Julio Cortazar 2



Entrevista a Julio Cortázar

Por Alfredo Barnechea

Aunque los lectores han hecho de ‘Cien años de soledad’ su novela preferida, es probable que si los escritores votaran sobre la novela latinoamericana más influyente de este siglo, escogerían a ‘Rayuela’.

Esa novela, y los cuentos de su autor, les abrieron a muchos de ellos las puertas de una lengua libre, de un castellano nuevo, extremadamente creativo e inteligente.

Julio Cortázar subió a un barco en 1951 y abandonó Argentina para siempre. En París, donde residió desde entonces, trabajó al principio básicamente como traductor, mientras hilvanaba una de las grandes obras literarias de este siglo; uno de los frutos felices de ese oficio fue la maravillosa traducción de Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar.

En los sesenta, París volvió a ser una fiesta, esta vez para los escritores de lengua española que convergieron allí. Nacido en 1914 (el mismo año que Octavio Paz y que Camus), Cortázar era una especie de adelanto del ‘boom’. En ese grupo de escritores intensamente políticos, Cortázar fue al comienzo acaso uno de los más apolíticos, y más apegados al puro placer de la literatura. Qué cambió en su vida privada no lo sabemos con certeza, pero lo cierto es que este gran escritor se transformó con el tiempo en un progresista activo, casi ingenuo.

Ya envuelto en esa posición, vino al Perú en 1972, en medio de lo que parecía entonces, para muchos intelectuales latinoamericanos, una atractiva revolución militar.

De todas las entrevistas reunidas en este libro, ésta es la más antigua. Yo tenía veinte años, y hacía mis pinitos en el oficio periodístico, como quizá se note leyéndola. Pero este escritor altísimo, con cara de niño que se comía los años, tuvo la generosidad de darme la entrevista. “Búsqueme en el hotel”, me había dicho. “Pregunte por Monsieur Karvelis” –ya que se alojaba bajo el nombre de su compañera de entonces, Ugné Karvelis. “ Pero después nos lleva al box”. He olvidado la pelea, y quienes iban con nosotros. Pero todavía hoy, veinticinco años después, recuerdo la emoción que tenía cuando subí las escaleras del viejo Hotel Bolívar para conversar con el Cronopio.

Julio Cortázar: Soy un latinoamericano que lo quiso leer todo, saber todo, que ha devorado muchas páginas, pero que también ha cambiado, porque mi vida ya no es la misma de antes. Ahora no puedo leer y escribir exclusivamente todo el día, porque estoy en reuniones, haciendo contactos coordinando otras cosas, no literarias. Me interesa bastante más que antes la política de nuestros países, y eso quita tiempo, viejo.

Ha nacido en Bélgica, casi accidentalmente, el 14. El año 23, en Banfield, prendido de las solapas de su tío, ha escuchado la pelea entre Dempsey y Firpo, el toro salvaje. Ha estado en Buenos Aires, ha sido maestro de escuela de provincias, el 32 pretendió irse a Europa, de pavo en barco, pero no lo logró, se quedó veinte años más en Argentina y cuando se fue de verdad, el 51, ya era demasiado tarde para librarse de Buenos Aires, de Gardel, de la nostalgia de los días primeros. En 1963 publicó Rayuela, una cima de la novela latinoamericana. Después de tantos años ¿Cómo percibe Cortázar su país?

JC: Lo percibo como uno de los países latinoamericanos. La respuesta puede parecer obvia, pero mirándola bien no lo es. He estado alejado físicamente, sí, pero no

en lo que de veras cuenta; pienso que diez libros son una prueba que acaso no podrían aportar muchos de los que andan reprochando a diestra y siniestra el famoso exilio. Buenos Aires me asfixió y fue París precisamente lo que permitió que yo redescubriera una visión distinta de mi país y de Latinoamérica. París –Europa mejor— me abrió un horizonte total, planetario, que yo no tenía desde Buenos Aires. No estoy dando una receta, hablo sólo por mí, pero sé que sin París no hubiera escrito lo que he escrito. Si me hubiera quedado allá, en el pago, mi madurez de escritor se hubiera manifestado de otra manera, seguramente más satisfactoria para los historiadores de la literatura, menos provocadora, agresiva para quienes leen mis libros por razones vitales. Y claro, yo estoy con ellos. No sólo no me quedé, sino que no he vuelto, y sigo creyendo que París es el sitio perfecto para alguien como yo, para mis gustos, para lo que escriba todavía.

