Elia Kazanjoglou; Estambul, 1909 - Nueva York, 2003) Director de cine estadounidense. Siendo aún muy joven se trasladó con su familia a Nueva York, donde cursó sus estudios primarios en la Mayfair School de New Rochelle y secundarios en el William College. Con veintiún años ingresó en la Universidad de Yale para estudiar Arte Dramático y, dos años más tarde, comenzó a desempeñar todo tipo de trabajos en el Group Theatre hasta que desapareció en 1941.
Pronto interpretó los papeles más diversos y, poco después, asumió la dirección de varias obras como Chrysalis, Men in White o Gold Eagle Guy. Desde 1941 su proyección teatral creció notablemente y se convirtió en uno de los referentes de la época, lo que le permitió conseguir tres años más tarde el premio de la crítica por su puesta en escena de la obra de Thornton Wilder, The skin on our teeth.
Inició su trayectoria cinematográfica como actor en varias películas de Anatole Litvak (Ciudad de conquista, 1940; Blues in the night, 1941) y debutó como director en el seno de la 20th Century Fox con Lazos humanos (1945), un drama familiar con el que obtuvieron el Oscar los actores James Dunn y la jovencísima Peggy Ann Garner. Kazan demostró desde sus primeras películas que todo el trabajo aprendido sobre el escenario no fue baldío.
Se convirtió en uno de los mejores directores de actores que dio el cine estadounidense y buena muestra de sus inquietudes fue su trayectoria cinematográfica, en la que se suceden títulos de desigual acierto pero que asumen compromisos con las realidades sociales. El justiciero (1947) le permitió profundizar sobre los errores judiciales; en La barrera invisible (1948) se ocupó del antisemitismo de la mano de Gregory Peck -trabajo que le valió su primer Oscar como director y dos estatuillas más para la película y la actriz secundaria)- y en Pinky (1949) dio cobertura a los problemas raciales.
Fueron años relevantes en la carrera de Kazan, quien había fundado en 1947 el “Actor’s Studio” junto con Robert Lewis y Cheryl Crawford, un centro de formación que alcanzó con el tiempo un gran prestigio internacional. Sin embargo, también en este periodo vivió el peor momento de su vida cuando, el 10 de abril de 1952, se presentó ante el Comité de Actividades Antiamericanas para delatar a varios compañeros de profesión. Poco antes había conseguido, con Pánico en las calles (1950), hablar con todo tipo de sugerencias sobre lo que suponía la iniciativa conocida como “caza de brujas” que emprendió el senador McCarthy.
Paradójicamente, su carrera se vio relanzada gracias al éxito obtenido por sus siguientes películas, que intentó dirigir al margen de las opiniones ajenas y del ambiente tenso que tuvo que soportar en los rodajes. Así aportó nuevos títulos que, con diferente tono y desigual acierto, lograron consolidarle como uno de los directores más eficaces de la década de los cincuenta.
Demostró su capacidad en la dirección de actores en Un tranvía llamado Deseo (1951), la adaptación de la obra de Tennessee Williams con la que Vivien Leigh, los actores secundarios y el decorado obtuvieron cuatro estatuillas de la Academia y después en ¡Viva Zapata! (1952), con un Oscar para Anthony Quinn; en ambas producciones Marlon Brando dio muestras de su calidad actoral. Sin embargo, alcanzó su mayor éxito con La ley del silencio (1954), un manifiesto cinematográfico, sobre la corrupción de los sindicatos en los muelles de Nueva York y la delación que surge de la tensión vital entre algunos trabajadores, con el que pretendió justificar su criticada actuación ante el Comité del Senado. La película obtuvo ocho premios Oscar, entre ellos, mejor película, director (el segundo en la carrera de Kazan) y actor, que recogió Brando por su papel de Stanley Kowalski.
Se refugió, inmediatamente después, en dos películas sobre adolescentes con miradas complementarias: el enfrentamiento fratricida por el cariño paterno (Al este del Edén, 1955) y los primeros amores y frustraciones (Esplendor en la hierba, 1961), también premiadas por la Academia. Su obra más personal fue, sin duda, América, América (1963), adaptación de la novela que escribió sobre la trayectoria vital de su familia en Estados Unidos.
Seis años después, adaptó otra de sus novelas en El compromiso (1969) y finalizó su carrera con El último magnate (1976), una historia que condensa la compleja relación que mantuvo Kazan con la industria del cine estadounidense. Años antes confirmó que su actividad literaria mejoraba obra tras obra, pues completó su carrera con dos buenas novelas, Los asesinos (1972) y El monstruo sagrado (1974).
Fue maestro de muchos jóvenes llegados a la dirección en los años cincuenta y una larga lista de actores le deben haber alcanzado altas cotas interpretativas gracias a las clases de dirección de actores que impartió en su centro de formación. No sorprendió, pues, en la profesión que Martin Scorsese le entregara en 1998 el Oscar honorífico de la Academia aunque el gesto fue reprochado por muchos de sus coetáneos que no olvidaban la actitud delatora de Kazan en el pasado.
Marcelo 04 Oct.2008 sacado de www.biografiasyvidas.com
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