Cantinflas


Actor cómico mexicano. Se hizo mundialmente célebre con el nombre de su personaje Cantinflas, al que dio vida en la mayoría de los filmes que rodó.

De orígenes humildes, se enroló en una compañía de cómicos ambulantes y recorrió todo México. En el circo desarrolló todo tipo de trabajos, entre ellos interpretar pequeños papeles.

A finales de los años veinte comenzó a actuar en los locales de Ciudad de México y creó la imagen prototípica con la que se haría famoso. En 1930 era ya el cómico más famoso del país. En 1934 conoció a la actriz de origen ruso Valentina Subarev, con quien contrajo matrimonio y tuvo a su único hijo, Mario Arturo.

En 1936, con el amplio bagaje acumulado durante su estancia en el circo de Jalapa, representando papelitos en pequeños montajes teatrales -excepcionalmente musicados al estilo del género chico- debutó en la película No te engañes corazón, a la que siguieron Así es mi tierra y Águila o sol (1937), El signo de la muerte (1939) y toda una serie de cortometrajes.

No obstante, no se consagró definitivamente como ídolo indiscutible hasta 1940, en el filme Ahí está el detalle -dirigido por Juan Bustillo Oro-, en cuya última escena y mediante su delirante discurso, Cantinflas se salta las convenciones sociales, logrando cambiar el veredicto del juez. Esta película le brindó la ocasión de fundar la compañía Posa Films, productora de Siempre listo en las tinieblas (Always Read in the Darkness) y Jengibre contra dinamita (Ginger versus Dynamite), fallidos intentos de penetrar en el mercado hollywoodiense. Pese a ello, a partir de su debut como protagonista en la película Ahí está el detalle (1940), el actor, con sus casi cincuenta filmes, batió récords de recaudación en las salas de exhibición hispanoamericanas durante tres décadas seguidas.

La popularidad de este monstruo sagrado del cine mexicano y, en general, del cine en español debe mucho a su trabajo en las películas Ni sangre ni arena (titulada en Estados Unidos Neither Blood and Sand) y El gendarme desconocido (1941), en las que descubrió a su director ideal, Miguel M. Delgado, ayudante del realizador Alejandro Galindo. La primera era una parodia de la obra de Vicente Blasco Ibáñez, cuya versión cinematográfica había sido recientemente estrenada en Estados Unidos, protagonizada por los actores Tyrone Power, Rita Hayworth y Linda Darnell. Con ambas obras, Mario Moreno esperaba amortizar el esfuerzo económico invertido en Posa Films, de la que llegó a ser único productor. No en vano Ni sangre ni arena recaudó 54.000 pesos en cuatro días durante su estreno en el Teatro Alameda.

Este éxito desbordante continuó con El gendarme desconocido (The Unknown Policeman), con Mapy Cortés y Gloria Marín, considerado como uno de los mejores filmes del actor mexicano. En él, la ridiculización de la policía, generalmente detestada por el público, se establece desde el mismo momento en que Cantinflas aparece con su habitual uniforme desastrado.

En 1944 entró a formar parte del Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC), fundado en 1919 con el nombre de Unión de Empleados Confederados del Cinematógrafo. Su aportación fue decisiva en la mejora de las condiciones de contratación del personal de los estudios, pues encabezó una proyectada huelga, secundada por Jorge Negrete y Arturo de Córdova (con quien mantuvo una fuerte polémica por la dirección de la Asociación Nacional de Actores [ANDA]).

En los años cincuenta, sus cintas muestran un cambio: del personaje de la picaresca urbana y popular sólo quedaría un humor basado en el uso reiterativo del "cantinflismo", la habilidad para hablar mucho y no decir nada. En todas ellas, Mario Moreno se convirtió en un portador de juicios y críticas contra la sociedad "pueblerina", en particular, y contra la humanidad, en general. De este modo, arremetió con singular hincapié contra la "aristocracia desnaturalizada", haciendo que triunfara lo auténtico sobre lo falso. Se constituyó en el hombre que siempre decía la verdad, aunque en forma sarcástica, y sufrió las consecuencias de esa fidelidad a sí mismo.

Excepcionalmente, participó en la superproducción estadounidense La vuelta al mundo en ochenta días (1957). La película obtuvo una buena acogida, que propició que el actor rodara luego Pepe, dirigida por George Sidney en 1960. El fracaso del filme decidió a Mario Moreno a no volver a probar fortuna fuera de las fronteras de su propio país, con la única salvedad del largometraje español Don Quijote cabalga de nuevo, dirigido por Manuel Delgado, con quien había trabajado en filmes como El bolero de Raquel (1956) y El padrecito (1965), el primer largometraje que el actor rodó en color.

