SESIÓN CONTINUA
Una entrevista a Quentin Tarantino, por Clemente Corona
Una entrevista a Quentin Tarantino, por Clemente Corona
En 2007, los únicos cines de sesión continua que existen son las salas X, pero no siempre fue así. La generación que ahora ronda los cuarenta años es la última que disfrutó en su infancia de dos películas por el precio de una en cines que estaban al lado de su casa, cuando las carteleras de los periódicos se separaban en “Estrenos” y “Sesión continua”. En España, el programa lo formaban, casi invariablemente, alguna cinta estrenada meses atrás y otra cosa tan rara como mala rodada en régimen de coproducción con italianos metidos de por medio. La chavalería ni se enteraba de la mala calidad de las copias y disfrutaba de lo que ya se había disfrutado, meses atrás, en los cines del centro de la ciudad o de la lejana capital de provincia.
En Estados Unidos, el concepto era mismo, pero más enriquecedor: los cines del centro, viejos, grandes y caros de mantener, generaron su propia “cuota de pantalla” a base de películas intencionadamente malas a las que ni se les ocurría mirar de reojo a las series B o Z. Cintas que escapaban a la clasificación de los géneros y saltaban por encima de los márgenes de la industria para hacer dinero y satisfacer el hambre del público con los temas que los estudios –fueran grandes o pequeños- no se atrevían a tocar. Sexo, caníbales, zombies, caníbales zombies, abuso de drogas, zoófilos nazis o gore. O todo junto, rodado de cualquier manera en diez días y publicitado en carteles demasiado explícitos incluso para los ojos europeos, impresos con tinta mala y que convertían a las portadas de los libros pulp en obras maestras del Renacimiento. Una manera de ver y hacer cine al que también mató, en los ochenta, aquel lema de Sony de “Un vídeo en cada hogar”. Se cerraron los drive in de las campas de las afueras, y los alcaldes limpiaron el centro de las ciudades de putas, sex shops y movie theaters donde se podía uno encontrar de todo. El cine grindhouse murió. Los miles de películas rodadas en veinte años quedaron como pasto de cinéfilos y frikies de pro. Hasta ahora.
De todos los directores de cine –al menos, de los conocidos por eso que se dice el gran público- hay uno que, además de por un envidiable talento que raya en lo insano, destaca por su saber enciclopédico sobre películas. Y cuanto más malas, mejor y más sabe. Ese director es Quentin Tarantino. Tarantino (Knoxville, EE UU, 1967) aprendió y vio mucho de adolescente, y terminó el master de deglutir cine de todo tipo siendo dependiente en un videoclub en un barrio poco recomendable de Nueva York. Amante y consumidor devoto y confeso de cultura basura, Tarantino dejó claro desde el comienzo que el suyo era cine adrenalítico que bebía de las fuentes más dispares: Pelham 1, 2, 3 y Hong Kong para Reservoir Dogs, blackexploitation para Jackie Brown, giallo y artes marciales en Kill Bill… Así que no puede extrañar a nadie que, si hay alguien capaz de recordarnos cómo sabía y olía el cine de barrio a la americana, sea Quentin Tarantino. Y el más puro, el más auténtico, el más friki de los Tarantinos posibles está en Death proof, su parte de esa sesión doble que, junto a Planet Terror de Robert Rodríguez, es Grindhouse. El carnaval de humor más allá del negro y atropellos indiscriminados que firma, produce y promociona, es la versión Ultimate de las slasher movies de los setenta, un género cuyas películas se ceñían a un patrón invariable: psicópata mata aleatoria y salvajemente durante todo el metraje a adolescentes –principalmente colegialas macizas- en lugares dejados de la mano de Dios –pueblos de Kentucky y sitios por el estilo.
Sólo a Tarantino se le podría ocurrir un Kurt Russell sobrado de testosterona que masacrara al volante de un Ford a cuánta rubia se le pusiera por delante. Y salir más que triunfante del intento. Sólo queda rendirse ante este festín a prueba de balas –valga la redundancia- que es Death proof. Sólo fuera por el impacto que produce escuchar, un buen día de julio a las diez de la mañana –hora del Pacífico-, a un sobrecafeinado Quentin Tarantino recreándose en el slang, alabando a Jess Franco y dando un titular tras otro.
Death Proof es una demostración de su amor por los programas de sesión continúa, por las grandes pantallas de las salas del centro, por una manera de disfrutar del cine. ¿Cuánto tiene la película de homenaje a ese cine con el que usted creció y ya no existe? ¿Lo echa de menos?
Definitivamente, sí. La película es para las generaciones más jóvenes, que no conocen un cine así, y que con Death Proof pueden experimentar todo lo que conlleva el cine grindhouse. Uno siempre piensa que el cine con el que ha crecido es mejor que el actual y, sí, también es cierto que echo mucho de menos la sesión continua, las grandes salas del centro, la experiencia que tenías antes sólo por ir al cine. Y más aún hoy en día, con todos esos complejos de multicines en los centros comerciales que están terminando con esa experiencia. Con tantos anuncios como ponen antes de que comience la película, cada vez es más parecido a ver la tele.
