Fritz Lang


La que les expongo a continuación es una de las tantas historias míticas que se entretejen en la historia del cine, y corresponde a la entrevista que sostuvieron en 1933 el cineasta alemán Fritz Lang, y el ministro de cultura y propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels. Antes, una breve reseña.

La consagración de Fritz Lang llegó durante la época del cine mudo alemán, con la película Dr. Mabuse, der Spieler (1922), una historia terrorífica de tres horas sobre un cerebro criminal que terminaba sus días recluido en un manicomio. En 1932, los mismos productores pidieron a Lang una continuación, en un momento de especial crisis política, debido a que los nazis corrían sin freno hacia el poder. Los hechos inmediatos fueron narrados por el director de cine a Mark Shivas, en una entrevista que apareció publicada en la inglesa revista Movie (Londres, septiembre de 1962).

"Así que inventé (nos dice Lang), con la ayuda de la señora Von Harbou (su esposa), otro Mabuse, que se llamó El testamento del Dr. Mabuse, y me dije: con esto termino. Ahora lo voy a matar (sic)."

El nuevo argumento proponía a Mabuse como un demente interno que contagiaba su locura al médico que lo atendía, y ese médico ideaba y organizaba delitos tremendos que sacudían a la sociedad. Para Mabuse, el director consiguió como actor al mismo Rudolph Klein-Rogge de la primera versión. Agregó, según su relato, un mensaje político:

"Pude poner en boca de un criminal enloquecido todos los eslóganes nazis. Cuando la película estuvo terminada, algunos secuaces del doctor Goebbels vinieron al despacho y amenazaron con prohibirla. Estuve cortante con ellos. Les dije: Si ustedes creen que pueden prohibir una película de Fritz Lang en Alemania, háganlo (sic)."

En ese desafío, Lang se apoyaba en su prestigio nacional, construido en los años previos por el primer Mabuse, por Metrópolis y sobre todo por M o El Vampiro Negro (1931). Cabe dudar, en cambio, que el público pudiera reconocer eslóganes nazis en monólogos y diálogos de la película. Pero el episodio no terminó allí.

"Entonces se me ordenó que fuera a ver al doctor Goebbels. Me puse mis pantalones a rayas, mi chaqueta bien cortada, un cuello duro. No me sentía muy cómodo. Estaba en el nuevo Ministerio de Propaganda. Hay que recorrer largos y anchos pasillos, con banderas y todo eso, mientras los pasos resuenan, y al final hay dos sujetos armados. No era muy confortable. Llego a otro despecho, y después a un tercer despacho, y finalmente a una pequeña habitación, donde me dicen, espere aquí. Estaba transpirando un poco. Se abre la puerta hacia una oficina muy larga, y al final de ella está el doctor Goebbels. Me dice: entre, señor Lang, y parece ser un hombre encantador. Me senté frente a él. Me dice: vea, lo lamento mucho, pero tuvimos que confiscar la película. Es solamente el final el que no nos gusta. No dijo nada de la verdadera razón: las frases nazis en boca de un criminal demente. Y agregó: con la película tal como está, tenemos que poner otro final. Que el criminal esté loco... eso no es ningún castigo. Debe ser destruido por el pueblo. Yo solamente pensaba en cómo hacer para salir de allí. Tenía que sacar algo de dinero del banco. Por la ventana se veía un gran reloj callejero, y las agujas se movían lentamente.

Hasta que finalmente Goebbels agregó: el Führer ha visto sus películas y dijo que usted es el hombre que nos dará las grandes películas nazis. Le contesté: me hace usted sonrojar, señor ministro (sic). ¿Qué más podía decirle? Y me dije a mí mismo: esta noche es mi última oportunidad para salir de Alemania. Miré de nuevo el reloj. A las dos y media cerraban los bancos, y no podía salir. El ministro estuvo muy amable. Le dije que sí a todo.

Cuando llegué afuera, ya era demasiado tarde. No pude sacar mi dinero. Volví a casa y dije a mi mayordomo: oye, debo irme a París. Coloca en una maleta lo necesario para algunos días. No me atrevía a decir la verdad a nadie. Cuando él no me miraba, puse en la maleta las cosas que un hombre puede juntar: una cigarrera de oro, una cadena de oro, los gemelos de camisas, el dinero que tenía en casa, y le dije: lleva esto a la estación, sácame el boleto y yo estaré allí. Como tenía miedo de ser seguido llegué un minuto antes de la salida del tren. Miré hacia atrás sobre mi hombro.A la mañana siguiente estaba en Paris.Era como una mala película de acción."

Un año después, en 1934, se traslada a Hollywood y comienza su carrera americana. Allí no hay nazis, pero sí censura (que viene a ser lo mismo), y Lang se ve obligado a amoldarse a las demandas de los productores para seguir ganándose el pan. Aquel tira y afloja dura hasta finales de los años 50, cuando el senador McCarthy, paradojas de la vida, ratifica el juicio de Goebbels: Lang es un sujeto peligroso, piensa y tiene ideas (sobre todo, rojas). Así que fuera de EE.UU. En 1959 Lang vuela a la India para rodar El tigre de Esnapur y La tumba india; y en 1960 da con sus huesos de nuevo en Alemania, donde retoma a su personaje favorito en Los crímenes del Dr. Mabuse. Es su última película, tiene 70 años, y está muy, muy cansado. Poco después Lang regresa a Beverly Hills, hasta su muerte en 1976.

La huida de Lang a EE.UU. fue una de tantas causadas por el estrangulamiento político, social y cultural que padeció Europa bajo Hitler. Otros directores como Wilder, Preminger, Siodmak, Lubitsch o Zinnemann, e intérpretes como Peter Lorre o Marlene Dietrich siguieron al autor de Metrópolis desde Alemania o Austria entre 1933 y 1939. Pero también otros países perdieron a sus mejores talentos. Jean Renoir, Luis Buñuel, Alfred Hitchcock o Greta Garbo dejaron en aquellos años Francia, España, Inglaterra y Suecia, respectivamente, en busca de seguridad y, por supuesto, un buen botín. Porque no solo el fascismo tuvo la culpa del éxodo; Hollywood pagaba muy bien. En cualquier caso, y es lo que importa, con ellos se fue buena parte de la semilla que alumbró la edad dorada de Hollywood, inconcebible desde la perspectiva actual sin la sensibilidad de aquella hueste de artistas que huían del odio y la intransigencia.

No es casualidad que grandes títulos del cine negro, el cine de terror clásico de la Universal, la comedia de los años 40 y 50, o algunos de los primeros grandes dramas del cine norteamericano estén firmados, escritos e interpretados por estas y otras figuras de la doliente Europa. Basta coger cualquier listado de películas y mirar los créditos para comprobarlo. Esto no excluye, por supuesto, la labor y el legado de los Ford, Huston, Hawks, Mankiewicz, Wyler o Welles. Al contrario, la completa y fundamenta la gran cantidad de obras maestras que salieron de los estudios a partir de 1934. Entre todos inventaron los principales requiebros y metáforas del lenguaje cinematográfico moderno, la cuadratura del círculo que empezaron a trazar los maestros rusos del cine mudo. Antes de la guerra, Europa colonizó EE.UU. con sus artistas. Después, EE.UU. colonizó Europa (y el mundo) con la ayuda de esos mismos artistas.

Extractado de www.unavuelta.com y de www.miradas.net