Si en sus interpretaciones denunciaba las desigualdades sociales y la insolidaridad, en la vida real realizaba obras caritativas y llegó a montar una oficina para los necesitados. La última etapa de su vida, después de enviudar en 1966, estuvo marcada por su participación en actos sociales y políticos (incluso llegó a pronunciar un discurso en la Asamblea de las Naciones Unidas).

Un genio cómico

Pero lo cierto es que Cantinflas será recordado por hacer triunfar a un pícaro de buen corazón que presenta cierto paralelismo con el personaje de Charlot de Charles Chaplin, si bien la clave del mexicano estuvo siempre vinculada a su disparatada e inagotable verborrea, que lo convirtió en el genio cómico más popular que México ha dado. Su personaje basó su comicidad en unas reacciones ingenuas, en su asombrosa naturalidad y en sus personalísimos y desvariados monólogos, continuos, embarullados, inagotables, auténtico flujo del más delirante verbalismo que empezaba con inusitada fluidez y terminaban en balbuceos y galimatías ininteligibles, en interminable verborrea, mientras movía incansablemente su mano izquierda para acompañar la insólita proliferación de sus muecas.

Su actuación era, ante todo, fruto de la soltura y la agilidad; las situaciones más disparatadas y extraordinarias brotaban con maravillosa sencillez. De Mario Moreno no pasarán a la historia del arte cinematográfico unas películas que no tienen, a decir verdad, nada de extraordinario, pero, en cambio, su personaje, su figura, su personalísimo estilo interpretativo y su singular sentido del humor ocupan ya, por méritos propios, un lugar relevante en el firmamento del séptimo arte.

Sus caídos pantalones, su aspecto descuidado y chabacano se convirtieron en el estandarte hispano de una clase de humor, teñido de absurdo, que tiene, tal vez, sus mejores representantes en los míticos hermanos Marx y que le permitió alcanzar una enorme popularidad en los países de habla española, aunque ponía trabas, simultáneamente, a sus posibilidades de atravesar las fronteras idiomáticas, pues, como ya se ha indicado, su personaje cinematográfico, debía buena parte del éxito que obtuvo a su libérrima utilización del idioma, una característica que, como es lógico, hacía muy difícil la penetración de su humor en ámbitos distintos al de la lengua española.

Su exagerada caricatura del "pelao" mexicano -miembro de la clase baja, equivalente al golfo madrileño o al "roto" chileno-, se apoyaba en unos calzones siempre a punto de caer, sujetos las más de las veces con un imperdible, que parecían exigir a gritos un cinturón o unos tirantes, en unos zapatos hechos trizas, una camisa arrugada (cuando la llevaba) saliéndose por todas partes, un raído sombrero de paja y un trapo que le colgaba del hombro, a modo de gabardina.

Esta indumentaria se convirtió en el signo distintivo de su humor y de su obra, hasta el punto que, desencarnada ya, abandonando los límites del actor Mario Moreno, pasó a configurar el personaje televisivo de una larga serie de dibujos animados, cuyo rostro sin afeitar y desgraciada estampa corresponden indistintamente a la de un vagabundo o a la de un pordiosero dueño, como su creador, de un lenguaje fluido, incontenible e incoherente, confuso y disparatado, incomprensible pero indispensable para poder salirse con la suya en las situaciones más dispares.

Considerado por muchos el sucesor de Charles Chaplin, Cantinflas heredó de aquél el corazón. Sólo que el pelao mexicano, tan pobre como Charlot, a diferencia de éste, no vivía obsesionado por su pobreza y se permitía el lujo de compadecer a los ricachones.


Boris 05 sept.2008

George Benson



Nacido en Pittsburgh, Benson se enamoró de la música cuando era chico y tenía sólo ocho años de edad cuando cantó por primera vez en un club nocturno local. Como guitarrista, las principales influencias de Benson fueron Charlie Christian y Wes Montgomery; pero para cuando el organista Jack McDuff contrató a Benson, de 19 años, como miembro de su orquesta en 1962, era evidente que ya era reconocido por sus habilidades. El primer álbum de Benson fue The New Boss Guitar of George Benson en Prestige, de 1964, al estilo bop-soul-jazz, y fue seguido por los aclamados álbumes producidos por John Hammond en 1965 y 1966. En 1976 Benson se aventuró y se convirtió en una superestrella del pop y el R&B gracias a Breezin', que llegó al puesto número uno en los rankings pop con el hit "This Masquerade", con el que ganó un Grammy. Por primera vez, Benson disfrutaba del éxito mundial.

