Orson Welles 4


El bueno de Orson siempre hacía todo a lo grande. Era la encarnación misma del exceso. La manifestación del derroche. El creador de efectos. El talento y la voz.

El bueno de Orson era un auténtico manipulador. Un tipo dotado para la fábula y el verbo, un hombre de extraordinaria inteligencia, capaz de extraer de recursos básicos y limitados, resultados inolvidables.

Sin embargo, Orson y yo sabemos que su alegría es fraude, que su verdadera creencia del mundo se aproxima al desencanto, que siempre tuvo una herida que no dejó de sangrar...

Orson es un hedonista de vuelo oscuro y agotada esperanza, que trata de desprenderse del pasado e ignorar el futuro, para exprimir un presente sin otras normas que las de la pasión y el ego.

Orson es un genio, sí. Pero más que admirarle, lo quiero. Porque más que su impulso y su inteligencia, más que su creatividad o su capacidad de riesgo, más que sus cualidades de actor, más que su talento cinematográfico, lo que me conmueven son sus convicciones; porque son oscuras como la noche más negra, porque cree profundamente que la derrota es un signo inaprensible que está grabado en el alma, que no puede borrarse, que siempre estará ahí. Siempre enseñó, porque la vio siempre, la caída del hombre. No bastan la riqueza y el talento, el poder y la suerte, la voluntad y el fuego del amor, para ser ajeno a la derrota. Por la fuerza de las circunstancias o la fragilidad de sí mismo, el hombre siempre cae... y a veces vuelve a levantarse. Y esto último sólo lo sugiere, porque Orson está convencido de que siempre volverá a caer. Caerá por ambición o por celos, por corrupto o torpe, por los pasos en falso o el avance del tiempo, pero caerá. Es un hecho.

El bueno de Orson es un verdadero maestro en el montaje de historias, dotado de un talento inigualable para la construcción de tramas, un afinado arquitecto para desarrollar el croquis de sus proyectos, con una capacidad creativa que late más deprisa que su propio ser, con el estallido propio de un adolescente desbocado que imprime una personalidad que se manifiesta descontrolada y débil y que sin embargo se afianza con la rotundidad del trueno... Y sin embargo, el trueno pasa, como muchas veces Orson, sin dejar otra huella que la admiración o la expresión de los perplejos. Tocando levemente el corazón. Pero Orson se adueñó del mío, y creo profundamente que su falta final de comunicación con algunos, nace de la ocultación de su verdadera voz en pos de un resultado artístico dictado desde el intelecto y la sangre, donde el exceso de ingenio natural se convierte en la más pesada de las losas. Porque Orson jamás fue un lírico, ni un comediante, ni un fantasioso; a pesar de que, estoy convencido, tuvo el dolor de los poetas, la incomprensión de los fracasados, el gozo de los sensuales, la ácida ironía de los inteligentes y la imaginación de los alocados. Contaba historias y hacía papeles. Y ya está. Vivía. Pasaba página, porque en la vida sólo se puede pasar página y no cabe la depresión ni el desconsuelo, sino el puñetazo en la mesa, la confianza en el propio don, y la aceptación de la naturaleza de las cosas: que el hombre siempre es fiel a su derrota y que sin embargo debe seguir. Cuando esa es tu última creencia sólo puedes pasar página, como te detengas te mueres. Por eso jamás Orson juega a moralista edulcorado, no es un hacedor de juicios ejemplarizantes, nada es ejemplar, cuenta lo que ve y se explaya en la grandeza de los despreciables, considerando solamente el curso de la historia y la muestra del potencial perdido.

Lo confieso, durante muchos años fui un fan de Orson, y Sed de mal mi película favorita. Recuerdo que zanjaba muchas veces mis discusiones cinematográficas enarcando milimétricamente la ceja, para que mi comentario fuera cargado de un ligerísimo desprecio al escupir: «Tú no has visto Sed de mal». En un gesto concreto y calculado, que más que muchas horas de espejo, lo que tenía eran muchas horas de cine. Para terminar bendiciendo a Orson con un categórico: «nunca estuvo más gordo, nunca estuvo mejor».

