El cisne negro


Al hablar de un thriller psicológico, muy pocos espectadores pueden imaginar lo que Darren Aronofsky tenía en mente al situar un drama oscuro, obsesivo y salvaje, en el delicado mundo del ballet.
“El Cisne Negro” cuenta la historia de Nina Sayers (Natalie Portman), una joven y ambiciosa bailarina y el giro que dará su vida cuando el director artístico de la compañía de danza de Nueva York, Thomas Leroy (Vincent Cassel) le ofrezca el papel de prima ballerina en “El Lago de los Cisnes”, oferta que no puede rechazar, aunque en el camino de conseguir su objetivo lo que pierda, sea la cordura.
A través de la cinta el director lleva al espectador a un viaje aterrador por la mente de una mujer que se enfrascará en una retorcida amistad con Lily (Mila Kunis), que también aspira al ansiado papel y de paso busca desquebrajar los delgados hilos de los que pende la vida de Nina.

Para la cinta, nominada a 5 premios de la Academia, Natalie Portman, que recientemente anunció su compromiso y su próxima maternidad, se metió en la piel de una joven que tiene que interpretar dos roles, por un lado debe proyectar la gracia y delicadeza del cisne blanco y al mismo tiempo debe ser sensual y astuta como el cisne negro, para ello añadió a su desempeño actoral una preparación física que la llevó a retomar el ballet.
“Ya desde diciembre del 2008 retomé las clases de ballet y digamos que ‘reaprendí’ varias cosas, pero lo principal fue concentrarme en la expresión corporal, en la postura... fue un trabajo extenuante”, dice la actriz de 30 años nacida en Jerusalén, Israel.
Portman comentó que debido a la constante recalendarización y financiamiento a los que se enfrentó la cinta, tuvo que cambiar sus hábitos alimenticios.
“Jamás he tenido problemas de sobrepeso, el problema es que para interpretar a mi personaje, debía ser más delgada y mi dieta fue mayormente de zanahorias, almendras, lechuga, jugos. Me daba mis gustos, pero cada que me llamaba y me decía ‘cambiaron la fecha’, yo le reclamaba ¿otras dos semanas con estos hábitos?, ¿me quieres matar?”, recuerda.
Bajó alrededor de 11 kilos y el mismo Aronofsky le externó su preocupación por verla tan delgada
“Me querías flaca, así me tienes”.


Parece extraño que el creador de éxitos como “Réquiem por un Sueño”, “La Fuente de la Vida” y “El Luchador”, que le dio al actor Mickey Rourke una nominación al Oscar como Mejor Actor en el 2009 y un BAFTA en ese mismo año como Mejor Actor, se acercara al delicado mundo del ballet con su más reciente cinta.
Al respecto Aronofsky hace una comparación muy acertada sobre los luchadores y las bailarinas.
“Algunas personas llaman a la lucha libre de las formas más bajas de arte y algunas llaman al ballet la más alta forma de arte, sin embargo, en algo son elementalmente lo mismo. Mickey Rourke como un luchador pasaba por algo muy similar a lo que Natalie Portman como bailarina”, dice el cineasta de 42 años.
“Ambos son artistas que usan su cuerpo para expresarse y ambos son amenazados por las lesiones psicológicas, y sus cuerpos son la única herramienta que tienen para expresarse. Qué cosa más interesante para mí que hallar la conexión entre dos historias que parecían estar en mundos sin relación alguna”.
“El rol de Nina es muy diferente a lo que Natalie había hecho antes. Y ella lo llevó a otro nivel. Interpretar a Nina fue más que una hazaña atlética, fue una hazaña de actuación”.


Un oscuro cuento romántico sobre una representación neoyorkina del ballet El lago de los cisnes y los efectos perturbadores que tiene sobre Nina Sayers (Natalie Portman), una bailarina frígida y talentosa, es El cisne negro. A partir de la trama del ballet de Chaikovsky, el realizador estadunidense Darren Aronofsky explora la crisis sicológica de una artista incapaz de reunir en su interpretación dancística la pureza de Odette, el cisne blanco, y la perversidad de Odile, el cisne negro, dos facetas de una misma joven atormentada, cuya voluntad y destino controla un hechicero maligno.

