Kurosawa 2


Ran es una palabra japonesa que significa caos o desorden. Con el caos sobrevolando los cielos de este drama épico, la película se convierte en una tragedia sobre el poder, sobre la ambición y la estupidez de los hombres que luchan y guerrean. De esta forma, Kurosawa proseguía su tono sombrío y de marcada raiz existencialista en una filmografía tan dilatada como coherente.

Casi 10 años tardó Akira Kurosawa para poder realizar Ran . En 1975, comenzó a estudiar la época en la que finalmente iba a transcurrir la película, el siglo XVI, y a preparar los bocetos y los dibujos sobre el vestuario y los decorados. No fue hasta 1983 que Kurosawa encontró un productor que le ayudase a llevarla a cabo (si Kagemusha (Idem, 1980), su anterior film, necesitó la ayuda económica de George Lucas y Francis Ford Coppola, Ran tuvo que contar con el muy generoso apoyo de Serge Silberman, habitual colaborador de la última etapa de Luis Buñuel) . El film fue uno de los más caros realizados hasta la fecha fuera del circuito hollywoodense (cerca de 12 millones de dólares). La dirección artística fue mimada de manera especial. Por ejemplo, la réplica del castillo medieval, construido en piedra y madera, que arde hasta los cimientos costó más de un millón de dólares (unos 275 millones de pesetas de aquella época).

Sobre la época en la que se enmarca el film, Kurosawa explicaba que había sido una etapa más libre, en la que los hombres estaban menos controlados. Si a un samurai no le gustaba su señor, podía abandonarlo. Eso le permitía poder desarrollar los caracteres de sus personajes a su antojo. Además, en el siglo XVI también existía un gran sentimiento estético pues los hombres se preocupaban por la belleza y quería rodearse de objetos hermosos.

La película está inspirada en la tragedia de Shakespeare El rey Lear a pesar de que nació como una reflexión sobre Motonari Mori, un señor feudal japonés al que la unificacón de su país cogió demasiado viejo como para jugar un papel decisivo. La obra del dramaturgo inglés cuenta la guerra fraticida de las tres hijas del rey Lear cuando éste decide dividir su reino entre ellas. Kurosawa cambia en su historia a las tres protagonistas de Shakespeare por tres hombres que traicionan su fidelidad a su padre por causa de las conspiraciones de las mujeres que les rodean. Ran se adentra en la historia del Japón, entre los años 1467 y 1582, cuando los diferentes clanes del país libraban encarnizadas luchas para salvaguardar su poder feudal. Un gran señor, Hidetora Ichimonji (Tatsuya Nakadai), decide ceder su poder al llegar a la vejez. Delante de los principales vasallos reparte los tres castillos de su propiedad entre sus tres hijos: el mayor, Taro; el mediano, Jiro; y el menor, Saburo. Éste último rechaza esta decisión pues cree que sus otros dos hermanos rivalizarán por conseguir el total del poder. Herido en su orgullo, Hidetora le deshereda y le expulsa de su territorio. Mientras, sus hermanos Taro (alentado por su mujer Dama Kaede –personaje inventado por Kurosawa que nos evoca a Asaji, la protagonista femenina de Trono de sangre (Kumunosu djo, 1957)–, que desea vengarse del clan Ichimonji por haber matado a su familia) y Jiro se alían para derrocar a su padre. Hidetora abandonará su casa y vagará medio loco por sus antiguos dominios. A partir de aquí, se suceden las batallas, las intrigas, las rencillas, las muertes.

Akira Kurosawa preparó minuciosamente todos los detalles del film y volvió a demostar su dominio de la planificación y la puesta en escena, dando especial relevancia al uso del color. El maestro japonés quería reproducir los colores del siglo XVI japonés, haciendo hincapié sobre todo en el vestuario. En las batallas, atribuyó un color a cada una de las partes enfrentadas, para no confundir al espectador y otorgando también una cierta simbología con los caracteres que representaban. Como en toda su filmografía, los escenarios y los personajes forman una asociación indisoluble. Así, el hijo mayor utilizaba el color amarillo, un color que no es neto, como su propia personalidad. Las tropas de Saburo, el menor de los hermanos, llevan banderas azules, en un tono que produce calma. Finalmente, el rojo de Jiro clama su vengativa sed de sangre.

El tratamiento de la imagen es cuidadoso no sólo por lo que respecta al vestuario y a los decorados. Cuando la luz natural que Kurosawa quería no era la adecuada, se paraba el rodaje hasta que el realizador consideraba que se lograba la óptima.

La interpretación de los actores no está relacionada con el teatro clásico japonés. Los movimientos de los personajes están condicionados, no por reglas teatrales, sino por el formalismo y el código de la buena educación del siglo XVI. Este código lo reglamentaba todo: cómo sentarse, cómo moverse, dónde colocar el sable, etc.. En este aspecto, como en tantos otros, Kurosawa fue inflexible. De hecho, la escena en la que la dama Kaede presenta a su cuñado el casco de su marido asesinado exigió varias semanas de preparación porque previamente hubo que enseñar a la actriz cada movimiento, obligarla a poseer un dominio perfecto de cada uno de sus gestos. Especial atención merece el trabajo de Tatsuya Nakadai, en una interpretación tan alucinante como emotiva.

Por otro lado, Ran no traiciona al espectáculo. Probablemente porque su presupuesto no permitía un drama intimista y porque el propio Kurosawa ya había aprendido del precedente que supuso Kagemusha . Así, el director nipón mantiene las expectativas lidiando con una brillante coreografía de masas y colores, especialmente significativa en el asalto del castillo, donde la música fúnebre de Tore Takemitsu es el único acompañamiento (como si se tratara de cine una película muda) de unas imágenes llenas de brutalidad y violencia. Kurosawa juega magistralmente con las formas y los colores. El sentido plástico de estas escenas y el brillante uso del color, también admirable en las secuencias intimistas, acaban por otorgar todo su valor a esta obra maestra. La plástica de Ran es fascinante y roza la perfección. Las secuencias de las batallas no sabemos si nos sorprenden más por su dureza o por la belleza de su composición.

El empaque estético, el rigor de la ambientación, con trajes de colores de la época y ruidos directos de sus movimientos ceremoniales, la pausa intensa e interior del drama y la composición visual de los planos, los suaves travellings laterales que subrayan determinadas acciones, la profundidad de campo... hacen que la historia que se nos cuenta adquiera una singular elegancia. A pesar de las dos horas y media de su metraje, éste no se hace largo ya que la belleza de las situaciones se combinan sin pausa con las acciones de exterior e interior y los diálogos. Tras una escena apabullante, que nos deja agitados en la butaca, llega otra no menos fascinante.

Temas tan, aparentemente, grandes como el poder, la guerra, los sentimientos humanos y sus contradicciones son testimoniados de tal forma por Kurosawa que logran que la espectacularidad de la cinta esté ceñida a las exigencias de aquello que se narra. El espectáculo está al servicio de la historia y no al revés. Sin ir más lejos, Kurosawa se sirve de miles de extras para las escenas de las batallas pero es capaz de desprenderse de ellos para mostrarnos la crudeza de la guerra y mostrarnos el caos a partir de planos en los que vemos los golpes de las patas de los caballos en tierra. Una lección de cine que, una vez vista El último samurai (The last samurai, 2003. Edward Zwick), parece que hoy en día ha caído en saco roto.



Boris 03 Sept.2008 sacado de www.miradas.net


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