Lempicka 3


Tamara de Lempicka se llamaba realmente Tamara Gurwik-Gorska. Fue una mujer, independiente, transgresora (vivió con absoluta libertad su bisexualidad), aunque también egoísta y contradictoria. Su obra estuvo basada en retratos femeninos. Precursora del “art déco”, tuvo como principales influencias a Botticelli, Bronzino, el retrato manierista en general, y el Cubismo.

Durante toda su vida fue muy vanidosa y embustera y logró que en sus papeles personales figurase 1898 como año de su nacimiento. Incluso, al final de su vida, afirmaba que nació en 1902. Sus biógrafos no se ponen de acuerdo en la fecha de su nacimiento, pero, al parecer, pudo ser en 1895. Una de sus biógrafas más destacadas es Laura Claridge, que le dedicó una obra titulada “Tamara de Lempicka: Una vida de déco y decadencia”, trad. de Roser Berdagué (Barcelona: Circe, 2000).

Aunque ella sostenía que nació en Varsovia, en realidad, era moscovita. Su madre era polaca y su padre un acaudalado judío ruso. Tamara, además de en Moscú, vivió en San Petersburgo y viajó por Italia y Francia durante su juventud.

Tamara rechazaba las ideas revolucionarias y odiaba el comunismo. Se casó con Tadeusz Lempicki, de quien tuvo una hija llamada Kizette, y vivió en Petrogrado los meses previos a la revolución bolchevique.

Tras la caída del zarismo, los Lempicki apoyaron el intento contrarrevolucionario del general Kornílov. Con la llegada de los bolcheviques al poder el marido fue detenido. Tamara logró que Tadeusz fuese puesto en libertad gracias al cónsul de Suecia, que, a cambio de sus gestiones, la obligó a acostarse con él.

El matrimonio consiguió salir de la Rusia revolucionaria y se estableció en Copenhague. En esta época de su vida Tamara, con sólo 23 años, comenzó un vida muy activa en el plano sexual con numerosos amantes, que aceptaba resignadamente su marido. En 1918 se trasladaron a París. Los apuros económicos la fuerzan a pintar. En poco tiempo se convirtió en una estrella de la pintura de entreguerras. Tamara era ambiciosa, fría, egoísta y quería llevar la vida de lujos a la que estaba acostumbrada. Solía acostar a su hija y salir por las noches para visitar garitos en la orilla del Sena donde consumía drogas y tomaba parte en orgías colectivas, acostándose con desconocidos de ambos sexos. Después, regresaba a su casa y pintaba sus cuadros hasta caer agotada en las primeras horas de la mañana.
Utilizó en numerosas ocasiones el sexo para conseguir sus propósitos. A través de una de las sirvientas del escritor, sabemos que mantuvo una breve relación con Gabriele D’Annunzio, en 1926. Conquistó al viejo poeta, que estaba obsesionado con acostarse con ella, para aprovecharse de su celebridad. Aunque D’Annunzio era un individuo insoportable, que a veces dormía en su propio ataúd y se creía único, probablemente facilitó la celebridad de la pintora en sus comienzos.

La cotización de la obra de Tamara aumentó tras la celebración de la exposición de París, en 1925, que ofreció una efímera tendencia de lo que, cuarenta años después, se conocería como “art déco”. Desde ese momento, la pintora comenzó a recibir en París a lo más selecto de la burguesía (gente influyente que, en la mayoría de los casos, se habían enriquecido a través medios sucios). Incluso la prensa se hizo eco de la pintora rusa (aunque ella sostenía que era polaca) y de sus animadas fiestas.

El marido, que mucho aguantó, terminó divorciándose de ella en 1928. Al poco tiempo, se convirtió en la amante del barón Kuffner, que compraba muchas de sus obras, y terminó casándose con él. Tamara se sintió plenamente realizada en aquella etapa de su vida: aún era joven, tenía muchísimo dinero y, además, un título nobiliario.

En 1939, Tamara y el barón Kuffner dejaron París y se establecieron en los Estados Unidos, tras vender el barón sus valiosas propiedades en distintos países europeos. En el verano en que comenzó la Segunda Guerra Mundial, Tamara viajó a La Habana y permaneció allí dos meses (viaje que ocultó después, quizás por sus ideas anticomunistas).

Tamara intentó seguir en Estados Unidos la vida que tuvo en Europa, aunque, sin ser consciente de ello, se había convertido en una mujer de otra época. No obstante, en Beverly Hills ofreció fiestas para trescientos invitados a las que asistieron celebridades de entonces, como Mary Pickford, Charles Boyer o el barón de Rothschild. En Nueva York, Tamara y el barón vivieron primero en el hotel Waldorf-Astoria y, después, en un lujoso apartamento en el 322 Este, de la calle 57.

En 1962, murió el barón y el 18 de marzo de 1980, falleció Tamara de Lempicka en Cuernavaca (México). Su hija Kizette, complaciendo los deseos de su madre, tiró desde un helicóptero sus cenizas en el cráter del Popocatépetl.
A la muerte de Tamara, el valor de su obra subió espectacularmente: se llegaron a pagar dos millones de dólares por Adán y Eva.

Tamara, durante unos años, se convirtió en un precedente del feminismo, el prototipo de la mujer moderna, liberada, que conducía su propio automóvil y había logrado su independencia personal. Sin embargo, nunca dejó de ser un producto del antiguo régimen, cuyas transgresiones no eran más que una diversión de burguesa rica, caprichosa y contradictoria, apasionada por la modernidad, por los rascacielos y los coches.

Marcelo 06 Oct 2008 sacado de www.ovejaselectricas.es

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