La geografía, ilusoria; los mapas, un abusivo invento de las enciclopedias. Allá, Cortázar resolvió que no valía la pena haberse quedado. Pero, de todos modos, hay que estar loco perdido, rechiflado en su tristeza, para decir de una ciudad lo que este tipo ha dicho de Buenos Aires:

JC: Se puede, entonces, seguir andando y desandando, anulando el prejuicio de las leyes físicas, entendiendo y entendiéndose desde una visión y un lenguaje que nada tienen que ver con la historia y la circunstancia. Como si todo fuera alcanzado por un progresivo retorno, miro ahora mi ciudad con la mirada del que viaja en la plataforma de un tranvía, retrocediendo mientras avanza, y de tanto perfume nocturno, de incontables encuentros con gatos y bibliotecas y Cinzano y Razón Sexta y cine continuado, me vuelven sobre todo los tiempos de estudiante, los bares automáticos de Constitución, la calle Corrientes de las primeras escapadas temerosas de los años treinta. Corrientes inconcebibles hoy, con sus orquestas de señoritas, sin cines largos y estrechos y una pantalla neblinosa donde personajes de barba y levita corrían por salones lujosos a pobres chicas con sombreritos y tirabuzones y a eso llamaban películas realistas. Son las rabonas de Plaza Italia con un sol caliente de libertad y pocas monedas, de penumbra alucinatoria del Pasaje Güemes, el aprendizaje del billar y la hombría de los cafés del Once, las vueltas por San Telmo entre la noche y el alba, un tiempo de cigarrillos rubios y tranvía 86, Villa Urquizo y la Plaza Irlanda, donde un breve otoño fui feliz con alguien que murió temprano.

AB: Veinte años en que Julio Cortázar ha vivido en Francia, escribiendo en una lengua y hablando otra. ¿Cómo ha salvado ese problema?

JC: Bueno, tuve suerte, pues luego de ganarme la vida pintorescamente en París aprobé un examen en la UNESCO como traductor free-lance. La traducción exige no perder de vista la lengua madre, y si a eso se suma mi propia tarea de escritor (y de lector omnívoro), los años pasaron sin que mi lengua sufriera. A veces me autopesco un galicismo, pero eso ocurre tanto en la Argentina como en Francia y, bueno, después de todo, eso nunca ha sido tan terrible.

AB: Minucioso, insólito, lúdico, bromista, con una cultura multilateral, casi ecléctica, laberíntico. Muchos creen que éste es el verdadero Julio Cortázar. ¿Está de acuerdo con esa imagen?

JC: Oye sí, te acepto los epítetos, y agrego otros que no son contradictorios sino complementarios: soy profundamente serio, exigente hasta la náusea conmigo mismo,

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inconsciente (los temas me vienen de regiones incontroladas por mi inteligencia, apenas mediocre), paradójico (para luchar contra los monobloques ideológicos y culturales), enamorado del rumor del mundo, ciego a los elogios, perdido en una vigilante abstracción de cronopio incurable.

AB: Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es, digamos, un afrancesado, un hombre entre dos mundos, en busca de un centro. Los datos parecen corresponderse con Julio Cortázar. En cierta manera, Rayuela terminaría en un fracaso, si nos atenemos al itinerario del personaje. Julio Cortázar...

JC: Piano, piano. Ese fracaso de Oliveira, antes que nada, me parece mucho más fecundo que muchos triunfos de esta civilización occidental. Y, después, no es el fracaso de Julio Cortázar, si a eso vamos. Es, en todo caso, el problema, no su resolución. Ya he hablado de mi reencuentro con América Latina, sobre todo a partir de la revolución cubana, de ese no estar aquí y a la vez estar definitivamente.

AB: Hemos oído que escribió Rayuela de un tirón...

JB: Más que de corrido, Rayuela fue escrita a saltos, pues empezó en lo que luego fue la segunda parte, y ésta quedó en suspenso hasta que terminé la primera; paralelamente se fueron agregando los capítulos “teóricos”, los recortes de prensa y las citas de sabios y locos.

AB: ¿Le sucedió lo mismo con sus otros escritos? ¿La preparación es muy larga? ¿Cómo surge en usted la necesidad de escribir?

JC: Me cuesta mucho empezar a escribir. Mucho, porque la preparación de un cuento o de una novela corre subterránea dentro y a su manera; pero cuando arranco de veras me parezco a Fangio, viejo, y no paro hasta que el texto mismo me para la bandera.

AB: Usted tenía treinta y cinco cuando publicó Los reyes. Era una llegada algo tardía, pues sólo un poemario (publicado con seudónimo) lo secundaba. ¿Pero desde cuándo escribe?

JC: Escribo desde los quince años, pero sólo a los treinta me animé a publicar un libro de poemas, firmado con seudónimo. He escrito siempre poemas. Adolescente, creí, como tantos, que mi sensación de extrañamiento anunciaba al poeta, y escribí, los poemas que se escribían entonces y que siempre son más fáciles de escribir que la prosa, a esa altura de la vida. Pero no había para más. Me sorprendí por eso cuando, un día en La Habana, Gianni Toti me dijo que de todo lo que había escrito lo que más le gustaba eran mis poemas. Cuando escribí Los reyes ya era dueño de una técnica, que era hija del rigor. Siguieron los cuentos de Betiario, sobre los que ya no tuve ninguna duda. Pero el noviciado había sido largo y duro. Había que tenerse mucha fe, y a la vez había que apoyarse en una permanente desconfianza en sí mismo. En el terreno práctico, esto debía traducirse en no publicar prematuramente, pecado cotidiano en nuestros países.