Thomas Leroy (Vincent Cassel), director artístico de Nina, hace lo imposible por ayudarla a liberar la sensualidad y energía que requiere un papel tan complejo. La joven vive, sin embargo, su propio infierno doméstico al lado de una madre sobreprotectora (Barbara Hershey), una bailarina retirada que ejerce sobre ella una presión afectiva tan neurótica como la de Annie Girardot en un papel similar en La pianista, de Michael Haneke. Lo que se inicia como el recuento de las dificultades de la bailarina por conjuntar las dos facetas del personaje del cisne-mujer, pronto se vuelve el registro de un desequilibrio emocional poblado de alucinaciones y delirios de persecución, al estilo de Repulsión, de Roman Polanski, con cargas complementarias de mutilación y sufrimiento corporal próximas al cine visceral de David Cronenberg.

Los momentos más afortunados de la cinta son aquellos en que la interpretación del ballet ilustra con intensidad la relación conflictiva que tiene Nina con su propio cuerpo, con su sexualidad y su mundo afectivo. Aquí el director toma distancias con un referente estético tan abrumador como el de la estupenda cinta inglesa de Michael Powell y Emeric Pressburger, Las zapatillas rojas (1948), para elegir una exploración muy propia del medio de la danza y sus exigencias de perfección y renuncia personal en aras de una excelencia artística. Estas exigencias se las impone Nina a sí misma con el rigor extremo de una mística religiosa. Su itinerario de autoflagelación y masoquismo la conduce a los límites del horror, con castigos corporales y colapsos mentales presentes ya en cintas anteriores del mismo director, como en aquellas escenas en que Mickey Rourke se castigaba la carne en El luchador (2008), o en los delirios que padecía Ellen Burstyn en su paulatino divorcio con la realidad en Réquiem por un sueño (2000). Aquí también Nina Sayers transita alucinada por territorios que le son ajenos e incomprensibles: el despertar de su sexualidad es intenso e irreal, su liberación del mundo infantil al que vive anclada en su cuarto color rosa pastel representa una ruptura violenta, y su forcejeo con bailarinas rivales que son depósitos de maldad y cálculo retorcido son meras proyecciones de su fantasía paranoica.

Darren Aronofsky no recrea el mundo de la danza y su mitología de apogeos y frustraciones artísticas, al estilo de Robert Altman en La compañía (2003), simplemente toma ese mundo como punto de partida para una incursión más en un territorio de su predilección: la descomposición anímica de un personaje como reflejo de una crisis mayor en el seno de la sociedad moderna. Es elocuente así la relación tormentosa de Nina con su madre, donde a final de cuentas es mayor el recelo materno ante el posible éxito artístico de la hija (en flagrante desmerecimiento del propio) que la imagen tradicional de generosidad en las familias. La entrega artística, por su parte, reviste aquí formas tenebrosas de enajenación mental encaminadas a la autodestrucción. El cineasta desmonta así, con exceso melodramático, delectación en lo patético y grotesco, y elementos propios del cine de horror, algunos de los mitos y obsesiones de la creación artística. Esta creación la muestra estrechamente emparentada con la neurosis, y con una exaltación sensorial del artista que puede perfectamente conducirlo lo mismo al colapso anímico o al éxtasis absoluto.

El cisne negro es una película desencantada y oscura, un canto de cisne (valga la expresión) de las últimas ilusiones del romanticismo en el arte. Paradójicamente es también una notable exaltación de ese mismo espíritu romántico que cuestiona.





Ballet

El Lago de los cisnes es uno de los ballets clásicos tradicionales más conocidos en todo el mundo.