Ahora que ya no tengo ídolos, que sólo permito concesiones al presente, que soy más sabio -¿o debería decir desencantado?- no puedo evitar emocionarme al recordar cómo, viendo Sed de mal, encajonado en el sillón orejudo, en la más absoluta oscuridad donde mi padre me enseñó a ver el cine, Orson me arranca el corazón compadecido ante el espectáculo triste de su derrota.

Déjenme que les diga: verdaderamente fue un hombre excepcional.

Sed de Mal


Marcelo 04 sept.2008 sacado de www.miradas.net

Mussorgsky


Módest Petrovich Mussorgsky, fue un compositor ruso que nació el 21 de marzo de 1839 y murió el 28 de marzo de 1881. Es más conocido por su ópera Boris Godunov. Desde pequeño escuchaba canciones de folclore y fue esto lo que lo impulso a improvisar en el piano, incluso antes de que su madre le enseñara.

Durante su aprendizaje en San Petersburgo estudió piano con Anton Herke, desarrollando considerablemente su habilidad como actor e improvisador.

Petrovich entró en la Escuela Imperial de Cadetes en 1852 y al Regimiento de Guardias Preobrazhensky en 1856. Durante el invierno de 1856 a 1857 acudió a los musicales de Aleksander Dargomyzhky donde conoció a Cesar Cui y a Mily Balakirev. A los 19 años, un ardiente idealista, resignó a su comisión por una vida “de esfuerzo”; luego de esto Mussorgsky trabajó por un tiempo en administración pública. A principios de 1860, el grupo de compositores era conocido como “Los Cinco” formado por Balakirev, Cui, Mussorgsky, Aleksander Borodin, y Nikolai Rimsky-Korsakov los cuales se comprometieron con la música nacionalista rusa. El compromiso de Modest se relacionaba principalmente con la ópera.

El interés por el realismo y la sensibilidad de la música, y la preocupación frente a las cuestiones sociales y morales aparecieron en sus canciones de 1860 “El seminarista”, “La salida” y “La niña huérfana”. Pero estos elementos dentro de sus obras hicieron que sus óperas tengan más éxito. Entre 1863 y 1866 el se empezó a adaptar al Salammbo de Gustave Flaubert, después vino "El casamiento de Nikolai Mogol", pero ninguno de ellos fue terminado. Petrovich empezó a escribir su obra Boris Godunov en 1868. La primera versión se terminó en 1869, pero fue rechazada por los Teatros Imperiales.

El autor remodeló la ópera entre 1871 y 1872. La partitura de esta versión definitiva de la ópera fue publicada justo antes estreno en 1874. Para ese tiempo ya estaba escribiendo “Khovanshchina”, otra de sus óperas históricas, y después de eso empezó con la alegre “Caída en Sorochinsk”. (Rimsky Korsakov completó Khovanshchina, solo revisando otros trabajos incluyendo Boris Godunov, Cui y la terminada "Caída").

A comienzo de 1870 también produjo el ciclo de canciones “Sombre y canciones y danzas de la muerte”, el poema "Una noche en la montaña" y el ciclo de piano "Cuadros de una exposición". El alcoholismo arruinó su salud por lo que falleció en San Petersburgo en 1881.

La música de Mussorgsky es distintivamente rusa. En cambio los elementos característicos para la música folclórica son abstractos para sintetizar un estilo original de la melodía basada en formular figuras, la armonía derivada de la hetereofonía, y el ritmo fundado sobre los diseños irregulares de ciertos géneros folclóricos. Su preocupación por la comunicación precisa de la personalidad y la emoción lo llevó a un nuevo estilo, que tuvo éxito en reproducir la esencia del estilo ruso en su modo de ópera.

Cuadros de una exposición.