¿Cómo decidieron Robert Rodríguez y usted el trabajar tan estrechamente en este proyecto que es Grindhouse? ¿Cómo eonfocó usted su parte?
La idea viene de un día que Robert estaba en mi casa. Yo tengo una colección muy grande de carteles de películas, libros de cine, gooddies, ya sabes, ese tipo de cosas y, bueno, tengo muchísimos carteles de películas de sesión continua, esas películas salían con un montón de ellos. Robert vio uno, el de Dragstrip Girl, una película que a los dos nos gustaba mucho, y me dijo “sería divertido hacer una película como esas, de sesión continúa. Siempre he pensado que molaría hacer algo así”, y nos pusimos a ello, a crear una experiencia de ese tipo, de ver películas de ese modo. Decidimos hacer una sesión continua de verdad, porque sería más divertido y más popular. Robert vino inmediatamente con lo que quería hacer: una película de zombies. Ya tenía como 20 ó 30 páginas escritas de un guión desde hacía tiempo, así que me llegó a mí la hora de pensar que quería hacer yo, y empecé a pensar en una película slasher. Estuve viendo un montón de películas de esas, una de las cosas divertidas sobre ellas es que todas son muy parecidas. Se me ocurrió que podría rodar una película de esas, en las que alguien recogía a chicas en la carretera, y hacer que mueran una a una. Pero haciéndola mía, metiendo mi universo en una película slasher. Es lo que he hecho siempre en mis películas, meter mi extraño y loco universo en ellas, mi manera bizarra de ver las cosas. Por ejemplo, Reservoir Dogs es mi versión de las películas de atracos, y nunca he presenciado uno.
La de Robert y usted es una relación –tanto personal como artística- que viene de muy lejos. ¿Cómo comenzó esa relación?
Es una historia muy divertida. Robert y yo nos hicimos amigos y nos conocimos hace algunos años, en el Festival de Cine de Toronto. Yo no había visto todavía El mariachi pero él sí había visto mi película, Reservoir Dogs, en otro festival. Tuvimos una conversación tan cool… Nos dimos cuenta de que éramos como dos chicos que acaban de llegar a su nuevo colegio. Teníamos los mismos intereses y gustos y fue muy divertido, nos hicimos colegas de inmediato. Hemos colaboramos una y otra vez en la carrera del otro: yo interpreté pequeños papeles en Desperado y en Abierto hasta el amanecer, que también escribí, Robert compuso la banda sonora de Kill Bill Vol. 2, yo dirigí una escena de Sin City, y ahora, nuestra gran colaboración ante el público es Grindhouse. Sí, llevamos un montón de tiempo trabajando juntos.
Podría decirse que son como hermanos.
Sí, eso nos decimos el uno al otro, que somos hermanos pero de distinta madre.
Tiene mucha facilidad para construir personajes inolvidables, y con Kurt Russell lo ha vuelto a hacer. ¿Por qué él? ¿Ha querido hacer con él lo mismo que hizo con John Travolta en Pulp Fiction, ponerle bajo los focos de una generación que no le conoce mucho?
No estoy muy de acuerdo con eso, Kurt lo estaba haciendo mucho mejor que Travolta cuando lo vi (risas), y hace un montón de dinero con sus películas, pero sí es verdad que no ha dado un gran pelotazo en mucho tiempo. E incluso cuando lo ha hecho, como en Breakdown, no era el cabrón de la película, sino que interpretaba al buenazo atrapado por la situación. Recuerdo pensar mucho en ello, cuando abría los periódicos y veía los anuncios de Miracle o Dreamer, la película esa de caballos, y pensaba “¿Cuándo hará Kurt de cabrón otra vez? Quiero ver al Jack Burton de Golpe en la Pequeña China otra vez”, así que me pareció buena idea hacerle de nuevo un poco cabrón. Y en cuanto me vino a la mente la idea de verle machacando sesos, me dije “¡Este es Kurt!” (risas).. Nos gustó mucho trabajar juntos, y mucha gente me pregunta por qué él, como era trabajar con él, y no sé por qué. Yo soy un escritor, y tengo que escribir el personaje perfecto para el actor perfecto. Lo que ha hecho todo tan excitante en este caso es que se aunó el personaje con el actor.
En países como Alemania o España, Planet Terror y Death Proof se exhiben por separado. Su película tiene 20 minutos más de metraje en Europa. ¿Es debido a ello? De haberlo sabido en un principio, ¿hubiera concebido su película de manera distinta?
