El 11 de Septiembre

Hay fechas que se gastan por el efecto de la repetición, el cansancio, la mala memoria. Neruda escribió en alguna parte, y lo cito de memoria, en forma probablemente inexacta: he leído tantos versos sobre el primero de mayo, que a partir de ahora sólo escribiré sobre el día dos de ese mes. Eran versos de autocrítica, de distancia irónica: no fueron bien entendidos en su tiempo y tiendo a pensar que ahora están perfectamente olvidados.

El 11 de septiembre, como fecha simbólica, como culminación de una crisis nacional, no se ha gastado en la misma forma. Su memoria todavía es viva, dramática. Pero es probable que las conclusiones, algo que podríamos definir como el legado de esa fecha, no sean todavía claras, aleccionadoras, educativas. Leo que un grupo de parlamentarios de diversas tendencias, de izquierda, centro y derecha, se dio la mano, se abrazó, se hizo fotografiar en el edificio del Congreso, con la idea laudable de preparar un 11 de septiembre pacífico. Celebro este ánimo de reconciliación, pero temo que no haya llegado demasiado lejos. Escribo en la mañana y me imagino que en el atardecer comenzarán los disturbios, las pedradas, las quemas de neumáticos. Me digo que el once provoca inevitables manifestaciones contra “el sistema”, y lo curioso es que los manifestantes, en su enorme mayoría, son personas que estaban muy lejos de haber nacido ese día y que tienen nociones nebulosas y algo mitológicas de todo el asunto. Queda, entonces, en algunos márgenes, en grupos juveniles, como legado del 11, después de 35 años, que es el espacio de una generación completa, la vaga idea de que hay que salir a la calle y protestar. Y si se encuentra alguna ministra de Estado a distancia de tiro, hay que lanzarle un jarrazo de agua fría: por ser representante, digamos, del orden establecido, de los poderes fácticos. El autor del jarrazo siempre podrá contar con alguna gloria transitoria.

Habría, pues, en la mente colectiva, un 11 de septiembre contemplado desde la marginalidad, con ánimos que se podrían llamar anarquizantes, sin nociones claras, sin un esquema ideológico más o menos estructurado. Lo cual no significa que los sectores del país que tienen una visión algo más madura de la política, de la sociedad, de la historia reciente, carezcan de opinión con respecto a esa fecha. Las conmemoraciones programadas para todo el día jueves así lo demuestran. Pero me parece que las opiniones más arriesgadas, las más definidas y tajantes, las que suponen un análisis político más desprejuiciado y más renovado, en el verdadero sentido de esta palabra, no se declaran por ningún motivo. En Chile se ha podido producir una coalición eficiente de socialistas, de socialdemócratas y democratacristianos, coalición que también permite incluir a algunos radicales y liberales, porque nadie escarba demasiado en los detalles de aquella historia, en los errores y los excesos que llegaron desde todos los lados del espectro. Hemos tenido, en esta forma, gracias a esta memoria mitigada de los hechos, a dos presidentes socialistas, miembros del partido de Salvador Allende, herederos legítimos de sus valores simbólicos, pero apoyados, sin embargo, en una coalición moderada, de centroizquierda, y que aplican una economía de mercado relativamente ortodoxa. En la medida de lo posible, han sido gobiernos que implementan acciones de protección social, de apoyo a la educación y a la salud públicas, pero siempre que no alteren las reglas básicas de la macroeconomía. Basta observar con un poco de atención a los ministros de finanzas respectivos, criticados con majadería, pero en último término respetados.


Esto lo entienden todos los chilenos del interior, o por lo menos los que han ingresado a la edad madura, y lo rechazan muchos de los chilenos del exilio, que se han quedado, aunque sea duro decirlo, anclados en la mentalidad de ese 11 de septiembre ya remoto y no han evolucionado con toda la experiencia interna, compleja, diaria, de estos 35 años.


Además, hay que tomar en cuenta un detalle que es mucho más que un detalle: el exilio era forzado hace años y ahora es voluntario. Los chilenos del exilio adquirieron lealtades nuevas, que también forman parte de este largo proceso: lealtad parcial, si se quiere, pero sólida, bien enraizada, a países como Suecia, Francia y Alemania, España, incluso a Japón. Porque conocí a exiliados chilenos en lugares tan remotos como Osaka o Kioto, o como Quebec y Montreal, y todos exhibían un sentimiento particular, que aquí deberíamos entender, por su nueva o segunda patria: eran perfectamente chilenos, pero con una fibra sueca, japonesa, canadiense, metida muy en el fondo, con hijos de esas nacionalidades, con amigos, con gratitudes para toda la vida.