Se estrenó en el Teatro Bolshoi de Moscú en 1877 y para 1895 con una nueva concepción de Marius Petipa y Lev Ivanov, con lo que logró un gran éxito en el Teatro Marinsky de San Petersburgo.

El lago de los cisnes es sin duda el ballet más popular a lo largo de la historia.

La obra transcurre entre el amor y la magia, enlazando en sus cuadros la eterna lucha del bien y del mal. La protagonizan el príncipe Sigfrido, enamorado de Odette, joven convertida en cisne por el hechizo del malvado Von Rothbart y Odile el cisne negro e hija del brujo.

Coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov.
Música Pitr Ilich Tchaikovsky.
Libreto de Vladimir Beghitchev / Vasili Geletzer.

Primer acto (El jardín del castillo del príncipe Sigfrido)
Es el vigésimo primer cumpleaños de Sigfrido, y el joven príncipe está celebrando la ocasión en el jardín de su palacio. Jóvenes de los estados de alrededor han venido a rendirle tributo. Cuando todos empiezan a divertirse en la fiesta, el buen humor es perturbado por la entrada de la Reina y sus damas de honor. Ella observa a sus amigos con considerable desdén. Sigfrido se altera cuando su madre le señala que debe escoger pronto una esposa.

Su indicación, en el fondo, es una orden, y Sigfrido la rechaza obstinadamente. Mañana por la noche, su cumpleaños se celebrará formalmente con un baile en la corte, y allí, entre las más hermosas damas de la comarca, debe escoger a su futura esposa. Sigfrido ve que toda discusión es imposible y parece que se somete a su voluntad.

El Bufón, intenta restaurar el espíritu de la feliz ocasión. La noche comienza a caer. El Bufón, su amigo, sabe que Sigfrido debe distraerse en lo que queda de la velada. Oye el sonido de alas agitadas por encima, mira hacia arriba y ve en el cielo hermosos cisnes salvajes en pleno vuelo. El Bufón sugiere que el príncipe forme una partida de caza y vaya en busca de los cisnes. Sigfrido accede.


Segundo acto (La orilla del lago)
La partida de caza comienza. A una pequeña distancia de ellos, se están deslizando plácidamente los cisnes. Conduciendo al grupo de cisnes hay una hermosa ave.

El príncipe camina a lo largo de la orilla del lago hacia los cisnes; cuando está a punto de seguirlos ve algo en la distancia que le hace vacilar. Se para cerca de la orilla, luego se retira rápidamente a través del claro para esconderse. Ha visto algo tan extraño y extraordinario que debe observarlo detenidamente en secreto.

Apenas se ha escondido, entra en el claro la más hermosa mujer que nunca ha visto. No puede creer lo que ven sus ojos, puesto que la joven parece ser a la vez cisne y mujer. Su hermosa cara está enmarcada por plumas de cisne, que se unen a su pelo. Su vestido, puro y blanco está embellecido con suaves plumas de cisne, y en su cabeza descansa la corona de la Reina de los Cisnes. La joven piensa que está sola y aterrorizada, todo su cuerpo tiembla, sus brazos se aprietan contra su pecho en una actitud, casi desvalida, de autoprotección; retrocede ante el príncipe, moviéndose frenéticamente, hasta el punto de caer desesperadamente al suelo. El príncipe, ya enamorado, le ruega que no se marche volando y ante su miedo el príncipe le indica que nunca le disparará, que la protegerá. Ella es Odette. El príncipe la saluda y dice que la honrará, pero le pregunta, que ¿a qué se debe que sea la Reina de los Cisnes? El lago, le explica, fue hecho con las lágrimas de su madre. Su madre lloraba porque un hechicero malvado, Von Rotbart, convirtió a su hija en la Reina Cisne. Y seguirá siendo cisne, excepto entre la media noche y el amanecer, a no ser que un hombre la ame, se case con ella, y le sea fiel.

