El problema de la cartelera de Santiago no es que cada vez estén más separadas las aguas entre las multisalas y los cine arte. No, porque cadenas como Hoyts han demostrado que a veces se puede tener una o dos salas mostrando películas con un lado más difícil. Y si miramos las salas de cine arte, su calidad de tal no asegura la calidad de las películas. El problema es, que no llegan suficientes películas interesantes. Las grandes distribuidoras nos hacen creer que la industria está convertida en una gran caja de bazofia. No debiera ser así. No necesariamente. La prueba está en que, pese a los síntomas de sequedad creativa de los grandes estudios, en márgenes de su producción ?a la orilla, podríamos decir, porque tampoco se trata de películas marginales, de actores desconocidos o de cintas radicales en su propuesta? se siguen haciendo cintas que, aunque no cambien la historia, si podrían hacer la experiencia de ir al cine algo más enriquecedora.
A modo de ejemplo, ésta es una pequeña lista ?mínima la verdad? de películas que ya debiéramos haber visto en la carteleras de las multisalas, muchas de las cuales con el valor suficiente para comentarse a página entera (si, claro, se estrenaran): ?
The Savages: Dos hermanos, Laura Linney y Philip Seymour Hoffman, maduros, perdidos y medio perdedores también, deben hacerse cargo de su padre enfermo. Película ruda, triste, emotiva y, gracias a Dios, muy lejos de cualquier kitsch enaltecedor del alma. ?
Into the wild: Jugada, engrupida, la última película de Sean Penn puede ser candorosa, pero tiene un amor por el protagonista que uno termina por hacer propio. ?
We own the nigth: Con Mark Wahlberg y Joaquin Phoenix, cuenta la historia de dos hermanos de Brooklyn. Uno es el rey de una disco y el otro es un policía que quiere usar a su hermano como informante. ?
Cassandra?s dream: La penúltima cinta de Woody Allen sale del mundo rico para meterse en un Londres más clase media, donde dos hermanos (Colin Farrell e Ewan McGregor) deben probar hasta dónde quieren llevar su ambición. ?
Dan in the real life, Strange wilderness: Dos comedias. La primera, más sensata, de enredos, tiene a dos hermanos enamorados de la misma mujer. Sin ser fundacional, ayuda a conservar un género viejo como el hilo negro. La segunda es bastarda, desquiciada, donde un inepto debe hacerse cargo del programa de televisión de su padre. Totalmente idiota, totalmente cómica. ?
Death proof: La última de Tarantino, sexy, violenta, filmada con lujuria cinematográfica. Y hay otras, que este comentarista, no ha visto, pero que tiene la ilusión de ver en pantalla grande: ?
Control: el primer largo de Anton Corbijn, el veterano director de videoclips, que cuenta la vida de Ian Curtis, el vocalista de Joy Division, que se suicidó a los 23 años. ?
Boarding gate: la última película en inglés de Olivier Assayas. Pudimos ver Clean (2004), ¿será mucho pedir ésta? ?
Zwartboek (Black book): el regreso de Paul Verhoeven a filmar a Europa. Nazis, sexo, traición, Holanda. Promete. ?
I?m not there: la cinta en torno a Bob Dylan, con Cate Blanchett como Bob Dylan, por la que fue postulada al Oscar.
La explicación para que estas cintas, y quizás cuantas más, tarden tanto en llegar que lo más probable es que vayan directo al DVD, está en el criterio de importación de los grandes distribuidores, que parece ser éste: películas con buena recaudación en Estados Unidos, o sea, si funcionó en Nebraska debería funcionar aquí. Pero el público chileno no es equivalente al público estadounidense. Como promedio, tenemos gustos más sofisticados, más sensibles, más abiertos a los márgenes, porque justamente pertenecemos a ellos. El mismo hecho de que los estrenos de la semana ocupen sendos espacios en los suplementos culturales es síntoma. O que las buenas películas sean objeto de conversación entre adultos. Si, como público, nos parecemos, deberíamos acercarnos, intuyo, al público de la costa este de Estados Unidos. O de California. El problema de este estado de las cosas es que le está dando al público una razón sustantiva, valórica, más allá del simple precio, para ir al mercado pirata: tener acceso a las películas que no llegan. La industria protesta por la proliferación de esta práctica, pero con una cartelera como la actual, sostenidamente deficiente, no hace más incentivarla.
Ernesto Ayala www.el mercurio.com
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