Está bien, pues, que nos saludemos, nos abracemos y nos fotografiemos juntos, tirios y troyanos. Es, quizás, un reconocimiento y un homenaje al tiempo transcurrido. Y es probable, también, que estos saludos y estos abrazos sean más fáciles en ausencia de los grandes personajes políticos del pasado reciente. La situación me trae el recuerdo de los primeros años del post-franquismo en la España de la década de los setenta: después de asistir a la proyección de un documental sobre la guerra y de participar en un copioso y bien regado almuerzo, el general comunista Líster, personaje legendario, jefe del famoso Quinto Regimiento del ejército republicano, y su archienemigo, el comandante falangista De la Rosa, salían de la sala fumando un puro y tomados del brazo. Y pensar, comentaba De la Rosa, que si te hubiera visto en la calle hace diez o más años, habría sacado de inmediato mi pistola y te habría pegado un tiro. ¿Será que los cuarenta años de franquismo marcaban el paso de una generación completa, un relevo y un inevitable olvido, y que algo parecido nos empieza a suceder a nosotros con nuestros 35 años después de aquel once?


En resumen, las diferentes visiones del 11 de septiembre, con todos sus elementos emotivos, parecen más bien superficiales. Se habla de la memoria histórica, pero se practica, de hecho, una memoria ceremonial, más retórica que verdaderamente histórica. Me pregunto si esto no es una constante chilena, una manera de acercarse a la historia con algo parecido a la fascinación y alejarse siempre de los puntos de verdadero conflicto. Para mí, las conmemoraciones del 11 de septiembre deberían dar lugar a una reflexión seria sobre el complicado tema de la democracia en Chile y en América Latina. Porque las reales convicciones democráticas, la estabilidad de nuestros regímenes legales y constitucionales, no son valores completamente adquiridos en la región. Parece que Chile tiene un poco más de vocación y mejores convicciones que algunos de los países cercanos, pero esto no es una verdad segura. Habría que convocar, para un próximo 11 de septiembre, a un gran seminario o un gran congreso acerca de los problemas de la democracia entre nosotros. Sería, si lo hiciéramos bien, una manera de recuperar el liderazgo intelectual y político que tuvimos hace muchas décadas y que ahora brilla por su ausencia. Pero la imagen de Chile que se pretende difundir ahora anda por lados muy ajenos. Es una imagen, precisamente, más que un tema de fondo. Entonces, hago mutis por el foro y me repliego en mi palco acostumbrado: cruzando los dedos, sin hacerme demasiadas ilusiones.


Jorge Edwards


VLeal. 15 de Sept 2008 sacado de WWW.lasegunda.com

Munch

El grito , 1893.
Munch describió así la experiencia que lo llevó a pintar esta obra: "Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado. lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza".







Pocos artistas como Munch ofrecen una relación tan estrecha entre vida y obra: los avatares personales ejercerán una influencia decisiva en la orientación de su actividad artística. Edvard Munch nace en Loten (Noruega) en 1863, hijo de un médico castrense. Cuando aún no ha cumplido los cinco años, su madre muere víctima de la tuberculosis. Se inicia de esta forma tan temprana una relación con la muerte que habría de obsesionar al pintor durante toda su vida, pues nueve años más tarde fallecería, a causa de esta misma enfermedad, su hermana Sophie, apenas dos años mayor que él. En un entorno que el artista definió como un lugar "opresivo y triste" transcurre su infancia.