A fines de los '70 y en los '80, Benson tuvo un éxito tras otro en R&B y pop, como "The Greatest Love of All", "On Broadway", "Give me the Night", "Turn your Love Around" e "Inside Love", entre otros. Pero Benson se negó a tocar solamente en un estilo musical -volvió a los estándares clásicos y al jazz acústico con Tenderly, de 1989, y le rindió honores a Count Basie en 1990 con Big Boss Band.

La década de los '90 encontró a Benson con LiPuma, que había producido las grabaciones de Benson para Warner Bros. a través de los '70 y los '80. Juntos ofrecieron una visión moderna del jazz contemporáneo en That's Right, de 1996. También colaboraron en Standing Together, de 1998, que mostraba al Benson característico junto a elementos del hip-hop y los ritmos caribeños. A través de su carrera, George Benson ha abarcado todo desde el jazz clásico al jazz contemporáneo y el R&B/pop. Y siempre demostró que la creatividad y el éxito comercial no se excluyen mutuamente. Absolute Benson sigue con esta demostración.
"Breezin".

La de George Benson fue una de las primeras voces que pudo escucharse en estéreo a través de una televisión reproducida por un aparato de vídeo. Fue en la primera película que contenía su banda sonora en este sistema: All that jazz, de Bob Fosse, en la que el músico interpretaba On Broadway, uno de los temas por los que se convirtió en una figura reconocible para el grandísimo público.

Prácticamente todas las biografías consultadas del músico comienzan de la misma manera: George Benson (Pittsburg 22 de marzo de 1943) es un guitarrista estadounidense de jazz. Casi todas, pero la de la página web del Heineken Jazzaldia 2010 hace una distinción. "De guitarrista del hard bop a estrella del pop y del R&B, George Benson ha abordado un amplio rango de estilos a lo largo de los años". Y es cierto. La música de este artista ha supuesto, para muchos melómanos, una puerta accesible por la que entrar un estilo que, en principio, parece acotado para unos pocos: el jazz.

Los amantes del rhythm & blues lo conocen como el guitarrista, cantante e intérprete y, a veces autor de éxitos como On Broadway, Give Me The Night y Turn Your Love Around, "mientras que el mundo del jazz continúa atesorando sus álbumes clásicos instrumentales de los 60 y principios de los 70. Su disco Breezin' (1976) logró unas ventas millonarias. Y es precisamente la imprevisibilidad y el eclecticismo de Benson lo que hace imposible saber lo que hará en un futuro", continúa la biografía del festival de jazz de San Sebastián, en el que el músico ofrecerá un concierto el próximo sábado.

Si ha tenido la paciencia de explorar los vídeos que le proponemos desde Tentaciones, probablemente haya caído rendido ante un músico de los grandes a caballo entre muchos estilos. Al otro lado del teléfono, el artista ocho veces ganador del Grammy nos, entre concierto y concierto de una larga gira, respondió nuestras preguntas para darse a conocer un poco más allá de las seis cuerdas de su guitarra y las dos de su garganta.

George Benson: ¿Qué tal estás esta mañana? Estoy.... Déjame ver... Estoy en Francia, pero no recuerdo el nombre del lugar, déjame que vea mi agenda... Cielos, esta es una gira enorme... Eso es, nos estamos preparando para tocar en Juan Les Pins.

Tentaciones: Cuéntenos cómo se metió usted en esto de la música.

G. B. En mis principios solo era un oyente y mi guía era la radio, todo lo que ese mundo fantástico me proporcionaba. Por otro lado estaba mi padre que solía poner muchísimos discos de jazz y tenía la casa llena de esos tesoros por todos lados. Además, él tocaba la guitarra, así que le pedí que me enseñara y él puso los cimientos, fue el que me descubrió las bases y los fundamentos para convertirme en guitarrista. Pero después de eso él no me enseñó, así que tuve que crecer yo solito.

T: ¿Así que es autodidacto?

