dije: “Juntemos lo que ganemos los dos y lo dividimos a medias”. Gabin sonrió y contestó que no, porque si yo hacía un buen papel, la prensa iba a decir que él estaba acabado, que debía retirarse. En cambio, si hacía un papel mucho mejor que yo, y eso era lo más seguro, la crítica iba a decir que había abusado del pobre Charrière, para seguir en cartel. Así que nunca podía aceptar el trato. Fue una pena, me gusta Gabin...
Así transcurrieron tres horas de charla distendida con este intrigante y locuaz aventurero francés, que contó infinidad de fascinantes anécdotas, habló de sus viajes por casi una treintena de países, de su amistad con la actriz Claudia Cardinale, de la inocente escapada juntos para visitar a sus amigos indios de Venezuela, abandonando en medio de la selva durante cuatro días al equipo de filmación de Popsi Pop y de la elevada multa que le aplicaron los productores al regreso.
Cuando nos despedimos, Charrière anunció que se iba a Madrid, porque debía operarse de un problema en la garganta, pero quedamos en volver a vernos pronto. Lamentablemente, su espíritu rebelde pudo más que el sentido común y nunca más le vi. Una imprudencia absurda durante su convalecencia, mientras permanecía internado en la clínica madrileña, y un cáncer asesino, acabaron con su vida tres meses más tarde, un 29 de julio de 1973.


VLeal 22 sept. 2008

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