No. De hecho, desde un principio pensamos en exhibirlas por separado en la mayoría de los países. Inicialmente, las películas se proyectarían en una sesión doble en los Estados Unidos, Reino Unido, Australia y tal vez Japón, porque esos países tienen la tradición de las sesiones dobles y de este tipo de cine en las décadas de los sesenta y los setenta. Por eso, siempre pensamos en que tanto Planet Terror y Death Proof tuvieran más vida por sí mismas. Lo cual es muy interesante, porque la primera Death Proof está cortada y la versión larga es mejor: tiene toda la tragedia nerviosa que imaginé, está todo el guión que escribí, del que me siento muy orgulloso, por cierto. Sí, la versión larga es la mejor. Pero no hay que olvidar que Robert y yo hicimos tres películas: yo, Death Proof; él, Planet Terror; y los dos juntos, Grindhouse.
Sí, además de concebirlo como un todo en el que también se incluyen los tráilers que enlazan ambas películas.
Efectivamente. En el caso de Grindhouse, estuvimos detrás de la gran experiencia Grindhouse, la-gran-velada-en-el-cine, los trailers, y por eso Grindhouse es más importante que Death Proof o Planet Terror. Y por eso tuvimos que hacer sacrificios. Yo corté mi película, y Robert la suya, para hacer que todo funcionara. Y funciona. Es muy, muy cool. Y la razón principal por la que pienso que hice los sacrificios que hice es que yo necesitaba que todo el mundo viera Death Proof de una manera adecuada.
Así que está muy contento con cómo ha resultado el experimento, la experiencia Grindhouse…
¡Hemos tenido mucho, mucho éxito! Bueno, no lo hemos hecho tan bien en Estados Unidos, allí hemos tenido algunos problemas, pero en el resto del mundo está funcionando muy bien. No es una gran sorpresa porque lo esperábamos, así que todo parece que va a tener un final feliz. He recibido por Death Proof una de las mejores críticas que me han hecho en mi carrera, los tíos de Cahiers du Cinema, en Francia, donde la película va a estar todo el verano y ya lleva ocho semanas, funcionando muy bien. En Alemania, ganamos el fin de semana del estreno a La Jungla de Cristal 4, así que está yendo muy bien.
Al parecer, tiene muchos nuevos proyectos. Por ejemplo, uno de ellos, la creación de un nuevo género, el southwestern.
Sí, siempre tengo un montón de historias diferentes dando vueltas, muchas películas en la cabeza, sólo tengo que elegir la correcta… De hecho, tengo una idea para una película al estilo de esos grandes melodramas de los sesenta, que no sé si haré algún día pero que lo tengo en la mente, y que pienso que no será más que polvo a menos que la ruede en español y en España. De hecho, le conté la idea una vez a Pedro Almodóvar, y le encantó. La quiere hacer. “Si la escribes, debería hacerla. Es perfecta para mí. Yo escribo las mujeres, y tú escribes los hombres”. Nos vemos de cuando en cuando, y cada vez que nos encontramos, me pregunta por ese guión (risas).
¿Qué tal va con Inglorius bastards?
Pues sí, parece que es lo próximo que voy a hacer, pero aún la estoy escribiendo. Veremos qué pasa, aún estoy trabajando en el guión.
¿Cómo se siente con el público europeo? Usted, que estrena en todo el mundo, ¿cree que los públicos son muy diferentes dependiendo del país?
Sabes, soy tan afortunado de que mis películas se vean en todo el mundo, de que diferentes países me aprecien y me acojan, de no depender de Hollywood o de los Estados Unidos… Soy uno de los artistas más afortunados del mundo. A mí, siempre me ha parecido realmente interesante ver las películas tú mismo en diferentes países, con diferentes audiencias, leer sus críticas, y ver que todos los públicos son diferentes. El americano es un poco distinto al alemán, que a su vez lo es del español, que lo es del filipino o del japonés. Todos tienen una personalidad distinta. Y la prensa también, ahí tienes un buen ejemplo de las respuestas de un país a la película: las cosas que pillan y las que no, lo que no les gusta… Me parece muy fascinante ver las películas con público real, pero lo más importante es que como persona, como ciudadano, soy estadounidense pero no me considero un director estadounidense. Yo no hago películas para los Estados Unidos. Es sólo otro mercado. Hago películas para el planeta Tierra.
Ese es todo un titular… Vaya, se me está acabando el tiempo...
Hmm… antes de terminar, me gustaría enviarle un saludo a un director español en el que pensaba mucho mientras hacía Death Proof. Espero pronunciar el apellido correctamente. ¿Antonio Asiá?
¿Antonio Aciá? ¿Puede ser Antonio Isasi Isasmendi? ¿Le conoce?
¡Si, eso es, Isasi! No, bueno, no le conozco, no sé si sigue vivo… Pero soy un gran fan suyo. Creo que en Un verano para matar hizo la mejor persecución de motos de la historia. ¿Tú me podrías conseguir su contacto?
Glups. Claro. Sólo fuera por no tener que mirar a la espalda temiendo una embestida del coche de Kurt Russel, por supuesto.