Canal del Estado


Me entretuve recordando las últimas iniciativas del mismo canal que han provocado «impacto»:

-La teleserie sobre un terrateniente del siglo que pasó, explotador y (¡otra vez!) violador. Tema viejo y resobado, pero que han podido tratar con dignidad la novela (Gran Señor y Rajadiablos, de Eduardo Barrios... hace sesenta años justos) y el cine (Julio comienza en Julio... hace treinta). De la teleserie del 7, como de cualquier teleserie, nada era rescatable, salvo quizás la filmación. «Argumento» de radioteatro de los años 40. Personajes planos e inverosímiles, de sentimientos huachacas y diálogos ridículos. Música, o sentimentaloide o efectista. Actuación... ¿qué actuación cabe, con los elementos anteriores, y teniendo además que cerrar cada libreto diario alguna truculencia que deje a su protagonista en foto fija y con una mirada de espanto? Y por fin —es el Estado el que nos entretiene— sexo, mucho sexo explícito y ahora además brutal, y una violencia récord: siete personajes muertos a mano armada en el último capítulo.

-La «elección» del «mejor chileno», ganada estrechamente por Salvador Allende sobre Arturo Prat. No ha sido esto lo importante. De ser inverso el resultado, los vicios de la «elección» hubieran sido exactamente los mismos. A saber: la ninguna seriedad del programa —copiado de un modelo extranjero, por supuesto... NINGUN «éxito» de nuestra TV deja de ser copia—; la forma irregular y manipulable de la selección de los candidatos, y de las votaciones; y —sobre todo— el nivel no primario, sino parvulario, de la presentación, defensa y crítica de las distintas postulaciones. Tan bajo, que en un desayuno con los participantes el Canal les sugirió mediante un memo los «cargos» contra los respectivos candidatos, alrededor de los cuales giraría el debate de TV. Y así se discutiría si Allende era ebrio y «ñoña» la poesía de Gabriela Mistral; si el heroísmo de Prat fue un montaje propagandístico, etc.

Es cierto que algunos de los presentadores de candidaturas superaron (no era difícil) el nivel propuesto por Canal 7, pero no pudieron alterar la disparatada estructura global del programa. De este modo, se convirtió en una chacota lo que hubiese podido ser un análisis serio y pluralista, sin «competencia» ni farándula, de quiénes han sido los mejores chilenos. Algo propio del Bicentenario y del canal que dice ser de todos nosotros.


De estos recuerdos inmediatos pasé al de otros «impactos» anteriores del mismo canal: una cárcel de mujeres (a la cual se le anuncia segunda parte) donde todas las presas y las gendarmes eran sádicas, o lesbianas, o ambas cosas... un señor que cortaba en pedazos a la gente con una motosierra... unos caballeros y damas de «treinta» (años) que se acostaban indiscriminadamente unos con otros, hasta que se agotaron los cruces posibles y terminó la serie...

¿Quién se acuerda de nada de esto? ¿Quién se acordará mañana del «mejor chileno» y del perverso hacendado? ¿Qué valor social, cultural o aun de entretención razonable han tenido tantos esperpentos?


Al obvio daño de formación que ellos producen en niños y adolescentes el Canal responde, muy serio, que transmite sus engendros en horario de adultos, siendo de responsabilidad paterna que —a esa hora— no los vean los menores de edad. ¿Nos hemos detenido a sopesar la insensatez de este argumento? «Reparto cocaína gratis —dirá mañana el Estado—, pero sólo en la calle y después de las diez de la noche. Si la reciben menores, culpa es de los padres por no tenerlos acostados en su casa».


El Canal se jacta, también, de sus transmisiones culturales. Son mínimas y, salvo honrosas pero pocas y espaciadas excepciones —los programas del cineasta Ruiz, por ejemplo—, irrelevantes. Viajes exóticos con comentarios superficiales, o programas «envasados» de las mismas características, y una preferencia por el escándalo y (sorprendentemente) por la irreligiosidad anticatólica.


¿Noticiarios? Los mismos de los otros canales: política menuda, crímenes y en general violencia, fútbol y un paupérrimo servicio exterior.


Hay que repetir la reflexión de siempre. La culpa de todo lo que precede no la tienen quienes producen el Canal 7. Se les exige autofinanciarse, y para ello tienen que ser comerciales, ganar avisos, obtener el «rating» que atrae éstos. Para lo cual hacen lo que hacen todos, en todo el mundo: TV/chatarra. La pregunta, entonces, es otra: ¿para qué necesita el Estado de Chile hacer TV/chatarra? La obvia respuesta: para nada. Y la conclusión, la de siempre: si el Estado de Chile requiere (lo que es muy discutible) una TV propia, «pública», «nacional», auténticamente cultural, etc., ésta no puede ser a la vez TV comercial: debe ser subsidiada. O subsidiarla, o venderla y gastar la plata en algo útil.


Boris 15 oct 2.008 extracto sacado de www.lasegunda.com (Gonzalo Vial)

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