Frederick Forsyth


A FREDERICK FORSYTH NO LE GUSTA IR a Nueva York porque teme a sus mujeres. Que por qué. Le parecen "terroríficas", con sus carreras universitarias y dispuestas a subir tan alto como los hombres.

-Y ¿por qué no, señor Forsyth?

-Porque hay cosas que las modas no pueden cambiar: a los niños les gusta jugar a matar, las niñas prefieren cuidar muñecos o disfrazarse de enfermeras. No es natural en la mujer escalar montañas.

Tuvo suerte Frederick Forsyth porque la discusión surgió cuando la entrevista estaba a punto de terminar. No había más tiempo pactado, así que... mejor empezar por el principio.

Londres. La ciudad vuelve a su ser después de un largo fin de semana de calor prematuro y luto por la serie de atentados contra minorías sociales. Mangueras y escobones cruzan las aceras del Soho; temprano llegaron los equipos de limpieza a retirar el precioso altar improvisado por la razón a los pies del pub reventado. Al otro lado de la calle, nadie parece conocer al escritor superventas Frederick Forsyth en la recepción del Groucho Club, lugar de encuentro de la modernidad londinense; ciertamente, un marco nada apropiado al personaje.

Estamos ante el hombre que ha inventado el mejor "trabajo" de la historia: jornada continuada de 45 días febriles cada tres años: el resto del tiempo regenta una granja de 450 corderos. El trabajo, además de comodísimo, ya me dirán, le permite lucir todos los distintivos del dinero: sólido bronceado, manicura cuidada a domicilio, rolex tamaño tubérculo y así hasta donde lleguen los 200 millones de pesetas que por término mínimo le granjea cada libro. Ya comprenderán que... pecata minuta la piel de los corderos.

De cualquier modo, es Forsyth un millonario amable y asequible, de formas muy británicas, perpetuamente tocado de camisa rosa, paradójico emblema de una hombría incuestionable. Dijo que lo dejaba, después de 10 novelas (multipliquen), 45 millones de ejemplares vendidos, 42 años escribiendo, 12 de ellos como corresponsal político y de guerras, dos matrimonios, dos hijos, toros, vinos y 60 años de rosas. Pero no, no, no, no, no: Frederick Forsyth sólo había cambiado de montaña. "Compáralo con un explorador que escala el Everest: la primera vez le resulta muy excitante, pero a la décima, seguro que empieza a apetecerle intentarlo con otra montaña. Yo voy a intentarlo con otra montaña. Realmente lo que dije es que no quería escribir más thrillers políticos, porque ya he escrito diez, ¡diez!; y de ahí dijeron que no iba a escribir más".

Pregunta.-Nadie hubiera imaginado que acabaría escribiendo una novela romántica.

Respuesta.-Ésa es la gran jugada: cambiar el estilo, el formato, el tema y buscar un público nuevo.

P.-Realmente esta novela parece un testamento: tanto asunto trascendental, tanta declaración...

R.-Bueno, fundamentalmente es una novela de amor, de un amor que, al ser imposible, primero se convierte en una devoción al dios del dinero y, más tarde, por una cuestión que es el misterio del libro, conduce a una reflexión sobre el alma humana, la redención, el diablo...

P.-¿Qué fue lo que le atrajo de la historia original, El fantasma de la ópera?

R.-Todo surgió hace 18 meses de una cena con Andrew Lloyd Webber, que es el autor del musical y un gran amigo mío, que ha conseguido el mayor éxito comercial jamás logrado a partir de un texto: 40 años en escena a razón de 10 representaciones simultáneas y diarias en todo el mundo, 1,4 billones de dólares de beneficios. Después de haber comido y bebido copiosamente, entre risas empezamos a elucubrar qué habría sido del fantasma, que según la leyenda nunca más fue visto. Probablemente inducido por el vino, dije: yo inventaré el fin de la historia. Una semana después, aquello había ido más allá del chiste. Andrew me pasó una vieja edición del original, un libro desaparecido que nadie ha leído. Descubrí que, mientras que el musical y las películas convierten a Erik en un monstruo cruel, la obra de Gaston Leroux es una historia de amor trágico al estilo de La bella y la bestia.

P.-A juzgar por su prólogo, también debió fascinarle su autor, porque tiene bastante en común con él: ambos se hartaron del periodismo en la treintena y se emplearon en escribir novelas con el único objetivo de ganar dinero.

R.-Sí, los dos fuimos corresponsales en el extranjero y nos retiramos a escribir novelas por dinero. Pero Leroux escribía de una forma furiosa, dos o tres al año, que tenían muy limitado éxito: tres meses y desaparecían, mientras él se gastaba todo el dinero. Murió en 1927 miserablemente.

