Hay dos tipos de dramaturgos, unos escriben obras de teatro, otros escriben el teatro. Los primeros se limitan a dejar un legado dramático, un conjunto de piezas que podrán ser representadas en un espacio llamado escena. Los segundos, además de producir esos textos, trascienden el acto literario por la fuerza misma de su escritura y logran pautar la evolución del arte teatral.
No se limitan a meditar la estructura y contenido de una obra, sino que piensan en ella como forma escénica y como fenómeno de representación, lo cual supone el encuentro entre dos espacios concretos: escena y sala. Son conscientes de que la obra dramática accede a su propia existencia en la medida en que es representada ante espectadores, y de que es esta misma representación la que funda el teatro mismo. Trabajan las distintas formas de relación y estructuración entre la escena y la sala. Piensan el teatro y a través de su reflexión, escriben teatro.
El panorama teatral del siglo XX está dominado por tres formas principales de estructurar los lazos entre la escena y la platea: el existencialismo filosófico, el dialectismo político y el realismo psicológico.
Sin embargo, Koltès, dramaturgo francés, con una producción dramática fundamental en la cultura teatral actual, ya que es el dramaturgo francés más traducido y representado en el mundo, considera que el vínculo entre la escena y la sala debe ser pasional; la escena debe proponerse el deleite de la platea, la representación teatral no tiene utilidad y sólo debe procurar al espectador una efímera y gratuita experiencia placentera.
Ante quienes pretenden atribuir al teatro una función didáctica o capaz de alterar el curso del mundo, Koltès sostiene su posición reivindicando la “inutilidad” y la “impotencia” del teatro; considera que el teatro es un juego y por tanto debe estar bien hecho, ya que es un placer.
Con respecto al teatro filosófico del siglo XX, que bajo el existencialismo moderno tuvo gran influencia sobre la dramaturgia contemporánea, manifiesta su desacuerdo al rechazar aquellos calificativos que puedan considerar a su obra de profunda, trascendente o metafísica. Su interés se basaba en contar historias y hacerlo cada vez mejor, no en escribir frases esenciales.Para Koltès era fundamental escapar del hermetismo del teatro intelectual y de la claustrofobia de lo metafísico. A la abstracción del teatro existencialista europeo y sobre todo francés de posguerra, se oponía buscando lo concreto. Consideraba al teatro ya de por sí abstracto por ser una ficción, por eso se hace necesario hablar de cosas muy concretas. Pero no se limita a permanecer en la superficie de la materia, sino que se sumerge en las complejas profundidades de los mundos que crea.
La escena tampoco es para él una tribuna donde exponer ideas políticas, ni mucho menos soluciones, su interés era contar historias sin resolver. No le interesaba el teatro como arma, útil o vehículo de concientización. El sacrificar a sus personajes, obligándolos a ser los portavoces de ideologías, implica para Koltès reducir las conductas humanas y empobrecer la riqueza misma del arte teatral; su interés es poner sobre la escena situaciones concretas de criaturas carnales, con todas sus contradicciones vitales.
Frente a la alternativa de un teatro psicológico fundado en los principios del realismo o el naturalismo, su oposición es aún más terminante.
Consideraba estéril la exposición de estructuras psicológicas en un espacio escénico, el cual, por el contrario, debe alejarse de la realidad. La escena no es la realidad, ni siquiera una copia de ella, es algo mucho más intenso, la representación icónica de la realidad, una carga de signos concretos que apenas se parecen a lo que designan y refieren, una metáfora; para esto se sirve de todos los artificios semánticos y sintácticos del discurso dramático que puedan recordar la mentira teatral.
Victoria Leal
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