Enrique Lihn


Críptico para algunos, deslenguado para otros, Enrique Lihn fue uno de los escritores más desinstalados de Chile. Viajero de por vida, pasó por Francia, Cuba y Estados Unidos, países donde fue considerado una de las voces poéticas más importantes del continente. ¿Pero quien es este melenudo? ¿Este chascón? Alega el padre de Jorge Edwards cuando ve entrar a su casa a uno de los amigos de su hijo. Es Enrique Lihn, un joven de figura fantasmal que se cubre de pie a cabeza con un amplio abrigo verde. Los acompañan otros estudiantes, y juntos planean terminar en el hogar del escritor, una reunión comenzada en el Parque Forestal de Santiago. La histeria y sorpresa del padre de Edwards desaparecerían con el tiempo, pues cada vez los jóvenes se reunirían con más frecuencia en el lugar, hasta convertir la casa en el centro de operaciones de un grupo de impetuosas e inquietas mentes. Es la década del 40′ y Enrique Lihn daba sus primeros pasos como escritor. Había ingresado a los 12 años a la Escuela Bellas Artes, y a los 20 se daba cuenta que sus dibujos “eran ilustraciones de textos que no podía escribir”. Nace el Escritor Con una prematura vida bohemia, el poeta comenzó a perfilar su trabajo lejos del poder político, social y cultural de Chile, distancia que lo instaló como uno de los escritores más rebeldes e independientes que han florecido en el país. Así es como en 1949 publicó su primer libro de poemas “Nada se Escurre” y al poco tiempo realizó las primeras charlas sobre la obra de Nicanor Parra, encuentros donde se inició en dupla con su compañero de delirantes e ingeniosas empresas, Alejandro Jodorowsky. EL Poeta sin territorio Después de una estadía en Francia, Lihn se trasladó a Cuba, donde se desempeñó como columnista en la revista Casa de las Américas, labor en la que fue reconocido como una de las voces poéticas más importantes del continente. Al poco tiempo de publicar “París, Situación Irregular” se fue a Nueva York, específicamente a Manhattan, lugar donde realizó varias charlas junto al también escritor Pedro Lastra, encuentros que terminarían publicados bajo el nombre de “Conversaciones con Enrique Lihn”. En 1978 publicó su segunda novela, “El Arte de la Palabra”. Por esos años Enrique Lihn ya era mucho más que un escritor, se había convertido en autor dramático, performer, locutor y por supuesto…dibujante. Su amigo Jorge Palacios aun recuerda el último encuentro que tuvo con Lihn, antes de que este muriera en 1988; “invitamos a unas mujeres a beber con nosotros, sin embargo luego de un rato ellas abandonaron el lugar. Con Enrique a razón de llevar nuestro machismo hasta las últimas consecuencias, las tomamos en brazos y emprendimos la retirada. Una vez depositadas en la vereda nos propinaron sendas cachetadas y se mandaron a cambiar… allí estábamos con el flaco, cuando frente a nosotros pasó lentamente un camión. El poeta, al instante, ante mi más completo asombro me hizo un gesto de adiós con la mano y corriendo a grandes zancadas, dio un salto girando en el aire para caer de espaldas sobre la plataforma vacía del camión. Y así tendido, de cara al cielo, con los brazos abiertos en cruz, lo vi perderse Alameda abajo, con destino desconocido”.
Porque Escribí
Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto: no pude ser feliz, ello me fue negado, pero escribí. Escribí: fui la víctima de la mendicidad y el orgullo mezclados y ajusticié también a unos pocos lectores; tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto; una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies. Pero escribí: tuve esta rara certeza, la ilusión de tener el mundo entre las manos -¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco con toda su crueldad innecesaria- Escribí, mi escritura fue como la maleza de flores ácimas pero flores en fin, el pan de cada día de las tierras eriazas: una caparazón de espinas y raíces De la vida tomé todas estas palabras como un niño oropel, guijarros junto al río: las cosas de una magia, perfectamente inútiles pero que siempre vuelven a renovar su encanto. La especie de locura con que vuela un anciano detrás de las palomas imitándolas me fue dada en lugar de servir para algo. Me condené escribiendo a que todos dudarán de mi existencia real, (días de mi escritura, solar del extranjero). Todos los que sirvieron y los que fueron servidos digo que pasarán porque escribí y hacerlo significa trabajar con la muerte codo a codo, robarle unos cuantos secretos. En su origen el río es una veta de agua -allí, por un momento, siquiera, en esa altura- luego, al final, un mar que nadie ve de los que están braceándose la vida. Porque escribí fui un odio vergonzante, pero el mar forma parte de mi escritura misma: línea de la rompiente en que un verso se espuma yo puedo reiterar la poesía. Estuve enfermo, sin lugar a dudas y no sólo de insomnio, también de ideas fijas que me hicieron leer con obscena atención a unos cuantos psicólogos, pero escribí y el crimen fue menor, lo pagué verso a verso hasta escribirlo, porque de la palabra que se ajusta al abismo surge un poco de oscura inteligencia y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados. Porque escribí no estuve en casa del verdugo ni me dejé llevar por el amor a Dios ni acepté que los hombres fueran dioses ni me hice desear como escribiente ni la pobreza me pareció atroz ni el poder una cosa deseable ni me lavé ni me ensucié las manos ni fueron vírgenes mis mejores amigas ni tuve como amigo a un fariseo ni a pesar de la cólera quise desbaratar a mi enemigo. Pero escribí y me muero por mi cuenta, porque escribí porque escribí estoy vivo.

VLeal 01 Sept. 2008


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