M., sacado de www.piano red.com 03 sept 2008

Huidobro 2


Vicente Huidobro nació en Santiago de Chile el 10 de enero de 1893. Desde muy joven mostró una gran inquietud por la literatura y su origen acomodado le permitió, por un lado, estar en contacto con las novedades que se iban gestando en Europa, y, por otro, cultivar su afición a la literatura desde muy pronto. Inició sus estudios en el colegio que los jesuitas regentaban en su ciudad natal, pero pronto habría de abandonar voluntariamente el colegio de San Ignacio para no volver más y volcar todos sus esfuerzos en las tareas literarias: fundó revistas de poesía, organizó tertulias literarias y empezó a escribir y publicar sus primeros poemarios. Por entonces, casi un adolescente, Huidobro no había encontrado una voz poética propia, pero sus ecos lo eran de las grandes figuras poéticas de finales del siglo XIX y principios del XX: Gustavo Adolfo Bécquer, Rubén Darío, Apollinaire... De este modo, cuando en 1916 abandona por primera vez su tierra natal y emprende un peregrinaje artístico que durará años, Huidobro ya había publicado seis libros, la mayoría de ellos de poesía: Ecos del alma (1911), La gruta del silencio (1912), Canciones en la noche (1913), Las pagodas ocultas y Pasando y pasando, ambos de 1914, y, por último, Adán (1916).

El primer hito dentro de la peregrinación artística de Vicente Huidobro será Buenos Aires, ciudad donde, por vez primera, se formula el Creacionismo, que es, cronológicamente, el primer movimiento de vanguardia nacido en Latinoamérica. Sin embargo, el origen del Creacionismo lo encontramos ya en la temprana fecha de 1914, en el manifiesto «Non serviam», donde Huidobro había delimitado algunos aspectos fundamentales de su particular vanguardia, empezando por el del artista creador -y no imitador de la Naturaleza-: «Non serviam. No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo. Te servirás de mí; está bien. No quiero y no puedo evitarlo; pero yo también me serviré de ti. Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis estrellas». Además, también el poemario Adán contenía una clara alusión a ese afán genesíaco del vate chileno y en él Huidobro optaba claramente por el versolibrismo, según lo que él mismo enunciaba en el «Prefacio» a dicho volumen, uno de sus textos programáticos más importantes, ya que en él reconoce su deuda con Emerson en lo referente a la percepción de la belleza. En Buenos Aires, por otro lado, verá también la luz su siguiente poemario, El espejo de agua -en realidad, una plaquette con nueve poemas-, cuya primera composición, titulada precisamente «Arte poética», es, en realidad, un verdadero manifiesto estético del Creacionismo:

Que el verso sea como una llave

Que abra mil puertas.

Una hoja cae; algo pasa volando;

Cuanto miren los ojos creado sea,

Y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;

El adjetivo, cuando no da vida, mata,

Estamos en el ciclo de los nervios,

El músculo cuelga,

Como recuerdo, en los museos;

Mas no por eso tenemos menos fuerza:

El vigor verdadero

Reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa ¡oh, Poetas!

Hacedla florecer en el poema;

Sólo para vosotros

Viven todas las cosas bajo el Sol

El poeta es un pequeño Dios.

En este breve poema ya podemos ver claramente formulados algunos de los principios teórico-poéticos fundamentales enunciados por Huidobro. Así, por ejemplo, su concepción del poeta como un pequeño Dios, que ha dado la vuelta al mundo. Curiosamente, en un ensayo de estética, «La creación pura», publicado 1921, el poeta chileno revelaría el verdadero origen de esa concepción, que entroncaría, más que con la tradición poética occidental, con la tradición precolombina: «Esta idea de artista como creador absoluto, del Artista-Dios, me la sugirió un viejo poeta indígena de Sudamérica (aimará) que dijo: 'El poeta es un dios; no cantes a la lluvia, poeta, haz llover'».