G. B. Lo mejor que pude hacer fue buscarme otros profesores. Escuché a muchos tipos. Unos tocaban jazz, otros R&B, otros blues... Así que mientras era un chiquillo todos estos estilos fueron creciendo en mi mente y en mis dedos al tiempo que yo también crecía.

T. Entonces ¿Usted quería convertirse desde pequeño en una estrella del rock?

G. B. El rock no era tan popular cuando yo comencé a tocar la guitarra. La escena era el R&B y el pop; el rock apareció más tarde con tipos como chuck Berry y todos los que después le siguieron. En aquella época me tocaron tangencialmente. Ahora son legión las bandas de rock y pueden con todo. Algunas tienen bases de blues y soul y hacen cosas realmente alucinantes con los estilos musicales que les han influenciado y de los que yo también aprendí. Pero finalmente no creo que pueda decirse que hayan generado nada muy personal. Por eso elegí, ante la encrucijada de caminos, una música que me permitiera realizar más fácilmente un proyecto personal como el jazz.

T. Pero eso parece cosa de almas atormentadas, de canciones tristes.

G. B. En los viejos tiempos ni siquiera lo pensaba, simplemente tocaba canciones porque me gustaba la melodía, el ritmo o cosas así. Luego llegó el señor Quincy Jones. Y fue el mismísimo Quincy quien me dijo: 'no me gustaban las canciones tristes de ninguna manera'. Le parecían una influencia muy negativa. Él prefiere las canciones con un mensaje positivo. Así que comencé a prestar atención a ese consejo. Ahora prefiero contar historias que puedan afectar al mayor número de personas y que se puedan sentir identificadas. Ya que la mayoría tiene muchas historias tristes en su vida, supongo que preferirán ser felices e identificarse con historias felices.

T. ¿Qué relación tiene con su guitarra?

G. B. Toco todos y cada uno de los días del año y lo he hecho desde hace muchos muchos. En parte porque estoy enamorado del sonido del instrumento y por otra parte porque es un reto. La guitarra se ha convertido en una extensión física de mi cuerpo. Cuando la cojo el mundo se convierte en confortable. Pero, ojo, no toco para probarme algo a mí mismo. Trato de contar historias con ella, la hago hablar. El reto real es lograr que el público comprenda ese lenguaje de sentimientos y transmitirles esas emociones directamente. La guitarra es un instrumento perfecto para conseguirlo. Posee un número infinito de posibilidades y un dinamismo que permite, junto con mi voz, llegar a la audiencia.

T. ¿Y ella toca alguna vez sola?

G. B. Me gusta mucho improvisar porque en esos momentos mi personalidad aparece de una forma mucho más visible. España es un país perfecto para la guitarra puesto que es un instrumento muy popular y los españoles conocen a la guitarra muy bien. Así que los conciertos serán un poco diferentes al resto de la gira y el público se dará cuenta desde el principio.

T. Su último disco se titula Songs and Stories (Canciones e historias). ¿Cuál es la historia que le gustaría contarle al público español.

G. B. En la música vivo al día. Me gusta contar historias día a día. Hay cosas en el aire que me gusta capturar al vuelo y traspasarlas a mi música. También la actualidad y esos asuntos de las que la gente habla, pueden definir mis acordes en determinado momento. Le digo a mi guitarra que yo también estoy al tanto de esas historias que contar (risas) y ella me hace caso.

T. ¿También le hace caso a Internet y todo lo que eso conlleva respecto a la música?

G. B. El progreso es imparable, pero desafortunadamente la piratería existe, sé que tiene solución, no sé dónde está, pero llegará. Es algo que nos afecta a todos los músicos, pero soy optimista, veo que los responsables de todo esto están buscando soluciones que sean buenas para todas las partes y estoy seguro de que llegará. No creo que veamos el momento en que dejemos de hacer música, antes se encontrará una solución.

T. ¿Por qué parece que el jazz es un estilo para unos pocos elegidos?

G. B. La exposición es la clave. El problema en España creo que es el mismo que existe en los Estados Unidos. La gente no puede escuchar jazz en la radio, así que es difícil para ellos aficionarse al no tener acceso. Es como el flamenco que no es tan popular en determinadas partes del país como en otras por una cuestión de exposición.