Sigfrido apoya las manos en su corazón y le dice que la ama, que se casará con ella y que nunca amará a otra, y promete su fidelidad. Ahora, indignado por el destino de su amor, quiere saber dónde se esconde Von Rotbart. Justo en este momento, el mago aparece a la orilla del lago. Su cara parecida a la de un búho es una odiosa máscara, tiende sus garras haciendo señas para que Odette vuelva a él. Von Rotbart señala amenazadoramente a Sigfrido. Odette se mueve entre ellos, suplicando piedad a Von Rotbart. El príncipe le dice que debe ir la próxima noche al baile de palacio. Acaba de cumplir la mayoría de edad y debe casarse, y en el baile debe escoger a su novia. Odette le replica que no puede ir al baile hasta que no se case -hasta que Von Rotbart no deje de tener poder sobre ella- de otro modo el hechicero la descubriría y su amor peligraría.

Cuando los amantes han dejado el claro, las huestes de Odette, todos los cisnes que, como ella misma, asumen forma humana sólo en las horas entre la medianoche y el amanecer, entran bailando desde la orilla del lago.


Tercer acto: (El gran salón del castillo del príncipe Sigfrido)
El baile está a punto de comenzar.Embajadores de tierras extranjeras, ataviados con sus brillantes trajes nativos, han llegado a rendir tributo al príncipe en su cumpleaños. Se anuncia la llegada de cinco hermosas muchachas, invitadas por la Reina como posibles novias para su hijo.
Sigfrido, piensa sólo en el claro a la orilla del lago y en su encuentro con Odette. Su madre le inquiere a que baile con sus invitadas.

Baila de forma automática e indiferente y se sume en una profunda melancolía. Un heraldo se apresura a informar a la Reina de que una extraña pareja ha llegado. No sabe quiénes son, pero manifiesta que la mujer posee una extraordinaria belleza. Un caballero alto y con barba entra con su hija. Cuando el caballero se presenta a si mismo y a su hija Odile, a la Reina. Sigfrido -perturbado casi hasta perder el control mira fijamente a la hermosa joven. Está vestida de sobrio negro, pero es la viva imagen de su querida Odette. Se trata de Von Rotbart, que se ha transformado a si mismo y a su fingida hija para engañarlo y rompa la promesa hecha a Odette de que nunca amará a otra.

La Reina tiene ahora esperanzas de que su hijo se case con una dama de rango, como Odile aparenta ser, e invita a Von Rorbart a sentarse a su lado en el estrado.

Odile ha logrado enamorar a Sigfrido y éste piensa que no es otra que Odette. Mientras bailan los dos jóvenes Odette se deja ver en la distancia y hace señales a Sigfrido de que si continúa en esa actitud puede ser fatal para ella. Luego, Sigfrido se aproxima a Von Rotbart y pide la mano de Odile y éste da inmediatamente su consentimiento. En ese momento hay un estrépito de trueno. La sala de baile se oscurece. Rápidos destellos de luz muestran a los asustados cortesanos abandonando el salón de baile, a la princesa madre aturdida, y a Van Rotbart y Odile de pie ante el príncipe en triunfo final de autorrevelación. Sigfrido no puede soportar sus risas odiosas y crueles, y se vuelve para ver en la distancia la patética figura de Odette. Buscándole desesperadamente, con su cuerpo agitado por los sollozos. Cae al suelo atormentado por su falta.

Acto cuarto (La orilla del lago)
Las doncellas cisne se han agrupado a la orilla del lago. Cuando aparece llorando, intentan consolarla. Le recuerdan que Sigfrido es solo un humano, que podría no haber conocido el hechizo, y podría no haber sospechado del plan de Von Rotbart. Sigfrido entra corriendo en el claro y busca frenéticamente a Odette entre los cisnes. Le toma entre sus brazos, pidiéndole que le perdone y jurándole su amor infinito. Odette le perdona pero le dice que no sirve para nada, pues su perdón se corresponde con su muerte. Cuando aparece Von Rotbart, Sigfrido le desafía, quien tras la lucha, es vencido por la fuerza del amor del príncipe a Odette.

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