AB: ¿Eso sería lo que le diría a un joven escritor que le pide consejos?

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JC: Sí, si el consejo es de ese tipo. Si, más bien, quiere saber cómo se escribe, haría lo que del maestro zen: le rompería una silla en la cabeza. Pero la otra recomendación, sí. Fue lo que me pasó a mí. Tiré miles de páginas antes de publicar por primera vez, porque si bien respondían a mis impulsos más hondos, algo en mí era capaz de juzgarlas y saber que no merecían imprenta. Jamás me alegraré lo bastante de haber sido tan duro para conmigo mismo.

AB: Para muchos, escribir es un acto de exorcismo. En su caso, ¿algún cuento o novela ha cumplido esa función?

JC: Una buena parte de mis cuentos han nacido de estados neuróticos, obsesiones, fobias, pesadillas. Nunca se me ocurrió ir al psicoanalista; mis tormentas personales las fui resolviendo a mi manera, es decir, con mi maquina de escribir y ese sentido del humor que me reprochan las personas serias. Entonces, más que un cuento o una novela, es el escribir mismo mi acto de exorcismo.

Y claro debía preguntarle lo de siempre, que por qué, para qué escribe, pero ya ha dicho en otra parte que:

JC: Siempre seré un niño para tantas cosas, pero uno de esos niños que llevan consigo al adulto, de manera que cuando el monstruito llega verdaderamente a adulto ocurre que a su vez éste lleva consigo al niño, y en el mezzo del camino se da una coexistencia pocas veces pacífica de por lo menos dos aperturas al mundo. Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una diferencia; si viviendo alcanzo a disimular una participación parcial en mis circunstancia, en cambio no puedo negarla en lo que escribo puesto que precisamente escribo por no estar o por estar a medias. Escribo por falencia o descolocación; y como escribo desde un intersticio, estoy siempre invitando a que otros busquen los suyos y miren por ellos el jardín donde los árboles tienen frutos que son, por supuesto, piedras preciosas. El monstruito sigue firme... Y me gusta, y soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo. Vivo y escribo amenazado por esa lateralidad, por este paraje verdadero, por ese estar siempre un poco más a la izquierda o más al fondo del lugar donde se debería estar para que todo cuajara satisfactoriamente un día más de vida sin conflictos. Desde muy pequeño asumí con los dientes apretados esa condición que me separaba de mis amigos, y que a la vez los atraía hacia el raro, el diferente, el que metía el dedo en el ventilador. No estaba privado de felicidad. La única condición era coincidir de a ratos (el camarada, el tío excéntrico, la vieja loca) con otro que tampoco calzara de lleno en su matrícula, y desde luego no era fácil; pero pronto descubrí los gatos en los que podía imaginar mi propia condición, y los libros, donde la encontraba de llano. Pienso en Jarry, en un lento comercio a base de humor, de ironía, que termina por inclinar la balanza del lado de las excepciones, por anular la diferencia escandalosa entre lo sólito y lo insólito, y permite el paso cotidiano a un plano que a falta de mejores nombres seguiremos llamando realidad pero sin que sea ya un flatus vocis o un peor es nada.

AB: Al cabo de tanto tiempo, supongo que tendrá señaladas sus preferencias. ¿Con qué cronopio se identifica más? ¿A quiénes relee con más constancia?

JC: Casi nunca releo la gran literatura, aunque confieso la relectura periódica de Los tres mosqueteros y de mis Julio Verne preferidos. También el Pickwick de Dickens.

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En general, me inclino hacia los alienados, hacia los marginales de la literatura. Un Jarry, un Roussel. De una novela quiero que me enriquezca y me transforme, por la vía del sentimiento o del intelecto, pero jamás le pido que me enseñe algo. Las novelas didácticas o las destinadas a vehicular mensajes me recuerdan aquello de dorar la píldora. Además no son nunca entretenidas (véase el realismo socialista) y transmiten penosamente lo que ya se ha dicho en el ensayo. Actualmente leo pocas novelas. Vuelo, sí, a la poesía, porque puede leerse en todas partes, en los cafés y los trenes.

AB: Una vez abandonada la maquina de escribir, ¿necesita librarse de la materia que desarrolla, o más bien continúa dándole vueltas en la cabeza?