P.-Una parte considerable de su versión del mito habla sobre la vocación periodística. Han pasado 31 años, señor Forsyth, ¿todavía la echa de menos?

R.-Sí, todavía. Cuando uno ha sido corresponsal extranjero y suceden cosas como ésta de Yugoslavia, desearía estar dentro de Kosovo con el ELK; aunque sabes que te pueden matar. Pero entonces se lo cuentas a tu esposa y lógicamente ella te dice que eres tonto.

P.-Uno de esos personajes periodistas de su novela dice que el periodismo es el mejor trabajo del mundo.

R.-Ese personaje tiene 24 años, y para él, las calles de Nueva York son una aventura tremenda. Yo sentí lo mismo cuando fui corresponsal de Reuters en París a los 23 años, cubriendo los tiempo de Charles De Gaulle: corría tanta adrenalina... Viajaba, conocía gente, veía cosas...

P.-¿No cree que, eso que cuenta de la guerra, más que un trabajo parece una devoción o un veneno adictivo o algo así?

R.-¿Veneno? Sí, puede ser una vocación envenenada. Es algo que se lleva dentro. Si uno es contable y lo deja, no va a echar de menos las columnas de números: oh, qué maravilla. No. Pero hay trabajos que realmente nunca te abandonan.

P.-¿Cree que un corresponsal de guerra, como usted fue en Biafra, su último destino, debería retirarse cuando la muerte deja de impresionarle?

R.-Mira, como dice John Simpson, que está en Belgrado cubriendo la guerra para la BBC, "he estado en 44 guerras pero nunca, nunca llegará el momento en que vea un cuerpo deshecho por las bombas y no sienta nada".

P.-Entonces es que mienten, porque no me diga que nunca ha escuchado a los corresponsales de guerra hablando de la muerte de otros con una frialdad escalofriante.

R.-Bueno, es verdad que no son tan sensibles como cualquier otro que nunca haya estado en un guerra. Pero yo no he conocido a ninguno que me haya dicho: nada me impresiona. Tal vez la capacidad de impresión disminuya, sí. Es lógico: la primera vez que ves un cadáver, guau; la segunda, buh; la centésima... (bosteza y se ríe). Tienen que tener un umbral muy alto para el horror, porque si no, no pueden hacer su trabajo. Como las enfermeras, que tienen que aceptar el hecho del dolor.

P.-El mismo personaje de su libro aprovecha la ocasión para impartir una lección magistral: el periodista debe desconfiar de todo. ¿Está de acuerdo?

R.-Han pasado 41 años, ha recorrido el mundo y le dice a sus alumnos que, como los periodistas somos testigos de la historia, si mentimos, los historiadores después darán esas mentiras por ciertas.

P.-Existe otra máxima periodística bien conocida que reza: "No dejes que la verdad te arruine un buen reportaje".

R.-Yo diría que esta máxima es más válida para los agentes publicitarios y asesores de imagen y toda esta gente que rodea a los políticos. Porque normalmente, la verdad es una buena historia. Nadie que vaya hoy a Kosovo va a tener que inventar ninguna masacre: la historia está ahí.

P.-En sentido contrario a la máxima, señor Forsyth, usted parece obsesionado con la verosimilitud de sus novelas. ¿No es la literatura el reino de la fantasía y la imaginación?

R.-Sí, me gusta la verosimilitud. Depende de lo que estés escribiendo. Cuando no hay pruebas sobre lo que escribes, puedes inventar; pero si yo digo que en Madrid no hay aeropuerto...

P.-Pues apenas mentiría. ¿Sabe lo que Gabriel García Márquez dijo en su taller de escritura sobre El Chacal?

R.-No, no lo sé, nunca lo he oído; ¿y qué dijo?

P.-Pues dijo que su novela sería una de las mejores del siglo si se hubiera atrevido usted a asesinar al general De Gaulle.

R.-¿Atreverme a matarlo? ¿Pero si estaba vivo? La historia que se cuenta es del 63 y él murió en noviembre del 70, y la novela se publicó en el 71.

P.-Sí, pero usted podría haberle matado en la ficción y así, según mantiene Márquez, al cabo de 200 años la gente no sabría realmente si el general murió en su lecho o en un ataque terrorista.

