La huida


La Huida (1972) de Sam Peckinpah
La Huida (The Getaway) supuso la segunda y última colaboración entre Steve McQueen y Sam Peckinpah tras haber trabajado ya juntos en Junior Boone un año antes, en 1972. La huida fue un film de gran éxito en su momento y considerado entre los títulos mayores de la filmografía de Peckinpah. El reparto encabezado por dos pesos pesados de la interpretación: Steve McQueen y Al Lettieri que, como dice Francisco Javier Urquijo, no siempre han gozado del reconocimiento que merecieron y una actriz más limitada, Ali McGraw.

La Huida era una de mis cuentas pendientes con la filmografía de McQueen y con la de Peckinpah también. Y la verdad es que no me ha decepcionado, es una película vibrante, violenta y con ese aire de los setenta que a mi me resulta especialmente atractivo. No es una obra maestra pero su influencia sobre el cine posterior es enorme. Creo que lo mejor para ver esta película es no saber demasiado del argumento: así que si no la habeis visto, os recomiendo que no sigais leyendo, porque a partir de aquí comienza el destripamiento de la misma.
Hagamos una pequeña sinopsis:

Carter “Doc” McCoy (McQueen) y su mujer Carol (McGraw) se ven involucrados en un fraude de la mafia texana. Han llevado a cabo un atraco a un banco ingnorantes de que los dueños son sus mismos jefes, que ya han extraido una cantidad importantísima con anterioridad al robo. “Doc” ha conseguido salir de la cárcel poco antes gracias a un magnate, Jack Beynon, que ha convertido a Carol en su amante y ha urdido con ella un plan para deshacerse de “Doc” después del robo, Carol, en el último instante prefiere matar a Beynon y huir con su marido que, sin contactos útiles, tiene que llevarse encima el dinero robado. “Doc” es un hombre de ideas tradicionales y chapado a la antigua, no asimila bien el juego de su mujer y en plena huida explota una vigorosa crisis matrimonial. La policía no tarda en identificarles por medio de un ladronzuelo de andén y de unos niños juguetones en exceso. Además uno de los compinches del atraco, Rudy, se ha vuelto demasiado ambicioso y, después de matar al tercero en discordia, su colega Frank, les persigue para recuperar el dinero y vengarse de las heridas que “Doc” le ha causado en un tiroteo que han mantenido justo después del atraco. Por si fuera, los mafiosos, encabezados por el hermano y los socios de Beynon, han descubierto el cadáver de éste y también les persiguen para matarles. Sin horizontes emocionales en los que refugiarse , “Doc” y Carol huyen enloquecidamente hacia México. La compenetración que demuestran en los peores momentos salvará su matrimonio y les proporcionará la huida.
Es una de los dos únicos films de Peckinpah coronada por un “improbable” final feliz. Aunque no en todos los países, en España sufrió cortes y adulteraciones de contenido como, por ejemplo, en España, donde la censura impuso un texto final sobreimpresionado en las imágenes, declarando que los protagonistas eran descubiertos y detenidos por las fuerzas policiales siguiendo la norma censorial al uso: ¡El delincuente siempre tiene que pagar su delito!, sin importar que muchas veces, banqueros, políticos y policías sean delincuentes de mucha mayor envergadura y sus actividades resulten muco más nefastas y catastróficas para la sociedad.
La construcción de los personajes de McQueen y Al Lettieri se basan en principios arquetípicos opuestos. El Carter “Doc” de Steve McQueen es un hombre de pocas palabras, introvertido, parco en acciones y gestos, pero muy violento, que soporta en silencio una tensión interior enorme causa de su mal genio constante. McQueen ofrece de la mano de Peckinpah uno de sus trabajos más acabados, consiguiendo producirnos en pocos minutos la sensación de estar contemplando a un viejo conocido. Le vemos hartarse de la cárcel y soportar en silencio, expresando su hastío y su violencia interiores al destrozar un trabajo manual en su celda y al tirar, en otro momento, las fichas de la partida de ajedrez que juega con otro compañero preso. Cuando el preso se sorprende de la desproporcionada reacción de “Doc”, “¡Hombre, no es más que un juego!, el espectador gracias a la construcción estilítica “peckinpahiana” de los instantes precedentes comprendemos con facilidad que la reacción de “Doc” se inserta dentro del agobio extremo que la prisión le produce.