JC: Bueno, yo paso días y aún semanas sin escribir, cuando estoy trabajando en un libro. Ahora no me doy vacaciones. Vivo como habitado por lo imaginario, que se superpone a lo que me rodea, lo modifica y lo desplaza. Es un sentimiento a la vez maravilloso e inquietante, un periodo en el que se acumulan las coincidencias, y los encuentros, como si el libro y la realidad exterior se invadieran mutuamente hasta el día –siempre triste para mí— del punto final.

AB: Si bien lo fantástico es una constante de su obra, El perseguidor podría ser el punto de apertura en otras direcciones. Ese cambio, si usted acepta la demarcación, ¿a qué experiencias corre paralelo?

JB: Sí, El perseguidor fue una primera toma de conciencia de una realidad inmediata, histórica, que hasta entonces había estado relegada al telón de fondo para los sucesos fantásticos de mis cuentos. No es por azar que poco tiempo después –y ésas podrían ser las experiencias paralelas— fui por primera vez a Cuba y conocí de lleno la experiencia socialista, con la que me solidaricé. Hasta entonces yo veía personas, individuos encerrados en sus viviendas privadas. El perseguidor, en efecto fue una primera tentativa por aprehender al hombre como historia y destino, como buscador de sí mismo en su punto más alto y exigente.

AB: Esa tentativa prosigue ahora ¿El libro de Manuel es un divorcio con sus cuentos anteriores?

JB: No, El libro de Manuel es una tentativa de recuperar dos niveles hasta ahora paralelos en mí, una búsqueda de convergencia entre mi yo-novelístico y mi yo-histórico, digamos. O sea, incluir todo lo que yo he estado diciendo, políticamente si se quiere, pero en un texto que sea literatura, y que lo sea no al modo de la literatura programada, sino de una literatura sin concesiones fáciles, demagógicas. Será un libro en cierta medida plural, al que podrá accederse por más de un nivel. Hay mucho de documental, de cosas que yo leía diariamente mientras escribía. Un grupo de latinoamericanos viven en París y deciden hacer una serie de acciones, y bueno, hay secuestros y cosas por el estilo. Ahora, el libro no quiere ser un texto dividido en esos dos niveles, sino acceder a un plano superior que los integre, que los haga converger.

AB: La ruptura de la solemnidad, el humor, lo insólito, la búsqueda de una sobrerrealidad, han sido improntas del surrealismo. ¿Qué relación tuvo usted con él y cómo lo juzga ahora?

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JC: El surrealismo fue mi camino de Damasco, me arrancó de la sensiblería post-romántica de la Argentina de los años treinta, me enseñó a atacar la palabra, a batallar amorosa y críticamente con ella, a fiarme de lo absurdo y a rechazar la sensatez sistemática, a creer en una esquizofrenia creadora (no son los términos que se usaban entonces, pero los lectores de hoy comprenderán). Después vi anquilosarse poco a poco el surrealismo, convertirse en escuela, casi en Iglesia con André Breton como Papa. Yo, por muchas razones, no calzo con las iglesias. Pero el verdadero surrealismo es indestructible, es una actitud, un modo de conocer que se da diariamente de mil maneras que, por suerte, no son forzosamente literarias.

AB: A menudo usted ha hablado del zen. ¿Qué admira allí?

JC: Para no citar más que una de sus múltiples facetas, admiro en el zen la ruptura de los esquemas lógicos y la prueba de que no son imprescindibles para acceder a determinados niveles de conocimiento. Excelente lección para nosotros, devotos, obstinados esclavos de Aristóteles y Tomás de Aquino.

AB: En su carta a Fernández Retamar, había una frase más o menos así: “Incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura...”. En mayo del 68, en París, usted participó sin embargo en tomas de locales, y ahora, como nos dijo al comienzo, dedica cada vez más atención a la política latinoamericana. La frase citada ¿sigue siendo válida? En otras palabras, ¿cómo afronta ahora su compromiso político?

JC: Me sigo creyendo incapaz (o si se quiere, poco capaz) de acción política, que para ser realmente una acción debería absorber todo mi tiempo, incluido el literario. Soy y seré un escritor que cree en la vía socialista para América Latina, y que en el plano político emplea los instrumentos que le son propios para apoyar y defender esa vía. Cuando lo creo necesario intervengo en un plano, digamos, directo de acción política, pero me sigo creyendo más eficaz en el de la palabra escrita. Sigo siendo un cronopio, o sea, un sujeto para el que la vida y el escribir son inseparables, y que escribe porque eso lo colma, en última instancia, porque eso le gusta.

AB: Usted va para su país ahora, en un momento bastante crítico de su vida política, y quisiera preguntarle algo relacionado con ella. En su momento, como hicieron tantos intelectuales argentinos, usted rechazó al peronismo. Ahora hay una revaluación del peronismo por esa misma intelectualidad. ¿Cómo lo juzga hoy?