M. 04 sept.2008

Kubrick 4


Juegos de la edad impúber

«Las elementales reglas literarias para las historias de amor exigen un final con muerte o separación de los amantes, no pudiendo darse jamás que éstos consigan reunirse para siempre. Es también esencial que la relación deba escandalizar a la sociedad o a sus familiares. Los amantes deben ser condenados al ostracismo. Sería muy difícil construir una historia moderna que pudiera adherirse, con visos de realidad, a estas normas. En este aspecto creo que sería correcto afirmar que “Lolita” es una de las pocas historias modernas de amor.» Stanley Kubrick1

Antes de la calma creativa que le convirtió en realizador de cada vez menor número de películas por década, y de llegar a ser, no sin razón, uno de los creadores que más seguidores tiene dentro del arte cinematográfico, Stanley Kubrick dirigía films de presupuesto menor, aunque no menos ambiciosos, y, sobre todo, de rodaje mucho más rápido que sus últimos trabajos, como esta Lolita, adaptada de la novela homónima de Vladimir Nabokov, un film magnífico y, para mi gusto, uno de los mejores de su director, aunque esto es difícil de dilucidar dada la gran calidad de casi todos los trabajos suyos que he podido ver.

La idea de adaptar a Nabokov la toman Kubrick y James B. Harris durante la producción de Espartaco (Spartacus, 1960), y se materializará como la siguiente película de la filmografía kubrickiana. El escritor de origen ruso será el encargado de convertir su propia novela en guión, aunque algunas modificaciones introducidas por Kubrick (que recurrió a la improvisación mucho más de lo que, por lo visto posteriormente, suele ser habitual en él. La pregunta es: ¿Habría hecho lo mismo de tratarse de un guión firmado por él?), motivaron que Nabokov optase por publicar su versión del libreto en 1968. El film, el primero que Kubrick decide rodar fuera de los Estados Unidos (en Inglaterra), para evitar, en lo posible, la presión del Código de Producción y la Legión Católica de Decencia, fue, no obstante, bien recibido por el autor del original literario, que lo consideraba una película de primera línea, aunque se lamentaba de que no se hubiese hecho énfasis en algunos detalles como, por ejemplo, los distintos moteles donde se alojaban Humbert y Lolita. El director de la película, por su parte, aseguraba que no había enfatizado suficientemente el erotismo de la relación entre ambos personajes, algo en lo que, según comentaba, habría insistido si hubiese podido hacer la película de nuevo.

Pese a estas reticencias de los responsables del film, no cabe duda de que la versión fílmica de Lolita conserva intacta toda la emoción que contiene la novela de Nabokov. De hecho, ofrece una novedad importante respecto al texto, y es que se evita mencionar un caso anterior, acaecido en la juventud de Humbert, en el que el protagonista tiene una extraña relación con una chica, la cual le provocará una especie de trauma obsesivo hacia (algunas) niñas impúberes, llamadas nínfulas, por él. El hecho de que no se mencione esta experiencia previa evita que estemos ante un “caso clínico” (la novela era la descripción de una patología, descripción por lo demás exquisita y fascinante), y refuerza la historia de Humbert y Lolita como un arrebato que surge espontáneamente en cuanto el hombre la conoce, en el jardín de la casa de su madre, Charlotte Haze. Por otra parte, Kubrick y Nabokov coincidían en que el interés narrativo podría decaer una vez que Humbert se hubiese acostado con Lolita, lo que motivó que el film arrancase con la muerte de Quilty, pues, según opinaban, el público se preguntaría a lo largo del film qué era lo que pasaba con dicho personaje.

Uno de los aspectos mejores del film de Kubrick es, a mi entender, el poder de sugerencia de los diálogos y de la puesta en escena. A diferencia de Adrian Lyne y su repelente versión reciente (más fiel al original literario en cuanto al argumento, pero rematadamente burda en su realización, que machaca hasta la extenuación los aspectos más “turbios” de la historia con el estilo publicitario tan propio del director de Nueve semanas y media2), la Lolita de Kubrick resulta enormemente más eficaz, por su frecuentación de la perversión subyacente y el erotismo refinado (ahí está la presentación de Lolita tomando el sol; compárese con el torpe spot que rueda Lyne en su versión), y su extracción de la sensualidad incluso de las situaciones más sencillas (cf. Humbert pintándole las uñas a su nínfula), aumentando el misterio de la cinta al permanecer ocultos muchos de los elementos de la historia (cf. Los movimientos de Quilty, en la sombra, para arrebatar a Lolita de manos de Humbert).