París y el impresionismo

Tras permanecer un año en la Escuela Técnica de Cristianía (la capital de Noruega, que a partir de 1924 se llamará Oslo), donde había iniciado estudios de ingeniería, en 1880 toma la firme decisión de dedicarse a la pintura, y con ese propósito se inscribe en la Escuela de Dibujo de la ciudad. Los primeros años de actividad están marcados por su relación con los ambientes más radicales de Cristianía, y, en particular, con el escritor de ideas anarquistas Hans Jaeger. En su posterior evolución artística va a ser de suma importancia la visita que realiza en 1885 a París, donde tiene la ocasión de asistir ala gran exposición impresionista que ese año se celebra en la galería Durand Ruel y que exhibe, entre otras, obras de Monet, Renoir, Degas, Pissarro y Seurat. La segunda mitad de la década de los ochenta supone la aparición de algunas de las preocupaciones que luego se harán obsesión durante toda su vida y que se reflejan en obras tan importantes como las primeras versionés de Pubertad o Al día siguiente. La obra más importante de este periodo es La niña enferma, en la que evoca su experiencia personal con la muerte de su hermana, y donde ya aparece la desolada visión de la existencia que habría de marcar la mayor parte de su producción.
En 1889 se produce un cambio sustancial en la obra de Munch, ya que en octubre de este año viaja a París con una beca del gobierno noruego. Tras pasar por el estudio de un pintor academicista, se instala en Saint Cloud, en las afueras de París, donde realiza obras de corte impresionista. Insatisfecho con las limitaciones que el impresionismo le impone, en el verano de 1891 va a dar un giro radical a su trabajo, en el que tiene un papel decisivo el conocimiento de la obra de artistas como Whisder, Bocklin, Gauguin y Van Gogh.
En 1892, Munch participa en la exposición de la Berliner Künstlerverein (Círculo de artistas berlineses). En un país que aún no había asimilado la experiencia impresionista, la valiente apuesta de Munch pareció poco menos que intolerable. La polémica en torno a la obra del artista noruego alcanzó tales proporciones, que la exposición acabó siendo clausurada al cabo de una semana. El rechazo suscitado por esta decisión se concretaría en la formación de un grupo de pintores que, con Max Liebermann al frente, abandoraron en señal de protesta la asociación y pasaron a llamarse -a imitación de sus colegas de Múnich- la Secesión. En cuanto a Munch, la celebridad que el suceso le otorga le permite realizar exposiciones por toda Alemania -donde fija suresidencia-, sentando las bases de una profunda influencia en el arte centroeuropeo, que se manifestará con toda su intensidad en el expresionismo de las dos primeras décadas del siglo XX.
De nuevo, París va a ser el catalizador de una transformación en su obra. Su tercera estancia en la ciudad, a partir de 1895, supone el afianzamiento de la impronta de los grandes genios del posimpresionismo, especialmente de Gauguin y Émile Bernard, cuyas figuras en silueta, extremadamente simplificadas y carentes de modelado, habrían de tener su correlato en la obra de Munch. Esta tendencia decorativa coexiste con una deformación expresiva del motivo, muy en la línea de Van Gogh. Este conjunto de influencias se plasma en un importante ciclo de pinturas que Munch denominó "El friso de la 'Vida": obras como Melancolía, La enredadera roja, La 'Voz y, sobre todo, El grito, expresan, con un lenguaje nuevo, sus experiencias personales sobre el amor, la enfermedad, la muerte y la propia naturaleza. En contra de lo que su arte ensimismado pudiera sugerir, los años previos a la crisis nerviosa de 1908 son de continuos viajes, alternando largas estancias en Alemania y París, con veraneos en su casa Noruega de Argardstran, en el fiordo de Oslo. Si los temas de sos obras presentan cierta continuidad a lo largo de su vida, no ocurre otro tanto con la elección de las técnicas.
En torno al cambio de siglo, el pintor abandona los trazos sinuosos que envuelven amplias superficies de colores planos, para adoptar un modo mucho más expresionista de pinceladas anchas y muy largas, que subrayan un uso cada vez más arbitrario del color. Un cambio que se aprecia claramente en su serie de pinturas de la Habitación Verde, o en las sucesivas variaciones del tema de la asesina, y que habría de hacerse patente tras la crisis de 1908. En efecto, en otoño de ese año, los problemas nerviosos del artista, agravados por los efectos del alcoholismo, le obligan a permanecer internado ocho meses en una clínica psiquiátrica de Copenhague. Restablecido, regresa a Noruega e inicia un periodo en el que su obra muestra una nueva vitalidad. Un excelente ejemplo de ello son los paneles que decoran el Aula Magna de la Universidad de Oslo. Este optimismo es paralelo al reconocimiento general de su obra, que se concreta en la exposición del Sonderbund de Colonia en 1912 -donde se le equipara en importancia con Cézanne, Gauguin y Van Gogh- y la del año siguiente de Berlín. Munch pasará las últimas dos décadas de su vida retirado en su finca de Ekely, en las afueras de Oslo, entregado con renovada intensidad a la pintura. En enero de 1944, en una Noruega ocupada por las tropas alemanas, Edvard Munch muere como había vivido: completamente solo.
Marcela. 12 sept.2008 sacado de imagenandart.com