JC: Con una perspectiva de veinte años, una ideología definida, con una autocrítica despiadada. En su momento, en efecto, fui incapaz de distinguir entre Perón y el peronismo, entre el gobernante ambiguo y la formidable toma de conciencia que había desatado sin ser capaz de llevarla a sus últimas consecuencias, o sea, a la revolución. Me alegraré el día en que el termino “peronismo” pueda ser sustituido por otro que exprese mejor, con más verdad, esa larga marcha del pueblo argentino hacia su destino socialista; pero, por el momento, puesto que indica suficientemente el camino, lo comprendo y lo respeto.

AB: Para terminar, discúlpeme una pregunta algo solemne: ¿Cuáles han sido los grandes momentos del siglo XX que ha vivido?

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JC: Si no supiera a qué apunta su pregunta, temería que esa solemnidad se viera menoscabada con mi respuesta. Los grandes momentos del siglo XX son de dominio público: la revolución rusa, la derrota del nazismo, la victoria de Vietnam o la revolución cubana. Ahora, los que me han marcado a mí, los que cuentan para mí: la primera radio a galena de mi infancia, el vuelo de Lindbergh, la pelea Firpo-Depsey, la lectura de La condición humana, la foto de Mussolini colgado por los pies y, ya que estamos en lo luctuoso, la tardía pero reconfortante muerte de Harry Truman y de Lyndon Johnson.

Lima, 1971

Del libro Peregrinos de la lengua (Alfaguara, 1998)

VLeal. 10 Sept.2008

Arte Paleolítico























Cueva de Lascaux

Lascaux es un complejo de cuevas en el sudoeste de Francia, famoso por las pinturas rupestres que contiene. Las cuevas originales están situadas cerca de la aldea de Montignac, en el departamento de Dordoña (no están pues en la población del mismo nombre, situada a 60 km). Estas contienen parte del arte más antiguo conocido, datado entre 13.000 y 15.000 años a.C. o tan antiguo como 25.000 años a.C.

Lascaux ha sido incluido por la UNESCO entre los bienes declarados Patrimonio de la Humanidad en 1979 con el nombre de sitios prehistóricos y grutas decoradas del valle del Vézère.
Cueva de Altamira

La cueva de Altamira está situada en las proximidades de Santillana del Mar, Cantabria (España). En ella se conserva uno de los ciclos pictóricos más importantes de la Prehistoria. Pertenece a los períodos Magdaleniense y Solutrense, dentro del Paleolítico Superior. Su estilo artístico constituye la denominada escuela franco-cantábrica, caracterizada por el realismo de las figuras representadas.

Cueva Chauvet

La cueva de Chauvet está situada en el departemento de Ardèche, Francia meridional. Llegó a ser famosa en 1994 al descubrir que sus paredes fueron adornadas con ilustraciones paleolíticas, La cueva de Chauvet pronto fue mirada como uno de los sitios más significativos del arte prehistórico del mundo.
Cueva de Magura

Bulgaria, existen 2.000 cuevas exploradas y inexploradas en Bulgaria. En una de ellas, la cueva Magura se pueden ver pinturas en la roca realizadas por habitantes en la prehistoria.
Cueva Cosquer

Francia
Los restos encontrados en la gruta y las pinturas han sido datados en unos 18.500 años de antigüedad, es decir, más antigua que Altamira y Lascaux. Además de una la inundación, en la cueva ha seguido el proceso de la formación de estalactitas en la cámara de aire, pues sigue llegando agua de lluvia de la superficie filtrada por la roca. Algunas de estas estalactitas han borrado parte de las pinturas también. Pero, a pesar de todo esto, se han conservado muchísimas pinturas y grabados, además de dos pequeños hogares (cuyo carbón vegetal sirvió para datarla). En la cueva no vivió nadie que se sepa, solo iban a ella a pintar.
Font de Gaume

La gruta de Font-de-Gaume se sitúa en el centro de Les Eyzies, a orillas del río Vézére, en la provincia francesa de Dordoña. Esta magnífica cueva se localiza a escasa distancia de las cavernas de Les Combarelles, La Mouthe, Cap-Blanc y Lascaux, todas situadas en Dordoña.

Sus pinturas datan del Estilo IV (13500 a.C - 8500 a.C.)según la cronología establecida por Leroi Gourhan en cuanto a estilos artísticos dentro del arte paleolítico. En las zonas de la entrada de la cueva nos encontramos con las pinturas del período más reciente. En ellas se utiliza el color de manera cuidada, casi preciosista, es por esto que algunos lo llaman el "período manierista" de la época, lo que aporta un claro humanismo a las pinturas. También es importante destacar la gran elaboración de detalles en las figuras.