R.-Pero cómo iba a escribir eso en el año 70 si lo habían enterrado hacía apenas una semana. Sí, existe la posibilidad de cambiar la realidad 200 años más tarde y hacerla creíble, pero el mismo año de su muerte... Cómo vas a pretender que murió en el 63 si continuó gobernando Francia durante siete años más. Una vez se me acercó un joven de unos 20 años y me dijo que tenía una imaginación prodigiosa por haber inventado un personaje como el general De Gaulle. Nunca había oído hablar de él en las lecciones de Historia, porque no se da más que hasta la muerte de Kennedy.

P.-¿Y usted no cree que lo maravilloso de la literatura es precisamente eso, su capacidad de convertirse en algo más real que la realidad?

R.-Sí, yo también encuentro que hay personajes de novela más reales e interesantes para la gente que el señor Aznar, por ejemplo, o cualquiera de esos tipos grises. Son más reales aunque no hayan existido.

P.-Forsyth, ¿tiene usted cierto complejo de oráculo?

R.-No, realmente. Me limito a hacer cálculos: no era difícil saber que Margaret Thatcher iba a acceder al poder, ni que Rusia invadiría Afganistán.

P.-No hace mucho predijo que el Gobierno de Bruselas perdería toda su credibilidad, lo que en efecto ha sucedido.

R.-Tampoco creo que eso fuera muy difícil de prever. Era algo tan enfermo y corrupto: un secreto a voces. La salida de los comisarios era sólo una cuestión de tiempo, pero no importa: todos ellos volverán.

P.-¿Cree que este concepto de los estados unidos de Europa tiene algo que ver con las recientes demostraciones de racismo que, según los expertos, responden a un fenómeno nuevo y similar al Ku Kux Klan estadounidense?

R.-No, creo que son dos entidades diferentes. El fascismo y el nazismo siempre han estado ahí, aunque políticamente sean insignificantes. Después de estas tres bombas que han estallado en Londres, la prensa y el señor Blair han empezado a hablar de diez divisiones de nazis y bla, bla, bla. Y todo fue provocado por un maníaco en solitario. Se trata de un ingeniero, capaz de entender la información que circula por Internet sobre cómo fabricar una bomba. En Estados Unidos se venden auténticos manuales de cómo ser terrorista. Lo que sí está haciendo crecer el racismo son las fuertes emigraciones a Europa, porque el último extracto intelectual de la denominada sociedad blanca cree que ésta es la causa del desempleo. Entonces atacan la tienda de la esquina porque es de un paquistaní. La verdad es que ése que ataca no tendría trabajo en ninguna circunstancia, porque es un idiota.

P.-Predijo también que antes de acabar el milenio tendríamos un nuevo Hitler. Pero lo dijo mirando a Moscú y ...

R.-El gran miedo de Occidente es que en las próximas elecciones rusas puede surgir un hombre capaz de aglutinar el creciente y extremo nacionalismo. ¿Qué era Hitler sino un nacionalista extremo?

P.-Me parece que con Milosevic ya tenemos suficiente profecía. ¿No cree que el poder del dictador serbio podría haberse evitado?

R.-Milosevic era un paparatchik anónimo, sin cara identificable, uno de los instigadores del sueño de la Gran Serbia. Él no es para nada un nuevo Hitler: primero porque no gobierna un país grande y poderoso. Es un gánster político, y además es muy estúpido: lo es cualquiera que empiece a gobernar un territorio como Yugoslavia y acabe con una provincia del tamaño de Castilla.

P.-¿El objetivo de la OTAN tiene algo que ver con la minoría kosovar?

R.-No hay una motivación imperialista si es eso a lo que te refieres. ¿Qué interés puede tener EEUU en Kosovo, acaso se trata de un gran mercado donde vender chrislers o de un productor de petróleo? La OTAN tenía prueba aportadas por los servicios de inteligencia británicos y americanos de que Milosevic emprendería la solución final entre la primavera y el verano. ¿Iban a quedarse mirando la limpieza de casi dos millones de personas? Yo no critico el motivo, pero sí el modo en que se está llevando. Sobre todo por las interferencias políticas de Blair y Clinton: es una campaña lanzada por amateurs que supervisan a los profesionales. Tampoco se puede llevar a cabo una guerra comandada por 19 miembros a los que tienes que consultar cada vez que lanzas una bomba. El consejo de la OTAN no funciona.

P.-Volvamos a la novela. Hay un personaje que dice que el miedo siempre va acompañado de una fuerte fascinación. ¿Semejante axioma podría ser la base de todas las tiranías?

R.-A la gente le fascina el horror, y tal vez eso esté en el fondo de la atracción que produjeron individuos como Hitler o Stalin. Los grandes villanos de la historia han sido fascinantes para el pueblo, la gente todavía admira a Atila, a Gengis Kan. Los monstruos son más fascinantes que la gente buena.