Asombra la capacidad del director de Barry Lyndon (id, 1974) para conseguir que los escenarios y las acciones se nos graben en la mente de modo imborrable. Por ejemplo, todas las secuencias que tienen lugar en la casa de la señora Haze resultan de una claridad expositiva envidiable, pues nos dan la geografía del edificio como pocas veces (da gusto cómo mueve la cámara Kubrick de estancia en estancia). Luego está la resolución de secuencias como las de la fiesta, la función teatral, o la partida de “ping-pong romano” entre Humbert y Quilty, y toda la conversación que precede al fallecimiento del segundo. Hay un hallazgo de planificación que siempre he admirado especialmente, y es el instante en el cual Humbert, que ya se ha casado con la señora Haze, reposa en la cama junto a ella, y la abraza. Podemos ver cómo, en la mesita situada a su izquierda, está la foto de Lolita, a la cual mira Humbert mientras se frota contra su esposa. En ese momento, Charlotte le anuncia que ha decidido enviar directamente a Lolita a un internado, lo que provoca el enfado del hombre, que deja de abrazarla y se da la vuelta, mirando hacia el otro lado. Ahí, Kubrick encuadra el rostro de Humbert apretado contra el colchón, y, en primer término del plano, vemos un revólver que descansa sobre la mesilla. Manteniendo el plano fijo, Charlotte pregunta «¿Formo parte de tu pensamiento?”, a lo que Humbert responde: «Sí.», mientras mira el arma que tiene delante.

No falta tampoco el humor en Lolita. Recuérdese la secuencia en el auto-cine, en la que se produce un juego de manos tan gracioso como tenso, el momento (puro cine mudo) en el que Humbert y el empleado del Motel se pelean para montar la cama plegable (un instante que divertía especialmente a David Lynch, declarado fan de esta película), o, claro, la conclusión en la que vemos a Lolita casada, preñada, y llevando una triste vida como ama de casa junto a un tipo de lo más vulgar, secuencia afrontada por Kubrick con ironía y humor negro a costa del atormentado y patético Humbert, que aún desea llevarse a Lolita con él. Esta es una imagen más de las que ofrece un film en el que, igual que dijo Nabokov (uno de los más brillantes escritores del siglo XX, tanto en lengua rusa como en lengua inglesa) de su magistral novela, lo más importante acaban siendo las imágenes que uno, posteriormente, puede evocar. En el caso de la película, la plasmación de los jugueteos es sublime, como aquel instante en el que Lolita le lleva el desayuno a Humbert y le da el alimento como se ceba a un perrito; aquel otro en el que, tras llegar de casa de una amiga, se descalza puerilmente; la confesión de las actividades del campamento que Lolita susurra al oído de Humbert; o ese cuadro que la muestra en el coche, bebiendo Coca-Cola y comiendo patatas fritas de una bolsa directamente con la boca. Todo ello punteado por un uso extremadamente estilizado de los fundidos en negro (no se había visto nada igual desde Lubistch).

Dichas sugerencias serían impensables sin la dirección de actores adecuada, y, por descontado, sin el concurso de intérpretes como los del deslumbrante cuarteto principal. James Mason, soberbio como Humbert, más cerca de sus trabajos para Max Ophüls que de su imagen de villano elegante inglés. Shelley Winters, impagable como mujer americana “tonta y romántica”, como se llega a autodefinir. Peter Sellers, indispensable para encarnar al antipático Quilty. Y, finalmente, Sue Lyon, una actriz escogida por Kubrick tras verla en el programa televisivo The Loretta Young Show, y que compone una Lolita francamente inmejorable, aunque a Kubrick le hubiese gustado una chica más joven para el papel (de haberla rodado años después, seguro que Kubrick habría filmado el envejecimiento real de Lolita, o al menos lo habría intentado).

Es notable que Kubrick procuró, desde esta película, tratar de partir de obras literarias menos famosas, pues ver su nombre desplazado a un segundo término por el de gigantes como Nabokov chocaba con su intención de forjarse una carrera artística absolutamente personal, en la que nadie fuese capaz de hacerle sombra más allá de lo que él desease, como corresponde al que, quizás, ha sido el cineasta más individualista (y más escéptico respecto a la condición humana) que ha existido. El temor a ser copiado o imitado por alguien, es decir, a no poder distinguirse bien de todos los demás, fue aumentando durante toda su vida3 y causó, en parte, que renunciase a su sueño de llevar a la pantalla grande la vida de Napoleón, o que desistiese de realizar un film sobre el Holocausto, idea que también barajó en algún momento.


Vleal 04 Sept. 2008

Fotos de Carolyn Cole