De acuerdo con lo que se ha venido diciendo, cuando a finales de 1916 llega a París, Vicente Huidobro no es, ni mucho menos, un principiante que se arroja al mundo de las letras, sino un poeta consolidado que trae bajo el brazo el primer movimiento de vanguardia aparecido en América Latina. Su primera estancia en París habría de prolongarse por espacio de dos años, tiempo que le sirvió para entrar en contacto con los miembros más destacados de las diferentes vanguardias -tanto pictóricas como literarias-: Max Jacob, Picasso, Juan Gris, Pierre Reverdy... Desde entonces, Huidobro se ha ganado un lugar de preeminencia dentro de las vanguardias, aunque lo cierto es que su obra maestra no aparecería hasta 1931, año en que se dieron a las prensas el poema-libro Altazor y el conjunto de prosas que conformaron Temblor de cielo, uno de los títulos favoritos de su autor. Una de las grandes formulaciones teóricas del Creacionismo será la traducibilidad de la poesía, de ahí que el poeta chileno empezara a ensayar un tipo de poesía escrita en una lengua que no fuera la materna, en este caso la francesa, ya que eso le permitiría liberar a la poesía de unas concepciones heredadas con la lengua que se adquiere de manera natural. Por eso no debe extrañar que sea precisamente durante su primera estancia en París cuando empiece a publicar poemarios como Horizon carré (1917) y Tour Eiffel (1918), escritos y concebidos en una lengua que Huidobro alternaría con el español hasta el final de sus días, el francés.

En 1918, Vicente Huidobro dejó su residencia en París y se trasladó a Madrid, portando con él muchas de las novedades vanguardistas que se habían gestado en la capital francesa. En este sentido, no sería vano apuntar que el poeta chileno fue uno de los introductores de las vanguardias en España, pues llevaba con él informaciones de primera mano, referentes, por supuesto, al Creacionismo, pero también al Cubismo literario y a las demás vanguardias parisienses. Durante su primer año de permanencia en Madrid publicó Poemas árticos y Ecuatorial -un largo poema cuyo tema es precisamente la guerra europea-. A partir de entonces, y durante toda la década de los años veinte, París y Madrid serían los dos lugares donde Huidobro editaría fundamentalmente sus obras, exceptuando Vientos contrarios (1926), publicada en Santiago de Chile, donde verían la luz todos los libros de Huidobro a partir de La próxima (1934).

En 1923 Vicente Huidobro publicaba un ensayo titulado Finis Britannia, escrito originalmente en francés, que daba cuenta de una inquietud política por parte del vate chileno. Así, ese ensayo no era sino una exacerbada crítica a la política imperialista llevada a cabo por la corona inglesa. Este texto le causó algunos problemas, pero es importante porque despierta en él un interés por la actuación política que lo conduciría hasta ser propuesto, en su país natal, como candidato para la presidencia de la República, aunque, bien es cierto, sin mayores consecuencias. A partir de 1925, Huidobro alterna sus estancias en París con sus estancias en Santiago, e incluso permanece en Estados Unidos durante algún tiempo. Por otra parte, en esa etapa se separa definitivamente de la que había sido su esposa, Manuela Portales, e inicia una relación con Jimena Amunátegui, con quien después se trasladaría a Francia, donde vuelve a instalarse. Durante los años treinta, Huidobro alterna sus estancias en Santiago de Chile con sus estancias en Europa, sobre todo en Madrid y París. Cuando estalló la Guerra Civil en España, el poeta chileno participaría activamente, junto a muchos otros intelectuales europeos y americanos, en el Congreso de Escritores Antifascistas celebrado en Valencia en 1937. Del mismo modo, habría de ser corresponsal durante la Segunda Guerra Mundial en el ejército francés. Al acabar la contienda mundial, Huidobro regresó a Chile, instalándose de nuevo en Santiago hasta el final de sus días. La muerte le sorprendería el 2 de enero de 1948, en una finca próxima a Santiago, donde solía invitar a sus amigos y colegas; con él moría una de las figuras más destacadas de la poesía chilena del siglo XX, fundador y teórico de una de las vanguardias literarias más genuinas, el Creacionismo.

Balada de lo que no vuelve.


Boris 03 sept. 2008

sacado de www.cervantesvirtual.com

Fotos de Valparaiso