Hace 15.000 años. Zona norte de la Península Ibérica. En el interior de una caverna un artista anónimo pinta un bisonte en el techo de una zona recóndita. A la entrada de la cueva, el clan hace las tareas diarias al amor de una hoguera. Fuera, el frío es intenso, todo está cubierto de hielo, estamos en la última glaciación.
Hace 13.000 años aproximadamente. Un desprendimiento de rocas cierra la entrada de la cueva y la aísla totalmente del exterior. Las pinturas quedan sumidas en el silencio y la oscuridad por siglos.
1.879. Marcelino Sanz de Sautuola, estudioso cántabro aficionado a la arqueología y descubridor de otras cuevas, visita la cueva de Altamira con su hija María de 10 años. Mientras el padre excava el suelo en busca de evidencias arqueológicas, la niña exclama: “¡¡ Mira papá, bueyes !!”. Marcelino le responde: “no son bueyes, ¡son bisontes!”. Inmediatamente los relaciona con la prehistoria y el hombre del cuaternario.
Éste fue uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de la historia. Sautuola dató las pinturas en el Paleolítico Superior, periodo magdaleniense. La élite de prehistoriadores franceses se le echó encima acusándole de falsario por decir que eran tan antiguas y le llegaron a acusar de haberlas pintado recientemente . Emìle Cartailhac fue uno de estos prehistoriadores que criticó y atacó con saña a Marcelino asegurando que el hombre prehistórico no tenía la técnica suficiente para realizar unas pinturas tan perfectas como las de Altamira, además, el colorido no podía ser tan nítido después de tantos años. Sólo un científico defendió la tesis de Marcelino sobre la antigüedad de las pinturas, fue el geólogo español Juan Vilanova. Ambos sufrieron enormemente las burlas y ataques de los científicos franceses y algunos españoles.
Veinte años después del descubrimiento de Altamira comienzan a sucederse los descubrimientos de cuevas con pinturas rupestres similares en el sur de Francia. Ya no es posible seguir negando lo evidente: los bisontes de Altamira son auténticos y fueron realizados por el hombre prehistórico en el Paleolítico Superior. Pero para Marcelino ya era demasiado tarde, había muerto hacía algún tiempo y el reconocimiento llegaba con retraso. Cartailhac publica “Mea culpa de un escéptico” donde, de forma elegante y caballerosa, reconoce su error y honra la figura de Marcelino Sanz de Sautuola.
La técnica
El artista de Altamira graba primero sobre la pared de la cueva la figura deseada con una piedra afilada. Posteriormente pinta sobre lo grabado, marcando el contorno en negro con carbón vegetal. El relleno va en ocre logrado a partir de óxido de hierro en polvo. Utiliza agua para diluir los pigmentos y los aplica o con la mano o con un tampón de materia vegetal o bien por soplado (aerografía) con un hueso hueco de ave y proyectándolos como si de una cerbatana se tratara. El pintor se ilumina con lámparas de tuétano, que dan una luz intensa y limpia y no ennegrecen las paredes. La humedad natural de la cueva fija y mantiene la frescura de los colores.
Los animales representados son bisontes, renos, mamuts, caballos, ciervos, cabras, etc. Algunos ya están extinguidos de Europa pues eran propios de clima frío. En Altamira concretamente, los bisontes son el animal más numeroso y aparecen de pie, mugiendo, echados, con la cabeza vuelta, etc. Casi todos están concentrados en el espectacular techo de 18 x 9 metros. El artista los pinta muy realistas, con muchos detalles (hocico, ojos, cuernos, pelaje, sexo, pezuñas, rabo, etc.), los conoce muy bien en su anatomía y comportamiento ya que los caza para comérselos. En un alarde de perfeccionismo, el pintor aprovecha los salientes naturales de la roca para pintar encima los bisontes y obtener un realismo absoluto con la sensación de relieve que se produce. Además de los bisontes, Altamira cuenta con caballos, jabalíes, cabras y una monumental cierva de 2,25 mts.
El Misterio
Desde siempre nos ha intrigado el sentido y el propósito de las pinturas rupestres paleolíticas. Primero se pensó en el “arte por el arte”, las figuras decorarían las cuevas dónde vivían. No obstante, las zonas pintadas son recónditas, de difícil acceso y contemplación. Más creíble parece la hipótesis de la “Magia de Caza”, es decir, el artista pintaría los animales que después cazaría el clan. Muchos bichos tienen armas clavadas o les faltan partes de sus cuerpos (en Altamira hay bisontes sin cabeza); sería tal vez una especie de vudú para propiciar la caza, de cuyo éxito dependía la supervivencia del clan.
Existen también signos misteriosos en las paredes de las cuevas cuyo significado desconocemos, podrían ser trampas, laberintos o alusiones sexuales a la fertilidad y fecundidad. Otro motivo pictórico son las manos en positivo o en negativo (poner la mano sobre la pared y pintar encima, al quitarla queda el negativo). El techo de polícromos de la cueva de Altamira tenía originalmente una altura de 1 metro sobre el suelo, el artista trabajaría por tanto en incómodas posturas.
Características
En el arte rupestre franco-cantábrico (sur de Francia y Cornisa Cantábrica española) las pinturas son polícromas, no forman escenas sino que son animales independientes y a veces superpuestos. Casi no aparece la figura humana. No se representa movimiento, las figuras son muy realistas y cada cueva muestra cierta especialización en una determinada especie (Altamira bisontes). Las figuras están en lugares apartados y recónditos. Todo indica que las cuevas eran como santuarios dedicados a ritos mágicos para propiciar la caza. Probablemente el brujo era el propio pintor. Ante estos prodigiosos bisontes, llenos de elegancia y de fuerza, fruto de una enorme maestría e imaginación, cabe preguntarse si los hombres del paleolítico eran, como algunos piensan, brutos, toscos y salvajes.
La cueva hoy
La visita de miles de personas altera el microclima de la cueva (humedad y temperatura) y estropea las pinturas. Ha sido necesario limitar drásticamente las visitas para garantizar su conservación. Se ha inaugurado recientemente la “neocueva”, réplica exacta de la original que permite sumergirse en el Paleolítico sin comprometer la obra original. La “Capilla Sixtina del arte cuaternario” queda así preservada. Picasso dijo: “después de Altamira todo es decadencia” refiriéndose a la perfección técnica alcanzada en la cueva; Rafael Alberti, impresionado a su vez al visitarla, le dedicó unos hermosos y sentidos versos. Otras cuevas con pinturas rupestres paleolíticas son Tito Bustillo (Asturias), El Castillo (Cantabria), Santimamiñe (Vizcaya), Niaux, Lascaux y Rouffignac (Francia).

