“Lo primordial es el público. El arte por el arte o para mostrar el propio talento, no me interesa”
Kristoff Kieslowski
Más de alguna vez te habrás preguntado por qué siempre los guiones terminan sucios, arrugados, rayados o botados en el piso, después de cada grabación o rodaje. Con tristeza ves como esas hojas que costaron días, semanas, meses, e incluso años de trabajo, son pisadas por algún eléctrico o utilizadas como portavaso para el café del director. Es que la realidad es así: el guión no está concebido para durar.
Jean Claude Carrrier, famoso guionista francés, dice que el guión es un objeto útil (y vaya que lo es!) pero transitorio, que debe metamorfosearse y ser convertido en cine. Como una oruga que se convierte en mariposa, así el guión debe tomar la forma que le pertenece.
Por otro lado, José Luis Borau, destacado cineasta y guionista español, menciona que: “Un guión no está escrito para ser leído, sino para facilitar el rodaje”.
Nuestro guión -cómo la palabra lo dice- debe ser una “guía” para el director, y no un mandato determinado de cómo se debe filmar, o cómo se debe estructurar la película. El guión debe cumplir la importante función de ser una fuente de inspiración para el director, para que éste, al leer la historia, pueda involucrarse con las emociones, sentir la fuerza de un diálogo o el importante subtexto de un silencio…. Esa es nuestra labor: entregar las herramientas básicas, para que nuestra historia se convierta en imágenes. Después de esa transformación, el guión ya cumplió su meta y sólo quedarán hojas de papel.
La etapa más difícil y desdichada de este oficio es cuando el guionista debe “separarse” de su creación. Como una madre se separa de un hijo, así el escritor deberá soltar las hojas de sus manos y dejar que todo lo que ha sacado de sus entrañas, su corazón y mente, se libere y se transforme. Es la demostración de amor más grande que pueda haber: negarse a sí mismo y dejar que la creación crezca, se independice, tome forma y se convierta en lo que está destinada a ser.
Frederic Raphael, guionista y novelista norteamericano, dice: “El guionista podría pensar, con más o menos justicia y modestia, que es responsable de la enjundia de una película. Si no hubiera sido por su trabajo solitario, antes de contratar a los actores y a los técnicos, nada habría salido adelante. Pero aunque él es el motor inmóvil (como Aristóteles llama a Dios) pronto pierde su primacía. La producción- el rodaje- tiene lugar cuando la mayor parte de su trabajo ya ha terminado. En la lucha de egos que se despierta con el inicio de la filmación, cuanto menos se habla del guión mejor es éste. Siempre se ha dicho que las películas no se escriben, se REESCRIBEN”.
Eso es lo bello y significativo de trabajar para el cine, que cada artista entregue su valiosa semilla y ponga el corazón para un mismo fin. La idea es que todos seamos parte del extraordinario rompecabezas cinematográfico, y el espectador, desde sus asientos, se encargue de armarlo en su imaginación.
Karina Diaz. www.onoff.cl
No hay comentarios:
Publicar un comentario