Más adelante en el metraje se nos informa sobre sus ideas “tradicionales” en torno a sexualidad y matrimonio. Ya en casa, tras salir de la cárcel, interroga a Carol sobre sus hipotéticos amantes durante los años en que ha estado preso. Después somos testigos de su repulsa y prejuicios por la actuación con el magnate Beynon, con quien ha tenido que acostarse para conseguirle la libertad. Del mismo modo, en pocos instantes comprendemos que se tiene así mismo por un gran profesional y que espera que todo el mundo lo entienda así en correspondencia con la elevada autoestima que demuestra (tanto en la negociación como en la preparación del atraco con los hombres de Beynon).
El mérito, tanto de Peckinpah como de McQueen, descansa en el haber convertido en humano a un personaje de novela, bastante plano. El trabajo efectivo se basa sobre la declamación contenida de McQueen, apoyada en los silencios y las esperas críticas de su personaje al que sistemáticamente se le niega la paz física y espiritual. “Doc” sólo habla cuando es necesario, dando la impresión de tratarse de un hombre que ahorra energía concientemente energía en todo momento. Cuando alguien le contradice o actúa de forma inadecuada, sus protestas son lacónicas y se apoyan sobre una mirada foribunda y enfebrecida que el actor consigue sin aparente esfuerzo (esa mirada de McQueen no admite comparaciones). Cuando enterado de la aventura de su mujer con Beynon estalla, se limita a sacar el coche de la carretera con maniobras violentas y a golpear varias veces a su esposa sin demasiado convencimiento, sin apenas pronunciar unas palabras (de hecho McQueen golpea de verdad a McGraw en esas escenas el muy bruto). De este modo, mientras el “Doc” de Steve McQueen guarda silencios tortuoso que parecen erosionarle, el Rudy Butler de Al Lettieri se construye sobre la concepción del exceso más latino y extrovertido. Al Lettieri se desenvuelve como pez en el agua con este personaje, ofreciendo con toda probabilidad la mejor interpretación de la película. Peckinpah aprovecha las cualidades de su actor: presencia malévola y magnética, a tenor de su corpulencia y endurecida. Un contraste absoluto con respecto a McQueen, moreno latino, de atractivo viril extremo pero llamativamente feo. La oposición entre los dos personajes masculinos son en cierto modo la guía del film. Los dos delincuentes enfrentados son marginados e individualistas, pero existe una diferencia radical entre los dos hombres que hace caer la simpatía peckinpahiana del lado de “Doc”. Mientras para éste hay que cumplir los tratos que se hacen con lealtad aunque sea únicamente por evitarse complicaciones posteriores, Rudy no observa respeto alguno por ninguna relación o contrato. De esa forma el asesinato de Frank (Bo Hopkins) resulta especialmente desagradable por la metódica, traidora y despiadada forma en que Rudy lo practica disparando a su compañero a quemarropa en las zonas del cuerpo donde no le protege el chaleco antibalas y tirándolo en marcha del coche.
Poco a poco la película va mostrándonos a Rudy como un secuestrador sin escrúpulos, pero “Doc” no sale mejor parado al irle contemplando cada vez más sumergido en una violencia que domina como nadie y que parece consustancial a él. Paradigmática es la escena en que la pareja de esposos se abre paso a tiros por el destartalado motel de Laughlin, en El Paso, acosados por los socios mafiosos de Beynon. “Doc” con su rifle automático del 12 capaz de derribar pareces acude allí donde se vislumbra jaleo, subrayando su particular predisposición para esos “festejos” y esbozando una oportuna segunda lectura sobre el personaje y su violencia/maldad inherentes. Si al final del film Carol y Doc tienen un buen gesto con el anciano cowboy que les ayuda a cruzar la frontera resulta más una consecuencia de la simpatía natural del viejo que una definición de su manera de ser. Lo que importa en el relato es que todos son malos, o al menos, son tan malos (y tan buenos) como somos todos en potencia. La inteligencia de Peckinpah se revela en evitar convertir a sus personajes masculinos o femeninos en suerte de superhumanos como tantas veces ha ocurrido desde entonces en la producción norteamericana.

Boris 07 Nov.2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen comentario Boris. Te felicito. Espero que sigas adelante, pues tu blog está dentro de mis favoritos.

Un abrazo.