Paula 09 Sept 2.008

El señor de las ganancias


Malo como el natre. José Luis Echeñique el personaje protagónico de “El Señor de la Querencia” personificado magistralmente por Julio Milostich no sólo arrasó en polémicas y rating. Todo el éxito lo volcaron a ganancias, ya que la producción dobló sus ganancias subiendo las tarifas publicitarias en más de un millón de pesos y recaudando 4.589 millones por ingresos de avisaje durante junio, lo que sumado a los 1.900 alcanzados en mayo cuando debutó y las cifras de los últimos meses que no han sido dadas a conocer, bien podemos sostener que se trata de la teleserie más ganadora de la que Televisión Nacional de Chile tenga entre sus producciones.

“El Señor de la Querencia” promedia 24,6 puntos de rating desde su debut el 12 de mayo, alcanzando 3,8 millones de pesos por cada 30 segundos de publicidad el día jueves. A lo que debemos sumar el millón 300 mil pesos que vale el mismo avisaje los viernes en que se da un resumen. Megatime empresa especializada en este tipo de mediciones entrega los datos que hacen ver que la telenovela ha ido de menos a más.

Comenzó con dos avisadores seguros y ya va en seis con posibilidades de sumar un par más. Partió cobrando 2,2 millones de pesos por el avisaje de 30 segundos y ya va en los 3,6 millones por el mismo lapso, de lunes a miércoles, y en 3,8 millones como tarifa para los jueves, según fuentes aparecidas en la prensa.

El éxito de la audiencia hizo que muchas empresas comenzaran a cotizar este horario en TVN, quienes además vivieron una revancha al superar al sitcom de Mega “Casado con Hijos” que a mediados de julio comenzó su nueva temporada en un nuevo horario para ellos. Ese horario estelar en su debut fue para Mega derrotando al huaso bruto y maldito de José Luis Echeñique con un promedio de sintonía de 27,4 contra los 24,7 puntos de “El Señor de la Querencia”.

Pero al trascurso de los pocos días ya se rentabilizaron las cosas a favor de TVN brindándole una derrota a la comedia de la señal privada. No ha bajado desde su debut de los 20 puntos e incluso ha alcanzado peaks de 29 puntos cuando más malvado se ha mostrado su protagonista, el mismo que por estos días llena las portadas de la prensa rosa, debido al agotamiento emocional que le ha propiciado el ruin personaje.

La teleserie se perfila como la más vista de su categoría. En 2005 “Los 30” de la misma señal pública obtuvo 22,5 puntos y en 2007 “Alguien te Mira” con Álvaro Rudolphy como asesino alcanzó los 21,2 y los 50 millones de pesos en ganancia por capítulo. En el área comercial del canal ya proyectan al “Señor de la Querencia” como la más exitosa de las producciones nocturnas, ganando unos 55 millones de pesos por episodio.

Estas cifras estelares son sólo comparables a otro best sellers de TVN “Amores de Mercado”, la telenovela más vista en la era del people meter con cerca de 60 millones de pesos en ganancias por emisión. Y más atrás “La Madrastra” (Canal 13 1981) que llegaba a las 80 unidades según los cuadernillos, antiguo sistema de medición, con utilidades totales cercanas a las cifras de “Alguien te Mira”.