P.-Forsyth, todos los poderosos ocultan alguna frustración.

R.-La que sí puedo decirte es que gente poderosa siempre está impelida a acumular más y más poder o más y más dinero, aunque no lo necesiten, y que probablemente esa fuerza que les guíe sea una carencia: buscan una compensación. Se dice que normalmente los hombres que fuman grandes cigarros tienen el pene pequeño.

P.-Ah, he de fijarme. ¿Y usted por qué dice que las mujeres no pueden ser femeninas si aspiran al poder; es que el poder tiene que ser tan masculino?

R.-Bueno, esto sonará muy sexista, pero yo creo que hay ciertos aspectos de la condición femenina que no se pueden cambiar. La natural tendencia de los hombres es competir, conquistar, explorar, escalar montañas, cruzar ríos, ir al fin del mundo. Hay ciertas mujeres que sienten esta inclinación: son precisamente aquellas que tienen muy pronunciada su parte masculina. No es que las mujeres no puedan subir montañas, es que normalmente no les gusta.

P.-Mire, piense lo que piense, el poder del mundo está cambiando y esto nadie lo para.

R.-El poder es como una montaña, hay que perseguirlo tiempo y tiempo. Una de dos, o esto cambia o será que las mujeres se convertirán masivamente al lesbianismo. Hay mujeres, las hay, que les interesa el poder: Bhutto, Golda Meier, Thatcher... pero cuando hablas con ellas, en su cerebro hay un gran componente masculino, que no tiene nada que ver con su físico. Bhutto es muy glamurosa y a Thatcher le encanta flirtear.

P.-Hay algo precioso reflejado en la novela que es el instinto femenino de protección hacia los otros. Usted tan masculino, ¿dónde lo aprendió?

R.-Observando la vida. Es biológico, parte de la naturaleza femenina y su capacidad de hacer niños. La compasión, el deseo de proteger, de ayudar, es más fuerte en las mujeres.

P.-Cuando dejó el periodismo dijo que estaba harto de la soledad del corresponsal y que quería fundar una familia. Unos 30 años después, ¿se siente solo en su granja?

R.-Bueno, más que harto lo que estaba era arruinado. Y en cuanto a ahora: no estoy solo, vivo con mi segunda esposa y me visitan los dos hijos que tengo del primer matrimonio. Si quiero estar solo, lo que suele ocurrirme el 50% del tiempo, me encierro en mi estudio, que es un granero rehabilitado.

P.-Señor Forsyth, ¿por qué continúa escribiendo si su único móvil es el dinero?, ¿no tiene suficiente, o tal vez le ocurre como a los poderosos?

R.-No tengo otra razón a parte del dinero, no. Escribo cada tres años, más o menos cuando se me acaba el dinero. Nunca llego a arruinarme, pero a las mujeres les gusta gastar, los chicos tienen muchísimos gastos, la granja no da beneficios...

P.-¿De qué tipo de familia procede usted?

R.-Muy corriente. Mis padres eran tenderos en una pequeña ciudad del sudeste de Inglaterra, Ashford, en Kent. Nada extraordinario: fui hijo único, mi primera memoria es la II Guerra Mundial. Según los estándares de la moderna corrección, fui educado en una horrible ordinariez: mi padre quería a mi madre, mi madre a mi padre, los dos me querían y yo, a ellos. Es claramente una receta para un ser humano asquerosamente normal.

P.-Pero fue hijo único, todos los hijos únicos salen raros.

R.-¿De verdad? Mi mujer también es hija única, por tanto debemos ser una pareja rara. A partir de ahora les preguntaré más a mis amigos si son únicos o no.

P.-Sinceramente, señor Forsyth, ¿es usted un buen cristiano?

R.-No soy agnóstico, pero no suscribo todo el menú católico, que en gran parte me parece una superstición. Soy un nuevo gourmet de la religión: sólo en pequeñas porciones.

Una humanidad espesa tapiza el césped de la plaza del Soho. Individuos con sándwich se disputan 200 metros cuadrados de verde dudoso: es la búsqueda de la tierra en el meollo de la mega urbe a la hora del lunch.

Nadie, absolutamente nadie mira a Frederick Forsyth que posa para el fotógrafo con una sonrisa nada natural. Camina tranquilo el escritor: un escritor aquí no es una estrella de feria. Lleva sobre sus hombros una leve joroba de años y tal vez de excesos: seguro que en otro tiempo marcharía de pecho henchido el galante reportero.

Boris 15 oct.2008