Se Remata al Mejor Postor

Al igual que con Alguien te Mira, donde se vendió hasta la motosierra de Julián García, los objetos de José Luis Echeñique se irán con el mejor postor en un sitio de Internet. Además, se podrán adquirir artículos de los otros personajes de la historia.

El látigo con que José Luis Echeñique se flagela cada vez que comete una fechoría, es uno de los productos estrella del remate de El Señor de la Querencia.

Al igual que sucedió con la exitosa nocturna Alguien te Mira, donde se remató hasta la motosierra del asesino Julián García, diversos artículos de la teleserie de TVN serán subastados a través del sitio mercadolibre.cl, como el ya mencionado látigo, las llaves de Leontina, el mortero para preparar pócimas de Herminia y el cuchillo con que ésta intentó matar al malvado patrón.

Las ofertas partirán con precios desde los diez mil pesos y de ahí se irán con quien más pague por los objetos de culto del culebrón más polémico del último tiempo.

La iniciativa, que pertenece al área de Nuevos Negocios del canal, comenzaría a partir del próximo martes y pretende “calentar” a los espectadores, ad portas del fin de la historia.


El Último Capítulo: Teleseries Nocturnas un Negocio Consolidado

Más despiadado que nunca se mostró José Luis Echenique, el patrón de fundo encarnado por Julio Milostich, en el capítulo final de la teleserie "El señor de la Querencia", que según datos de Time Ibope, obtuvo una sintonía promedio de 46 puntos de rating y un pick de 53, lo que la convierte en una de las más vsitas y viene de paso a consolidar un horario y temáticas que le han sido muy provechosas a la señal pública.

Acorralado por los acontecimientos, el cruel latifundista dio muerte prácticamente a quien se le cruzara por delante, en una lista final que incluyó a Leontina (Bárbara Ruiz-Tagle), Herminia (Begoña Basauri), Mercedes (Alejandra Fosalba), Juan Cristóbal (Nicolás Poblete), y hasta a sus hijos Ignacio (Matías Oviedo) y Teresita (Celine Reymond).

La masacre también tenía como objetivo a su esposa Leonor (Sigrid Alegría), a la que pretendió matar en la capilla de la Querencia. En ese momento Echenique fue interceptado por Manuel Pradenas (Álvaro Rudolphy), quien trató infructuosamente de detenerlo.

El antagonista no logró su objetivo, pero sí lo lograron policías. Acorralado, y fiel a los más descabellados "principios" de un villano psicopático, el personaje de Milostich no dio lugar a derrotas. Sin escapatoria, el protagonista de la teleserie nocturna tomó su arma y se quitó la vida con un disparo en la boca.

La escena final exacerbó la desolación y el dramatismo, con los sobrevivientes Luis Emilio (Andrés Reyes), Violeta (Antonia Santa María), María (Patricia López), Manuel (Álvaro Rudolphy) y Leonor (Sigrid Alegría) dando sepultura a todas las víctimas que en su último día de vida cobró José Luis Echenique. Sin embargo, como una figura siempre presente, el propio cuerpo del patrón de fundo estuvo ahí, enterrado sin menos privilegios que cualquiera de sus víctimas.

Termina así la teleserie nocturna más vista desde el surgimiento de este tipo de programas en TVN, con la producción "Ídolos". Todas con distintos temas centrales y diferentes cuotas de polémica, pero que "El Señor de la Querencia" parece haber logrado superar, al centrarse en tópicos como el abuso sexual y de poder, con´escenas en que la crudeza fue también uno de sus elementos centrales.

Así, se transformó también en la teleserie nocturna más discutida, motivando el debate entre determinadas figuras públicas acerca de la violencia en pantalla, el que fue seguido por cientos de espectadores en foros de internet y cartas al director de los periódicos.


No Se Puede Ser Tan Malo

El actor Julio Milostich tuvo que internarse en una clínica, tras sufrir una crisis de pánico. Para superar su agotamiento, su estadía médica incluiría curas de sueño. Sin embargo, su real estado es un secreto que manejan su círculo familiar y de amigos. Su participación en "El señor de la Querencia" no fue lo que gatilló el cuadro de estrés, ya que se terminó de grabar hace meses, más precisamente en diciembre del año pasado. No obstante, la complejidad emocional de su personaje le pasó la factura y, según cercanos, no descansó lo suficiente para sacudirse a José Luis Echenique.

Actualmente, Julio Milostich trabaja en dos producciones del área dramática de TVN. La segunda parte de "Cárcel de Mujeres" y en la nueva teleserie nocturna de 2009 inspirada en el caso de Madeleine McCann (Maddie, la niña inglesa desaparecida en Portugal).






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Paula 09 sept.2008 sacado de www.onoff.cl